Ha transcurrido una semana y, aunque el duelo oficial cesó, los cubanos llevamos un luto muy adentro. Parecía que la muerte no estaba hecha para él, que jamás tendríamos la responsabilidad de realizar honras fúnebres, ni veríamos rosas blancas adornando un cortejo que lo llevaría para siempre a su descanso en el oriente del país.
El silencio de aquellos primeros días perdura, la noticia aún parece increíble, y los rostros de un pueblo desbordado de tristeza perviven en la memoria.
Lo sucedido durante estos días quedará por siempre en la historia de Cuba. Yo sabía que la gente lo quería, que los agradecidos llorarían todos los días su ausencia física, que los niños ya no lo verían aparecer de repente en las escuelas, que los maestros ya no contarían con sus enseñanzas, que los médicos —alguna vez— no tendrían su ejemplo vivo de ética revolucionaria, que los campesinos y obreros no disfrutarían de viva voz sus saberes.
Todo eso es verdad. Más es difícil de creer que ya no estará entre nosotros con su digna esbeltez y paso guerrillero.
Han sido siete días de un dolor infinito, insuperable, y me apena imaginar a aquellos que creyeron un país diferente, que soñaron con “una Cuba sin Castro”, como decía el enemigo para reducir su porte de estadista y gigante.
Ha transcurrido una semana y la reafirmación del pueblo es la de continuar su camino, la de trabajar para caminar hacia delante, la de multiplicar su pensamiento y enaltecer con hechos la obra iniciada hace más de un siglo.
¿Qué nos deja su desaparición física, qué legado debemos honrar en lo adelante? Luego de percibir las espontáneas imágenes de mujeres, hombres, niños y ancianos, en cualquier rinconcito del país por donde pasó el cortejo, no me alberga la menor duda de que el Comandante selló para siempre la unidad del pueblo; quizás sea esa la herencia más preciada.
Si el cantautor Raúl Torres subrayó en Cabalgando con Fidel que “aprendimos a saberte eterno...”. Ahora te digo ¡Comandante! que tantas personas de Cuba y del mundo no podían estar equivocadas y que tanto amor profesado ha sido sincero.
Escrito por Alina M. Lotti/CubaSí