por Paquita Armas Fonseca
Raúl lo dijo: habrá que legislar para que no se incumpla el deseo de Fidel: no habrá monumentos en su memoria, ni calles, ni escuelas ni nada que lleve su nombre, ahora y en el futuro.
Me pregunté ¿y dónde se le rendirá tributo? Lo acabo de ver: en el centro de una gran piedra, trasladada desde la Sierra Maestra, la sencillez más grande para un hombre inmenso, sigo diciendo que el más grande del siglo XX.
Ya el Uno, el Caballo, Atila, el Fifo, “el hombre”, está cerca de su primer maestro José Martí y de Frank, de Mariana y Carlos Manuel de Céspedes, de decenas de combatientes que guarda el cementerio de Santa Ifigenia.
Y está (¿quién lo duda?) en miles de hombres y mujeres del mundo que llenaron de flores las embajadas de Cuba en sus países, en la brasileña que se pagó un viaje para estar en Santiago, en el pecho adolorido de Evo, de Maduro, de Daniel, en las palabras razonadas de Correa, en los ojos tristes de Lula, de Dilma y Mujica, en la de tantos amigas y amigos de otras naciones que se han unido a los cubanos en estos días de dolor.
Pero sobre todo, está en los jóvenes llorosos, gritando Yo soy Fidel, en los niños con ese nombre escrito en la mejilla, en la frente, ellos son el monumento escogido por Fidel para seguir existiendo en la eternidad. Haber vivido bajo su signo es indudablemente un privilegio que nos envidiarán las generaciones futuras.
(CubaSí)