Por Martín A. Corona Jerez
Uno de los teóricos más lúcidos de la revolución socialista en Cuba, Armando Hart Dávalos, afirmó que resultará imposible escribir la historia de Fidel Castro Ruz sin mencionar a Celia Sánchez Manduley, ayudante personal del Comandante en Jefe durante 23 años y “flor más autóctona” del proceso.
Al despedir el duelo por la muerte de la heroína, fallecida en La Habana, el 11 de enero de 1980, Hart Dávalos dijo, además, que Celia entró a la historia del país por una senda independiente.
Enemiga de protagonismos y reconocimientos, y pura como manantial, se hizo de un espacio propio, nada pequeño, en el corazón del pueblo y en la memoria de la nación, al lado de hombres brillantes.
Baste mencionar al padre, el médico rural y revolucionario Manuel Sánchez Silveira, y a Fidel.
Nació el 9 de mayo de 1920, en el poblado de Media Luna; vivió largas temporadas en la ciudad de Manzanillo, y desde 1940 residió en Pilón, un pobladito pobre situado en el suroeste de la Sierra Maestra.
Los tres lugares están pegados al mar y pertenecen a la oriental provincia de Granma.
Creció al compás de una esmerada labor educativa de la familia, incluyendo ejercicios en contacto con la naturaleza, participación en acciones patrióticas, fiestas, viajes, y delicado cultivo de amistades, sin desdeñar a los pobres.
El carácter y el temperamento influyeron para que no completara el nivel medio de enseñanza, pero la inteligencia, la sagacidad, la lectura y el afán de saber les aportaron conocimientos y habilidades de diversos campos.
La acción eficiente, voluntaria y diversa como asistente del padre, la incluyó en momentos históricos, entre ellos la colocación del busto de José Martí en el Pico Turquino, el más alto de Cuba, en 1953.
Antes había intervenido en actividades del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), cuya principal figura en Pilón era Sánchez Silveira, y en 1948 tuvo en su hogar al líder nacional de la agrupación, Eduardo Chivás.
Desde finales de 1953 y durante buena parte de 1954, relevó al padre, debido a situaciones de salud, organizó una red clandestina de militantes ortodoxos en Pilón, Niquero, Media Luna, Campechuela y Manzanillo, e intervino en contactos conspirativos en La Habana y Santiago de Cuba.
El objetivo era esconder en Pilón a Millo Ochoa, líder ortodoxo de quien se decía que encabezaría un movimiento insurreccional contra la tiranía de Fulgencio Batista, pero la propuesta se ahogó entre cobardías y superficialidades.
Por aquel tiempo, Celia siguió sus gestiones a favor de los jóvenes encarcelados debido a las acciones del 26 de julio de 1953, y llegó a crear una organización llamada Movimiento Revolucionario Masó, que duraría poco tiempo.
Uno de los propósitos era acopiar fondos a fin de ayudar a los asaltantes encarcelados, pero también elaboró un plan para colocar una bomba a Fulgencio Batista, si efectuaba su anunciada visita a Manzanillo, hecho que no ocurrió.
La conspiradora se vinculó con jóvenes revolucionarios de Manzanillo y Santiago de Cuba, incluidos algunos que ocuparían puestos directivos en el Movimiento 26 de Julio.
A esta organización se incorporó tempranamente, en julio de 1955, según manifestó el historiador Pedro Álvarez Tabío, en el libro Celia. Ensayo para una biografía.
Además de estructurar el Movimiento en Pilón, agregó el investigador, lo extendió a algunas comunidades de la Sierra Maestra y se conectó con conspiradores de Niquero, Media Luna, Campechuela y Manzanillo.
Una tarea importante, escribió Álvarez Tabío, fue crear la red humana encargada de ayudar, tras el desembarco, a los expedicionarios del yate Granma.
Otra labor notabilísima fue la de conseguir mapas e informaciones de la posible zona de desembarco.
Sin embargo, el levantamiento armado en Santiago de Cuba precedió al desembarco; los expedicionarios llegaron por un punto no pronosticado, y tres días después de tocar tierra, fueron dispersados.
Así fue puesta a prueba la red, que, con ayuda mayoritaria de personas no previstas, salvó a los principales jefes del grupo armado y los condujo a sitios intrincados de la Sierra Maestra, donde comenzaría la parte final de la Guerra de Liberación Nacional (1956-1958).
Después, Celia resultaría la primera mujer incorporada al Ejército Rebelde, cuyos integrantes la recuerdan como verdadera madre y hermana.
Tras el triunfo popular de 1959, miles de compatriotas humildes encontraron en ella atención, cariño, respeto, consejos y soluciones.
Ahora, a 37 años del deceso de la flor de la Sierra y el Llano, y a solo semanas de que Fidel se le uniera en la senda de la eternidad, ambos héroes alumbran unidos e inapagables el cielo limpio de la Patria libre.
(Tomado de la ACN)