por Vladia Rubio
Por más de 50 Años, Dinorah bordó con primor y casi solemnidad el rombo rojo y negro, la estrella y las ramas de olivo que el líder histórico de Cuba, Fidel Castro, llevó sobre sus hombros.
Por estos días luctuosos se ha reiterado la imagen de los grados de Comandante en Jefe que acompañaron a Fidel Castro, el eterno líder cubano, sobre los hombros de su uniforme verde olivo.
A modo de homenaje, este grado se ha visto multiplicado en fotos, dibujado en la piel, en pancartas y también prendido de modo simbólico en las chaquetas de locutores de la televisión que conducen la transmisión especial con motivo del deceso de este hombre de talla universal.
Con el mismo arrobamiento con que fue cosida la primera bandera cubana, Lucía Lucinda Betancourt Montenegro, siempre conocida por Dinorah, bordó durante más de cinco décadas los Grados de Comandante en Jefe.
En entrevista conferida hace dos años a la periodista Rosa Miriam Elizalde, esta cubana, ya octogenaria, refería que: “En 1960 llegó a mi casa un escolta de Fidel. Alguien le había dado una referencia de nosotras, porque mi hermana y yo aprendimos el oficio de mi madre, y con eso nos ganábamos la vida. Él traía un uniforme y me pidió que le bordara los grados de Comandante. Yo no era nadie; qué honor”.
Crecida en el barrio habanero de Luyanó, la Dinorah de entonces 83 años, contó que en los inicios de la Revolución, el diseño de los grados no incluía las ramas de olivo, solo el rombo rojo y negro con la estrella solitaria en el centro.
Con el ánimo perfeccionista que la caracterizaba, primero, perfeccionaba el trazado y luego, con hilo de algodón 50 mercerizado, daba color al emblemático símbolo.
Según narró en la citada entrevista, tardaba unas tres horas en concluir su quehacer, primero marcado con pespuntes y luego bordado “al pasado”, siempre de derecha a izquierda y con puntadas verticales.
“A veces llegaban y me decían: ¡Esto es para ayer. El Comandante se va de viaje mañana!, y yo me quedaba bordando hasta la madrugada”, contaba.
Aunque Norah se jubiló en 1986, continuó bordando en su casa los grados de Fidel, y luego los de Raúl Castro.
Esa humilde cubana, consagrada a una anónima tarea que le llenaba de orgullo, solo estuvo frente a Fidel en una sola oportunidad. Fue en 1994, cuando recibieron un diploma de reconocimiento los trabajadores de Palacio con más de 30 años laborando junto al Comandante. El propio Fidel le entregó el diploma, que ella conservaba con celo junto a una foto de la ocasión.
Narró a la entrevistadora que cierta vez se enfermó, y al verse imposibilitada de cumplir con su tarea se conformó pensando que otra compañera la haría por ella. En definitiva, supuso, él no sabía quién era ella.
Pero alguien le contó que escuchó a Fidel comentar que aquellos grados no habían sido bordados por Dinorah.
“Él sí lo sabía, él sabe quién es Dinorah, la bordadora”, concluyó con la satisfacción de quien recibe un gran regalo.
Dolorosamente, ya ninguna aguja tendrá que estar trabajando en la madrugada y contra reloj configurando los emblemáticos grados. Pero hoy cada cubano anda bordando con hebras de tristeza y compromiso el rombo rojo y negro, las ramas de olivo y la estrella, que se multiplica en los millones que repiten ¡Yo soy Fidel!
(CubaSí)