por: Guadalupe Yaujar Díaz
Fidel se ha ido físicamente, pasó a otra dimensión. Aquella en la cual entraron hombres como el Héroe Nacional cubano José Martí y el Libertador Simón Bolívar.
Cuando el 8 de enero de 1959, horas después de su entrada triunfal a La Habana con su traje de Comandante del Ejército Rebelde, hacía su primer discurso ante una multitud enardecida era profético, como posteriormente vivió. Tenía la capacidad de anticiparse a los hechos: “A partir de ahora todo será más difícil (…)”. Nos inoculó, desde entonces, su optimismo ante las dificultades de la vida y de la muerte; por eso la noticia de su partida nos deja de duelo, pero también de energías para defender la obra revolucionaria.
Había comentado “Cuando me reúno con el pueblo nada más me falta, cuando me reúno con el pueblo se me quita el hambre, se me quita hasta el sueño.”
Tal era su entusiasmo que nos contagió, me contagió desde que lo vi ese día en la televisión nacional. Cursaba yo el sexto grado en una escuela privada, pero fue tal su magnetismo que casi, inconsultamente de la aprobación familiar, ya estuve mochila y farol en mano, dispuesta en la Campaña de Alfabetización del país, en 1961, donde crecí espiritualmente y desarrollé hasta alcanzar la talla de adulta, sin serlo todavía.
¿Cómo podía estar indiferente ante casi 100 mil iletrados, cuando era yo una persona profundamente religiosa?
Fue ese quizás el otro bautizo, casi de fuego, que todavía me acompaña en el rincón de los recuerdos más bonitos de esa época.
Desde entonces, como parte de un pueblo, mayoritariamente revolucionario y comprometido, con más de 20 mil de sus hijos asesinados o desaparecidos por la tiranía de Fulgencio Batista, tenía el deber de contribuir a la nueva obra que comandaba Fidel, acompañado de Ernesto “Che” Guevara, Camilo Cienfuegos y todo un ejército guerrillero.
En el transcurso de los años, vi a Fidel, desde lejos, en distintos escenarios y particularmente quedó grabado en mi memoria cuando en una de las noches -como asiduo visitante del periódico Granma- yo me encontraba de guardia y quiso la casualidad de que presenciara su llegada.
Su paso impresionantemente largo, apurado y firme, su rostro nórdico y rosado contrastaba con el verde olivo del uniforme. Cortés y preocupado por cada detalle que encontraba a su paso, saludaba a todos los trabajadores. Fueron incontables noches de su vida dedicadas a los periodistas, al periódico, y a los grandes acontecimientos que vivía el país y que al siguiente día millones de cubanos leeríamos en la prensa.
Para Fidel siempre estuvo muy claro el verdadero papel de la prensa en nuestra sociedad y así queda recogido en la historia durante más de 50 años de Revolución. Enemigo de secretismos o formalidades burocráticas consideró la formación, preparación y atención de los periodistas como una necesidad.
La Mesa Redonda en la televisión nacional, iniciada para demandar al Gobierno de Estados Unidos la devolución del niño Elián González, es uno los trascendentales escenarios que tuvo para estar todavía más en contacto e informar a ese pueblo que le fue inseparable.
En la Radio Habana Cuba tuve el privilegio y la experiencia de haberlo seguido en ese espacio, al cual dio vida. Tuve, en casi una década, la posibilidad de resumir las largas intervenciones de Fidel, en las cuales devino maestro, tratando diversidad de temas del acontecer cubano y extranjero.
Muchos fueron los discursos, devenidos diálogos, que iniciados -a veces a las cinco de la tarde- traspasaron después la media noche, sin darnos cuenta. El operador de audio y yo, en ocasiones junto a la colega Susana del Calvo, disfrutábamos sus explicaciones, denuncias y enseñanzas.
Su espectacular oratoria sencilla y clara para cualquier oyente es una de esas raras cualidades que puede tener un estratega político, un gobernante: y él las tuvo, las tiene ganadas para la Historia.
Ser humano de extraordinaria solidaridad y sensibilidad deja a los cubanos y todos los hombres de buena voluntad del orbe la enseñanza de dar desprendidamente lo que tenemos, no lo que nos sobra.
Ello se materializa en los cientos de miles de latinoamericanos y de otras latitudes que recuperaron la visión y la salud, gracias a las misiones médicas enviadas por la Mayor de las Antillas. Otros cientos de miles de personas en la región aprendieron a leer y escribir por la labor de los maestros cubanos. Tampoco faltarán pueblos en Latinoamérica, África o Asia agradecidos del apoyo en las luchas de liberación nacional o frente al enemigo.
Asimismo, gobernantes que no lo recuerden por su intervención en el escenario internacional o el apoyo ante las causas injustas, desastres naturales y en los más trascendentales momentos de la escena política del siglo XX y los primeros años del actual.
Muchos son los activistas de movimientos sociales y líderes mundiales y de América Latina que escucharon sus criterios o buscaron un consejo aun durante la dolencia que motivó la dejación de sus cargos.
Todos sabíamos que llegaría este día, para el que nos preparó con sus Reflexiones, como intelectual visionario de los difíciles tiempos que vive el mundo. Ahora, más que llorar es importante defender la obra que nos lega.
El adiós terrenal de Fidel Castro deviene por su trascendencia, un largo viaje a la Eternidad.