Por Marta Harnecker
Querido Fidel,
1. No quiero hablar de ti sino hablar contigo, porque tú sigues estando presente entre nosotros y lo estarás siempre.
2. Me excuso por tratarte de tú, pero te siento tan cercano que he sentido la necesidad de hacerlo.
3. Tú sabes que mi segunda patria es Cuba, país que me acogió a mí como a miles de compatriotas, con los brazos abiertos cuando era perseguida en Chile por tratar de construir una sociedad humanista y solidaria inspirada en tus enseñanzas. Y sabes que pude formar en tu país un hogar feliz con uno de tus más fieles compañeros.
4. Fidel tú has servido de aliento e inspiración a los pueblos de América latina y del mundo.
La política como el arte de hacer posible lo imposible
5. Siempre entendiste que la política no era el arte de lo posible —la visión conservadora de la política— sino el arte de hacer posible lo imposible, no por una actitud voluntarista, sino por entender que la política es el arte de construir una correlación de fuerzas social, política y militar que permita transformar las condiciones actuales de la lucha haciendo posible en el futuro lo que en el momento presente aparece como imposible.
6. Contra el fatalismo que reinaba en la izquierda de aquella época, demostraste que era posible vencer a un ejército regular a pesar de la sofisticación de su armamento. Usando la táctica guerrillera del ataque por sorpresa al enemigo en sus puntos más débiles, lograste acciones victoriosas que debilitaron su fuerza militar, pero sobre todo, que minaron su moral.
7. Pero, el camino de las armas no fue para ti un objetivo en sí, sino sólo un medio. Pensabas como Martí que es criminal quien promueve en un país la guerra que se puede evitar; pero que también lo es quien deja de promover una guerra que se presenta como inevitable.
8. Tu gran mérito histórico fue haber sabido definir con claridad cuál era el eslabón decisivo que permitiría asir toda la cadena y de esa manera hacer triunfar la revolución, y eso no era otra cosa que la lucha contra el dictador Batista y el régimen que él encarnaba.
Veías claramente la necesidad de unir el máximo de fuerzas sociales para derrocar esa tiranía. No era posible pensar sólo en los sectores revolucionarios, había que pensar también en convocar a los sectores reformistas y aún a aquellos sectores reaccionarios que tuvieran la más mínima contradicción con el dictador.
9. Admirabas en Martí no tanto las proezas que había realizado en el campo de batalla, como la gigantesca proeza de unir a los cubanos para la lucha. Estabas convencido de que sin ese esfuerzo Cuba sería todavía una colonia española o una dependencia de los Estados Unidos.
10. Y para lograr esta amplia unidad tuviste es que ir cediendo en cuestiones programáticas.
11. En el Programa del Moncada ( 16 de octubre de 1953 ) planteaste sólo medidas de tipo “democrático‑burgués” y aunque proponías medidas que afectarían a los intereses norteamericanos, nunca hiciste una declaración formal antiimperialista.
Más tarde, en el Pacto de la Sierra (12 de julio de 1957), fruto del acuerdo entre los representantes burgueses y los rebeldes en la Sierra, no se menciona la participación de los obreros en las utilidades de las empresas, ni la participación de los colonos en el rendimiento de la caña.
Tampoco se habla de la confiscación de los bienes malversados ni de la nacionalización de los trusts eléctrico y telefónico que junto con la aplicación consecuente de la reforma agraria, se transformarían de hecho en medidas antiimperialistas, todas medidas que figuraban en el Programa del Moncada.
Finalmente, en el Pacto de Caracas (20 de julio de 1958), el programa mínimo se reduce a las medidas más esenciales: castigo a los culpables, defensa de los derechos de los trabajadores, orden, paz, libertad, cumplimiento de los compromisos internacionales y búsqueda del progreso económico, social e institucional del pueblo cubano.
12. En lo que nunca cediste fue en cuestiones de fondo, aquellas que considerabas podían estancar el desarrollo del proceso revolucionario: rechazaste siempre tanto la injerencia extranjera en la lucha nacional como el golpe militar interno; y siempre te negaste a conformar un frente que excluyera a alguna de las fuerzas representativas de un sector del pueblo.
Unidad de las fuerzas revolucionarias
13. Nadie como tú luchó por la unidad de las fuerzas revolucionarias y el pueblo.
14. Nos enseñaste que la revolución es una guerra y que para enfrentarla en mejores condiciones el ideal es tener un comando único que sea capaz de orientar los combates definiendo claramente cuál es el enemigo estratégico y el enemigo inmediato, la forma que debe adoptar la lucha, la situación actual en que ella se encuentra y la política a seguir para ganar cada vez más adeptos contra ese enemigo inmediato.
15. Pero también nos advertiste que una cosa es el ideal y otra la realidad y que hay que comenzar a trabajar con lo que hay.
16. Nos enseñaste que hay que buscar primeramente la unidad de las fuerzas revolucionarias y sólo después de realizar un esfuerzo en este sentido te planteaste una unidad más amplia. Sin embargo, no fuiste rígido en eso, el no logro de esa meta en forma inmediata no te detuvo en tu avance hacia la unidad más amplia.
17. Insististe en que no deberíamos empezar por ponernos metas máximas sino mínimas.
18. Nos advertiste que pretende gestar una unidad de las fuerzas revolucionarias prematuramente, cuando todavía no estaban dadas las condiciones para ella, sólo daría por resultado una unidad formal que podía hacerse trizas ante cualquier adversidad.
19. Sabiendo la realidad político‑ideológica de Cuba, preferiste evitar las discusiones teóricas convencido de que la aplicación de una estrategia correcta, sería más convincente que muchas palabras.
20. Y otra cosa muy importante, fuiste capaz de valorar en forma correcta el aporte de todas las fuerzas revolucionarias sin fijar cuotas de poder ni en relación a su grado de participación en el triunfo de la revolución, ni en relación a la cantidad de militantes que se posea. Combatiste siempre cualquier “complejo de superioridad”.
21. Insististe en que la revolución tenía que estar por encima de todo lo que cada uno de ustedes había hecho en el pasado, que lo importante era lo que todas esas fuerzas hicieran juntas en el porvenir y por eso no cobraste derechos de autor, y, a pesar de que el Movimiento 26 de Julio era reconocido por la inmensa mayoría del pueblo como el artífice de la victoria, tu abandonaste la bandera de tu movimiento para asumir la bandera de la revolución.
22. ¡Cuán distinta sería nuestra realidad latinoamericana hoy si hubiésemos tomado en cuenta tus orientaciones!
23. Contra el fatalismo de los analistas internacionales de la época, demostraste que se podía intentar empezar a construir el socialismo muy cerca de las costas de la más grande potencia imperialista mundial, y que se podía resistir a las constantes agresiones externas a pesar de sus efectos negativos sobre la vida cotidiana del pueblo, porque por encima de todo eso estaba la dignidad de un pueblo que había conquistado su derecho a hacer su propia historia.
Un lenguaje apropiado
24. Querido Fidel, también aprendimos de ti cómo había que hablarle al pueblo. No solo había que hacerlo con absoluta honestidad, sino usando las palabras que la gente sencilla pudiese comprender.
25. Por eso consideraste que, en medio del ambiente macartista y anticomunista que reinaba en tu país y en el mundo, era un absurdo hacer declaraciones de fe marxista‑leninista. No había que hacer declaraciones, había que actuar y demostrar en los hechos lo justo de los planteamientos revolucionarios.
26. Y también por eso consideraste que el factor unificador del Movimiento 26 de Julio no podía ser la ideología marxista‑leninista, que había sido asimilada sólo por los cuadros más avanzados del Movimiento, sino la lucha contra Batista por una vía nueva, armada, y que esa lucha debía conducir a transformaciones sociales radicales, tanto en el plano político como social y a la conquista de la verdadera soberanía nacional.
Sueños revolucionarios truncados
27. Por último, aprendimos de ti y de la revolución cubana que muchos sueños de los revolucionarios no pueden materializarse, no porque no se sean ideas nobles y buenas, no porque falte de voluntad en sus filas, sino porque el enemigo —alertado de los objetivos perseguidos— obliga a tomar otros caminos.
Un hecho muy ilustrativo es el deseo inicial de la revolución cubana —una vez terminada la guerra contra Batista— de transformar los cuarteles en escuelas. Tú no traicionaste ese bello ideal.
Fue la constante agresión del gobierno estadounidense la que obligó a tu país a posponer su concreción, llevándolo a construir la fuerza militar más poderosa de América Latina en proporción a su número de habitantes. La dirección de la revolución comprendió que prepararse para la guerra era la mejor forma de evitarla.
28. Yo fui testigo —al visitar por primera vez Cuba a mediados de 1960— de cómo un cuartel en la Sierra Maestra se había transformado en una escuela.
Pero no sólo esa idea se había plasmado en una realidad tangible, sino que ya en esos tempranos tiempos estaba presente otra de las grandes características de tu conducción revolucionaria: la solidaridad con todos los pueblos del mundo.
Esos niñitos de 10 a 12 años, al saber que yo venía de Chile a visitarlos y que en mi país había ocurrido recientemente un terremoto, me contaron que estaban esperando la llegada de un grupo de niños chilenos para acogerlos en Cuba mientras se reconstruían sus casas dañadas por el sismo.
Nunca podré olvidar dicha experiencia: era sorprendente cómo niños tan pequeños estaban informados de lo que pasaba en nuestros países y como se había logrado despertar en ellos un sentimiento de solidaridad hacia el sufrimiento de otros pueblos.
29. También fui testigo —años más tarde— de cómo en cada edificio de microbrigada que se construía en La Habana, sus trabajadores cedieron uno de sus departamento a una familia chilena perseguida por la dictadura de Pinochet.
30. Estos son pequeños testimonios de solidaridad internacional, pero allí están también de las grandes epopeyas como la de Sud África y la de Angola, donde miles de cubanos lucharon cuerpo a cuerpo con sus hermanos africanos para vencer la opresión que sufrían sus pueblos.
31. Para terminar quiero decirte con toda honradez que no siempre estuve de acuerdo con todas las medidas que tomaste o las ideas que propusiste, pero son tanto más las que compartí que no creo necesario detenerme en aquellas en esta ocasión.
Fidel espero que compartas conmigo la idea de que la mejor forma de homenajearte es que nos comprometamos a hacer nuestros tus combates, a caminar en tu misma dirección.
Así ya no habrá un Fidel, habrá miles, millones y, más temprano que tarde, se irán abriendo más y más las grandes alamedas por donde transitarán hombres y mujeres libres constructoras de ese mundo humanista y solidario en el que has soñado.
Nota de la autora: Un desarrollo mucho más amplio de las ideas de Fidel acerca del frente político y la unidad de las fuerzas revolucionarias se encuentra en mi libro: La estrategia política de Fidel: Del Moncada a la victoria escrito en 1985.
(Tomado de Cubadebate)