Cuba: Una Campaña Magistral

Editado por Maite González Martínez
2017-01-20 08:36:25

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Por Rafael de la Morena (Colaborador PL)

En la epopeya de las guerras por la independencia de Cuba hubo momentos críticos que solo fueron superados por la habilidad y el patriotismo de jefes salidos del pueblo, prueba de ello fue la Campaña de La Reforma, obra del Generalísimo Máximo Gómez.

El año 1896 fue escenario de importantes éxitos del Ejército Libertador cubano, principalmente por el triunfo de la Invasión a Occidente, pero también las filas patriotas sufrieron las sensibles pérdidas de jefes insustituibles como los Generales Juan Bruno Zayas, Serafín Sánchez, José María Aguirre, José Maceo Grajales y sobre todo la del Lugarteniente de las fuerzas mambisas, el Titán de Bronce, Antonio Maceo Grajales.

Los españoles intentaron capitalizar estas dificultades de los insurrectos y se lanzaron a la ofensiva, aprovechando sus enormes ventajas en armas, hombres, transportes y abastecimientos, lograron poner a la defensiva a las tropas libertadoras del Occidente cubano. Estas últimas a pesar de su precaria situación continuaron la lucha en aquel territorio llano y estrecho, pero necesitaban apoyo de otras regiones para prolongar la resistencia.

El Generalísimo Máximo Gómez, en su calidad de jefe supremo de las fuerzas emancipadoras, asumió la responsabilidad de aliviar la tremenda presión que sobre sus compañeros de Occidente ejercían los españoles. Se dirigió al centro de la Isla, en la actual provincia de Sancti Spíritus, y preparó la Campaña de La Reforma.

En un territorio reducido, limitado por los ríos Jatibonico del norte y del sur al oeste, la Trocha de Júcaro a Morón al este, la costa de las llamadas bahías de Buena Vista y los Perros en la zona de la cayería Jardines del Rey al norte, y la del Golfo de Ana María en el Mar Caribe al sur, espacio geográfico de unos 200 kilómetros cuadrados, fue donde el Hijo predilecto de Quisqueya se propuso desgastar al ejército colonialista.

Desde este reducto, donde había nacido su hijo Panchito, caído junto a Maceo tres semanas antes, el Generalísimo lanzó su guante de desafío a los ocupantes. El Capitán General ibérico, Valeriano Weyler, obsesionado con la idea de eliminar a Gómez para aplastar la rebelión, envió sobre el temible anciano, 33 batallones y 40 escuadrones que operaban en Occidente, con lo cual el genial dominicano logró de entrada su objetivo de ayudar a los estoicos combatientes de Pinar del Río, La Habana y Matanzas y a sus aguerridos jefes Manuel Lazo, Pedro Betancourt, Juan Delgado y Rafael de Cárdenas.

Se considera que la primera fase de la maniobra del Héroe de Palo Seco comenzó el mismo 2 de enero de 1897, con un ataque a la columna española acampada en Marroquí, acción a la que siguieron una serie de operaciones con el clásico sello de lucha de guerrillas de Gómez, en las que era un verdadero maestro.

A pesar de una correlación de fuerzas inverosímil: 100 a 1, Gómez tomó las riendas de la dura operación para la que disponía del apoyo de la Primera División del Cuarto Cuerpo del Ejército Libertador, que incluía las Brigadas de Sancti Spíritus, Remedios y Trnidad y los bravos de su fogueada escolta, dirigida por el Coronel Bernabé Boza. Eran un puñado de valientes que, cuando más, llegaron a totalizar unos cinco mil combatientes; estos, con asombrosa movilidad, se concentraban o dispersaban según conviniera a los audaces planes de su jefe.

Luego del amago de Marroquí fueron decisivos para atraer a los grandes contingentes hispanos, dos hechos: la noticia de que el General en Jefe cubano preparaba entre aquellas lomas, ríos, llanos y bosques tan conocidos por él, otra invasión a Occidente, y el sitio al pueblo fortificado de Arroyo Blanco. El mando de la Metrópoli se vio obligado a enviar sus mejores tropas y oficiales a la trampa colosal donde los esperaban los afilados machetes de Gómez y sus espartanos.

Los principales asentamientos del terreno de operaciones elegido por el Cuartel General cubano, sufrieron los embates de sorpresivas acciones que causaban estragos constantes, léase Mayajigua, Pinas, Chambas, Jatibonico y Florencia, mas los guerreros de la enseña tricolor no daban momento de reposo a las mesnadas del pabellón rojo y gualda.

En el combate de Santa Teresa los días 8 y 9 de marzo Gómez batió duramente a una columna de mil hombres, y lo mismo hizo con otra de 5 mil el 17 de abril. El Viejo orientaba las frecuentes emboscadas, mediante la clásica provocación a las columnas enemigas, por grupos de jinetes que las llevaban a caer entre el fuego cruzado de expertos tiradores mambises, quienes con serenidad mantenían su posición a pesar de recibir las descargas cerradas españolas, en sus intentos de escapar de cada celada tendida por unos rivales que se les volvían invisibles.

Desde su base central en los potreros de la Reforma, al noreste de Jatibonico, al General en Jefe, secundado por oficiales como Pedro Díaz y José Miguel Gómez, le resultaba fácil mover las piezas del ajedrez con que tenía en jaque a las decenas de miles de efectivos de Weyler. A finales de mayo del 97 comenzó la segunda fase de su plan, en la que entraban a jugar los que el dominicano llamaba sus tres generales: junio, julio y agosto, con su calores e intensas lluvias, que convertían en pantanos los escenarios bélicos.

Las excelentes tropas cubanas, que conocían el lugar como la palma de su mano, arrastraban a los contingentes hispanos a largas y agotadoras persecuciones, que los llevaban a intrincados sitios, donde al llegar la noche y acampar, eran tiroteados causándoles innumerables bajas y un insoportable desgaste síquico. El sofocante calor tropical, los insectos y su secuela de enfermedades se encargaban del resto.

La superior resistencia de los cubanos, acostumbrados a semejante clima, resultó primordial en la táctica de Gómez, pues grupos de mambises que apenas llegaban a 300 hombres tenían a los ibéricos en desplazamientos perennes, lo cual era insostenible; y con el pasar de los meses provocó que Weyler y luego su sustituto, Ramón Blanco, establecieran hospitales improvisados para los miles de heridos y enfermos, sin tener los recursos adecuados.

Aprovechando la temporada lluviosa, fuerzas del Regimiento de Caballería Volante de Taguasco hostilizaban columnas españolas por las zonas de Covadonga, El Majá, Ramón Alto, Ciego Caballo, Vega Grande y San José, mientras que las fuerzas de la Brigada de Sancti Spíritus atacaban columnas enemigas en El Jíbaro, Laguna de Miguel, Los Negros, Playa Alta, La Sierra y La Crisis.

Por otra parte, la Brigada de Remedios hostilizaba a los españoles en Piñero, Jobo Rosado y Jatibonico. También la Brigada de Trinidad sostenía enfrentamientos contra el enemigo en Taguanabo, Cansavaca, Condado, Caracusey, Sipiabo, Polo Viejo y Cariblanca. Asimismo, fuerzas dirigidas por el propio Gómez hacían fuego contra el poblado de Cabaiguán y destruían la línea telegráfica de Placetas a este lugar, en septiembre de 1897.

En octubre, cuando llegaba la época de la seca, comenzó le tercera fase de la Campaña de la Reforma. El General en Jefe se enfrentó entonces al nuevo Capitán General, Ramón Blanco Erenas, quien, exasperado por los continuos fracasos, lanzó nuevas ofensivas en un vano intento de desalojar a Gómez de su bastión, pero a su lista de triunfos los patriotas agregaron en noviembre y diciembre los de Ocujal, Los Hondones, Las Delicias y Demajagua. Para España aquella región constituía la prueba de su debacle en Cuba.

El jefe ibero intentó intensificar los ataques al baluarte cubano, pero lo que consiguió fue causar mayores estragos a sus huestes e incrementar la destrucción de la economía local. Los cubanos continuaron aplicando la misma táctica de guerrillas, indescifrable para los españoles, que sentían la imposibilidad de derrotar a un rival escurridizo, fantasmagórico. Vale señalar el tremendo espíritu de sacrificio de los soldados de la revolución, que, escasos siempre de municiones, mal alimentados y peor vestidos, nunca descuidaron la guardia y bajo la guía de su brillante líder, incansables, no dieron tregua al agresor, demostrando un elevadísimo sentido de moral combativa y amor a la Patria.

Hacia finales de enero de 1898 el Generalísimo consideró que los objetivos de su plan estaban cumplidos, se había logrado que los insurrectos de Occidente recuperaran su capacidad ofensiva, se probó que el Ejército Libertador podía sostener la contienda por el tiempo que fuera necesario, que la superioridad bélica española no bastaba para vencer a los revolucionarios y que la efectividad de la guerra de desgaste ejecutada por los mambises era invencible.

En un año entero de duro bregar en la región espirituana, los cubanos apenas perdieron un centenar de hombres, mientras que para España el desenlace del drama dejó una cifra espeluznante: 25 mil bajas, entre muertos, heridos, enfermos y desaparecidos; el desastre fue total. El valor, la disciplina, la entrega, la abnegación de los insurrectos, no conocieron límites, inspirados por el Napoleón de las guerrillas; nada ni nadie pudo derrotarlos; allí, en el corazón de la Isla, la manigua redentora resultó inexpugnable.

En el aniversario 120 de su hazaña, se recuerda al Mayor General Máximo Gómez, ejemplo de revolucionario internacionalista, y a sus heroicos compañeros, que fueron capaces de legar el patriotismo y la estrategia, la táctica y la victoria legendarias, que la Historia recoge como orgullo de las tradiciones cubanas de lucha: la Campaña de La Reforma.

 



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