por Lisandra Romeo Matos
Esta es la crónica, con el perdón de los cronistas, más difícil en mi corta carrera profesional, esa que nunca hubiese querido redactar y que va para ti, Fidel. Sí, ahora, cuando han pasado casi dos días de tu partida.
Ya comienzo a asimilar la noticia de que te fuiste, silencioso, mientras las horas se fugaban aparentemente normales y nosotros los mortales jugábamos a vivir. Nosotros los mortales, sí, Fidel, porque tú eres como un Dios.
Varón hecho con polvo de estrellas u otra materia milagrosa, parece que hubieses venido de otro planeta a enseñarnos a ser mejores y ahora te vas, porque te sabes padre de un proyecto que soñaste y hoy se enraíza en este suelo.
Afortunada Cuba de que le naciera un hijo como tú, el más grande junto a José Martí, almas gemelas que en épocas diferentes guiaron por la senda de la libertad a una nación encadenada.
Fidel el país, Fidel “el caballo”, Fidel el líder, Fidel el comunista, Fidel el Comandante en Jefe, solo cinco razones de cientos que encierran tanto significado y que vienen a la mente, anidando en medio de la tristeza y del nudo en la garganta.
Pero no es momento de llorarte, a los hombres grandes no se les llora, se les siembra en la parte izquierda del pecho, para que vuelvan a nacer.
Esta tierra te seguirá invocando y,escúchalo bien, donde sea que estés, Fidel, no te irás definitivamente, los cubanos no te dejaremos partir, como tampoco lo harán los hombres de todo el orbe que te conocieron y abrazaron tu causa y tus proezas.
Llegaste, gigante, a cada rincón del planeta. Hubo quienes quisieron eliminarte, otros dijeron que te equivocaste; pero somos más, muchos más, los que reverenciamos cada acción tuya para convertirnos en personas dignas.
Gracias Fidel, vivirás eternamente, porque ni la muerte física te apartará de la memoria y del corazón de todos los hijos que dejaste en este pedazo de tierra que, sólo tú, supiste ubicar en el mapa mundial.
(ACN)