Por Jorge Wejebe Cobo
La mañana del siete de diciembre de 1896 se presentaba despejada para el Lugarteniente General Antonio Maceo en su campamento de Punta Brava, a las puertas de Marianao, localidad que pensaba atacar para llevar la guerra hasta el mismo centro del poder colonial en La Habana.
Después de culminar la invasión en el extremo más occidental de Cuba, en Mantua, Pinar del Río, y participar en memorables combates, cruzó la Trocha del Mariel con unos pocos acompañantes en un bote por la bahía del mismo nombre, ante las narices de las fuerzas colonialistas y fue recibido con gran entusiasmo por las divisiones de mambises en territorio habanero, ante los cuales exclamó que con ellos se podría ir al cielo.
Nada presagiaba que una cadena de circunstancias desfavorables y el propio azar serían funestos para el rumbo de la contienda independentista durante esa jornada.
Al parecer una insuficiente organización de la defensa del campamento, la propiedad rural dividida por cercas de piedras y otras realizadas con estacas utilizando el alambre de púas, serían determinantes en los hechos posteriores.
Alrededor del mediodía fuerzas hispanas irrumpieron en el perímetro del campamento y solo la respuesta de fuego de los cubanos evitó que siguieran avanzando. Mientras, Maceo enfrentó la concentración enemiga atrincherada tras muros de piedras.
El Titán de Bronce ordenó cortar una cerca de alambre de púas que le impedía la maniobra a sus fuerzas, minutos que permitieron a los soldados españoles disparar contra el jefe insurrecto.
"Esto va bien", le oyeron decir cuando una bala le penetró por el maxilar derecho, se lo fracturó en tres pedazos, y le seccionó la carótida.
Los integrantes de su escolta trataron de sacar del lugar el cadáver de Maceo, pero la mayoría resultaron heridos en el intento por el nutrido fuego de los peninsulares y tuvieron que desistir, al no contar con ayuda adicional y el desconcierto reinante ante la caída del prócer mambí.
Panchito Gómez Toro, su ayudante e hijo del Generalísimo Máximo Gómez, quien se encontraba recuperándose de una herida con el brazo izquierdo en cabestrillo, al enterarse de la caída de Maceo no hizo caso de las advertencias y contestó que moriría al lado de su jefe, lo cual cumplió.
A esas alturas de los acontecimientos, el coronel Juan Delgado, jefe del Regimiento de Santiago de las Vegas, rojo de ira ante la desorganización imperante dijo: "El que sea cubano, el que sea patriota, el que tenga vergüenza, que me siga" y con un grupo de jinetes rescató el cuerpo del Lugarteniente General y el de su ayudante, quien fue asesinado por el enemigo que lo encontró vivo después de tratar de suicidarse con un arma blanca.
Aquella tarde culminó su paso por la tierra el Titán de Bronce Antonio Maceo, y aunque su muerte fue un rudo golpe para la causa independentista, su ejemplo y legado acompañaron desde siempre el largo proceso insurreccional cubano en pos de su definitiva independencia, solo alcanzada el primero de enero de 1959.
Pero otros enigmas estarían ligados a él, no como presagio fatal y sí de alto simbolismo cuando 120 años después de su caída, partió también rumbo a la inmortalidad el Comandante en Jefe Fidel Castro.
En la Plaza de la Revolución Antonio Maceo, en Santiago de Cuba, y en la base del monumento erigido al Titán, Raúl en la despedida de Fidel, ratificó la intransigencia revolucionaria del pueblo cubano al citar al prócer independentista cuando dijo: "Quien intente apoderarse de Cuba, solo recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha". Hasta la victoria siempre, Fidel, expresó el presidente cubano.
(Tomado de la ACN)