Por Graziella Pogolotti*
Recién iniciado, el 2017 es año pródigo en efemérides que suscitan nuevas reflexiones acerca del proceso histórico del siglo XX, sus coordenadas planetarias y la intersección del acontecer nacional en contrapunto con los sucesos que sacudieron los centros de poder.
En el tramo de las ideas, el tránsito entre el XIX y el XX recibió el impacto de la aceleración de los cambios tecnológicos y su inserción en la vida cotidiana.
Con ese referente, la marcha ascendente hacia el progreso se asocia a la conquista de más anchas perspectivas para la felicidad humana. En rápida sucesión, las distancias se acortaron.
Había llegado la electricidad. Se incorporó el teléfono. El automóvil sustituyó al coche. La aviación convirtió en realidad un antiguo sueño, encarnado en el mito de Ícaro, perseguido ya por Leonardo da Vinci.
Bajo la visión optimista de un porvenir volcado hacia un progreso ininterrumpido, crecían las contradicciones.
La disputa por los mercados y por la distribución de África entre los imperios de entonces, conduciría al estallido de la I Guerra Mundial.
Involucrada en la contienda, Rusia aportaba combatientes reclutados en las franjas más pobres del campesinado y la clase obrera. Constituyeron una de las bases sociales propiciatorias de la Revolución de Octubre.
El nuevo poder se consolidaba desde los soviets de obreros y soldados, vocablo ruso universalizado, equivalente a lo que en Hungría y Alemania denominaron consejos, eslabón concebido para un ejercicio participativo de poder.
En 1927, el tirano Gerardo Machado se encaminaba hacia la prórroga de poderes en Cuba, detonante de una violenta reacción en la que nuevos interlocutores desafiaron el poder.
La voz y la acción de estudiantes y obreros tomaban cuerpo. La crisis estructural irreversible de la economía cubana, dependiente y monoexportadora de materia prima sin refinar, se hacía evidente.
Las formas más brutales de represión no pudieron contener la lucha popular. Al mismo tiempo, el debate de ideas sembraba futuro.
En 1927 aparecía la Revista de Avance, asociada a la primera vanguardia y a la defensa del arte nuevo. El cambio de época se expresaba de manera sustantiva en el empeño de los intelectuales por conquistar visibilidad y participación en el espacio público.
Muchos corrieron los riesgos consiguientes. Bajo el machadato, afrontaron cárcel y exilio. Establecieron vínculos cercanos con sus pariguales de la América Latina. El concepto de cultura pasaba por una transformación radical.
Cubanos, latinoamericanos e intelectuales venidos de otras partes se unieron diez años más tarde en Valencia con motivo del Segundo Congreso en Defensa de la República Española.
El pronunciamiento fascista de Francisco Franco disponía del apoyo de Italia y Alemania. Era el preámbulo de la II Guerra Mundial. Pablo Picasso acababa de pintar Guernica, denuncia del ensañamiento de la barbarie contra la inocencia.
Al término del conflicto, el número de víctimas alcanzó cifras hasta entonces impensables. La humanidad aspiraba a disfrutar un tiempo de paz. Un nuevo vocabulario adquirió carta de ciudadanía.
En su forma tradicional, el dominio colonial parecía quebrarse. El socialismo se extendía a parte de Europa y ganaba inmensos territorios en Asia.
Sin embargo, en muchos casos, la aparente independencia política enmascaraba un poderoso sojuzgamiento económico de las antiguas colonias, respaldado por la complicidad de algunas élites locales.
En ese contexto, el triunfo de la Revolución Cubana sorprendía al mundo y ratificaba la confianza en la construcción de una sociedad más justa.
La lucha en favor de un mundo mejor se estaba librando en los antiguos territorios periféricos y alcanzó momentos singulares que contaron con amplia solidaridad internacional.
En 1927, el Grupo Minorista, en el que convergieron poetas, artistas y pensadores, había dado a conocer un manifiesto que proponía un proyecto de recuperación de la nación y de la cultura.
Era un boceto para el cambio después del rudo golpe sufrido en la conciencia de todos por la mutilación de la independencia mediante la imposición de la Enmienda Platt y el Tratado de Reciprocidad Comercial.
Había que actuar, no solo con la creación de un arte vernáculo, sino a través de la participación de la vida pública, el rescate de nuestras múltiples raíces y el fortalecimiento de nuestro diálogo con la América Latina.
La propuesta de los intelectuales, con sus variados matices y, aun con sus contradicciones, entró en el cauce de la revolución antimachadista, que resultó ser mucho más que un acontecimiento político.
Sobre el trasfondo de una sociedad y una economía en crisis permanente, estaba cristalizando un ideario. Algunos de sus portadores cayeron por el camino. Postergados, los sueños de entonces se constituyeron en legado de porvenir.
El aniversario 50 de la caída del Che en Bolivia concita a un amplio debate acerca de un devenir histórico orientado a configurar un pensamiento de izquierda atemperado a las necesidades del momento actual, teniendo en cuenta el acelerado avance de una derecha afincada en la incertidumbre, el miedo y el escepticismo.
Ciertas señales sugieren modificaciones en el modelo de globalización instaurado en los últimos años.
En lo económico, los conflictos en la Unión Europea y la victoria electoral de Trump parecen reivindicar tendencia proteccionistas que amenazan la supervivencia de los más vulnerables en términos de desempleo, supresión de programas sociales y dramático crecimiento de la brecha social.
La aceptación acrítica de modelos culturales impuestos por la presencia invasiva de los medios, concebidos para promover un espectador pasivo domesticado por fórmulas evasivas de entretenimiento, requiere el desmontaje lúcido de mecanismos hipnóticos que se han universalizado.
Unidas al desprestigio de la política —comprometida en las trampas tendidas por la corrupción y por el descrédito de la ideología, asociada a las formas más burdas de propaganda—, estas tendencias inducen a la marcha pasiva de las mayorías hacia un destino que habrá de resultarles nefasto.
No nos dejemos tentar por la ritualización devota de las efemérides. Son parte de un capital utilísimo para redescubrir lo que hemos sido, encontrarnos con lo que somos y pergeñar proyectos realistas de beneficio común, para, evocando al Che, trazar el mejor camino a través de la selva.
*Destacada intelectual cubana
(Tomado del periódico Juventud Rebelde)