Por Aída Quintero Dip
Mangos de Baraguá trasciende y enaltece su gloria y su honra cada día, íntimamente relacionado con un hecho político trascendental en la historia de Cuba, es mucho más que un entrañable pedazo de suelo patrio.
Constituye la expresión de un símbolo y del arraigado sentimiento patriótico del pueblo que juró no ponerse nunca de rodillas, tras las huellas de Antonio Maceo Grajales (1845-1896), quien supo erguirse y adoptar una posición que salvó moralmente a la Revolución.
La voz del Titán de Bronce, el insigne hijo de esta tierra que habló el 15 de marzo de 1878 por todos los cubanos dignos, se ha multiplicado de siglo en siglo para mantener la intransigencia revolucionaria enarbolada como bandera aquel día en que nació su viril protesta.
Al entrevistarse el Mayor General del Ejército Libertador con el general español Arsenio Martínez Campos, máxima autoridad colonial en la Isla, le manifestó su inconformidad con deponer las armas sin alcanzar la independencia y la erradicación de la esclavitud, dos sagrados objetivos por los que tanto se había luchado.
Gracias a ese episodio valiente, oportuno y firme se consolidó el pensamiento revolucionario cubano y reafirmó la decisión y el compromiso de volver al campo de batalla para conquistar la libertad con el filo del machete.
Han pasado 139 años de la Protesta de Baraguá, “lo más glorioso de la historia de Cuba”, como la calificó José Martí, y su herencia tiene plena vigencia como única respuesta posible ante el bochornoso Pacto del Zanjón.
No queremos paz sin independencia, fue la sabia advertencia de Antonio Maceo que dejó un legado imperecedero para las nuevas generaciones de cómo hay que defenderse para ser verdaderamente dueños de su destino.
Una lección de utilidad y validez para quienes se someten, socavan su soberanía, vulneran los principios y claudican ante las presiones del imperio.
Por eso Mangos de Baraguá volvió a ser protagonista en la historia el 19 de febrero del 2000, cuando, en el mismo escenario escogido en el siglo XIX por Maceo y sus huestes mambisas, miles de compatriotas exigieron la devolución al seno de su familia de un niño secuestrado en las entrañas del monstruo.
Entonces volvió a vibrar el clamor soberano en un lugar convertido en parte decisiva de la Batalla de Ideas, que se hizo juramento para todos los tiempos como arma invencible, contra la que no pueden las armas nucleares, tecnológicas, militares o científicas.
Allí los cubanos prometieron defender, bajo cualquier circunstancia, su derecho a la paz, el respeto a la soberanía y a sus intereses más sagrados, y por su cumplimiento han obrado con inteligencia y sin tregua.
También han sido consecuentes con el juramento de luchar contra las agresiones y amenazas a la seguridad del país, y los actos de terrorismo, el bloqueo y la guerra económica, los planes de subversión, el diversionismo ideológico y la desestabilización interna.
Como resultado de lo jurado ante la gloria inmortal de Maceo, desde el mismo sitio de donde partió, el 22 de octubre de 1895, la invasión de Oriente a Occidente, se ha profundizado en una sólida conciencia revolucionaria.
El juramento de Baraguá es mucho más que deber y compromiso con el presente y el futuro, es documento de alta prioridad y vigencia, por su valor estratégico y como texto de perenne consulta, en correspondencia con la coyuntura actual que viven los cubanos.
Este 15 de marzo de 2017 hay más razón, más motivaciones y voluntad de luchar cohesionados los veteranos y los pinos nuevos para que Cuba sea un eterno Baraguá.
(Tomado de la ACN)