Por Froilán González y Adys Cupull.
El 23 de marzo de 1967, hace cincuenta años, se produjo el primer combate victorioso de la guerrilla del Che en Bolivia. Entre los antecedentes se señalan que el 19 de marzo se produjo un encuentro del Che con el peruano Restituto José Cabera Flores, (Negro).
El Guerrillero Heroico regresaba con sus hombres de una agotadora exploración al norte del Ñacahuasú, donde había perdido a dos de sus valiosos compañeros, los bolivianos Benjamín Coronado Córdova (Benjamín), ahogado en el Río Grande el 21 de enero, y Lorgio Vaca Marchetti (Carlos), el 16 de marzo, en las mismas circunstancias.
El peruano Restituto José Cabrera Flores le informó al Che que en el campamento los guerrilleros los esperaban con comida, que se encontraban el francés Regis Debray, los peruanos Juan Pablo Chang-Navarro (Chino) y Lucio Edilberto Galván Hidalgo (Eustaquio), el argentino Ciro Roberto Bustos, Haydée Tamara Bunke (Tania), el boliviano Moisés Guevara Rodríguez y un grupo de sus hombres, de los cuales habían desertado dos (Vicente Rocabado y Pastor Barrera), que la policía había llegado a la finca de Ñacahuasú, que el ejército avanzaba sobre el río y que una avioneta hacía tres días estaba dando vueltas por la zona. El peruano fue testigo del ataque de 6 hombres a la finca.
A estos elementos se añadían que el desertor Vicente Rocabado trabajaba para los servicios de inteligencia del Ejército, infiltrado en el grupo de Moisés Guevara, e informó en la ciudad de Camiri todo lo que sabía.
Los primeros oficiales hechos prisioneros por los guerrilleros fueron el Capitán Augusto Silva Bogado y el Mayor Hernán Plata Ríos, por ello, localizarlos y entrevistarlos, era muy importante para la investigación histórica y conocer del lado del Ejército cómo se había desarrollado el combate.
A principio de marzo de 1967 el Capitán Silva se encontraba cazando por los alrededores del poblado de Tatarenda, próximo al Río Grande y ubicado en la carretera que comunica a Santa Cruz de la Sierra con Camiri, por eso tuvo conocimiento de la presencia en la zona de tres hombres sospechosos. Se trataban de los guerrilleros Inti Peredo, Jorge Vázquez Viaña (Loro) y Ricardo (José Martínez Tamayo), que llegaron a la población para comprar alimentos.
Por intermedio de varios compañeros localizamos al Mayor Hernán Plata Ríos, pero se negó a recibirnos; sin embargo, el Capitán Augusto Silva Bogado aceptó conversar. La entrevista se realizó en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra el 13 de noviembre de 1984. Es un hombre enérgico, tenía más de 60 años. Apreciamos su porte militar y conversación inquieta.
ANTECEDENTES DEL COMBATE.
“Yo me he retirado con el grado de Mayor. Cuando la guerrilla era Capitán y estaba destinado en la Cuarta División con sede en Camiri. Había ido a cazar a Tatarenda en compañía de mi amigo Segundino Parada y allí tuve conocimiento de la presencia de los guerrilleros.
“Cuando llegué a mi casa le dije a mi mujer que no había cazado nada; ella me contesta que siempre es igual. Le hago la historia de estos hombres y que al día siguiente a primera hora iba a dar parte a mi Comandante. Ella se opuso porque "me iban a hacer problemas y a mí mismo me iban a mandar a buscarlos".
“Llegué a Camiri y hablé con el Comandante. Le expliqué que el sábado y el domingo yo había ido a cazar al Río Grande, le cuento sobre el grupo de hombres. Él me dice que quién me había autorizado para que saliera fuera de la guarnición. Le expliqué que Río Grande estaba dentro de ella y que él sabía que a mí me gustaba cazar, porque cuando me quedo los fines de semana en Camiri, me pongo a beber y, para evitar eso, me voy a cazar. El comandante llamó a su ayudante y le ordenó que hiciera un memorándum y me arrestó.
“Le avisé a mi mujer que me habían castigado, ella se puso furiosa, dijo que no me mandaba comida, ni nada más. Como el Comandante no me hizo caso, di parte al Superintendente de Yacimientos, Ingeniero Humberto Suárez Roca, quien se comunicó en La Paz con el Mayor José Patiño Ayoroa, presidente de Yacimientos.
“Posteriormente Patiño Ayoroa vino a interrogarme. Me suspenden el castigo, me ordenan que fuera al cuartel, buscara cinco soldados y un clase, y de ahí a Río Grande a buscar a esa gente, que los trajera vivos o muertos.
“En esos días se habían licenciado todos los soldados, solamente quedaba la plana mayor y el personal de servicio que recibe una mediana instrucción militar. No encontramos soldados y tuve que seleccionar un estafeta (correo o mensajero especial), dos panaderos y dos carpinteros que apenas sabían cargar. Yo no quería llevar collas (pobladores de las regiones andinas de Bolivia) porque son incapaces para el monte, yo quería llevar cambas (pobladores del oriente boliviano) y gentes de mi confianza, pero en mi regimiento solo había uno llamado Guido Tercero.
“El Coronel me había dicho que recogiera en armería cinco ametralladoras PAM, con una dotación de 50 cartuchos por soldado, y para mí una pistola calibre 45. Yacimientos se encargaría de proporcionarme un jeep para que me dirigiera con la tropa a Tatarenda.
“El Ingeniero Suárez dijo que me daría un trabajador conocedor de la zona, como un baqueano, que resultó ser el señor Epifanio Vargas. Él no quería ir, pero el Ingeniero le prometió que todo el tiempo que estuviera con nosotros se le pagaría doble y que a un hijo de Epifanio, que trabajaba temporal en la empresa, lo pondría fijo.
“Guido Tercero limpió y engrasó las metralletas. Uno de los soldados escuchó que Epifanio le decía al Ingeniero que no quería ir porque yo era muy flaco y raquítico.
“Nos fuimos a Ipitá, tomamos por el camino del Ñumao, Epifanio Vargas se estaba quejando de calambres, se estaba rezagando, lo tuve que mandar a buscar con un soldado. Cuando llegó, le dije que era un flojo (vago), comencé a insultarlo, le ordené que se apurara o de lo contrario se quedaría solo en el monte. No había agua por la zona, un soldado encontró barro con agua, que resultó ser orine de anta. Había partes en que los gajos y el monte no permitían prácticamente el paso.
“Llegamos a la quebrada del Saladillo, seguimos las huellas de los guerrilleros, era un suelo arenoso, encontramos matas de guayabas y era evidente que los guerrilleros comieron de ellas. Ya hacía tres días que estábamos en la persecución y la ración seca se nos había agotado. No podíamos cazar para evitar que por los disparos nos emboscaran.
“Encontramos un río que tenía una anchura como de unos 20 metros o más, los soldados decían que era el Río Grande, pero yo sabía que no podía ser porque el Río Grande tiene una anchura de 200 metros y se escuchaba a un kilómetro de distancia. Saqué mi carta y era el Ñacahuasú. Estaba encajonado, teníamos que meternos al agua y como no lo conocíamos, caíamos en sus pozas profundas.
“El agua estaba muy fría porque en esa parte los cerros son altos, el sol casi no da. Los soldados estaban agotados, yo les decía que con la juventud que tenían y yo Capitán, con tantos años, seguía adelante, pero sinceramente yo también estaba agotado, pero no podía demostrárselos.
“Comenzamos el regreso, se descompuso el tiempo y llovió fuerte. Los soldados se rezagaban, yo los apuraba porque todos esos lugares son guaridas de tigres. (Nombre que recibe en Bolivia el jaguar americano). Al oscurecer acampamos a un lado de la quebrada, siguió lloviendo, pero los soldados estaban tan cansados que se durmieron en medio de todo el barro. No podíamos dormir todos a la vez por los tigres.
“Como a las nueve de la noche escuché el ruido de unas ramas partiéndose, ruido que se repetía por intervalos, desperté a Epifanio Vargas para que escuchara, porque él era cazador. Me dice que era el tigre que venía oliendo nuestras huellas y estaba tras de nosotros.
“En eso, vuela un ave de esas grandes, cayeron unas ramas, al rato seguía el ruido. Le digo a Vargas que podíamos disparar, porque estábamos de regreso. Despierto al cabo para que disparase una ráfaga con la metralleta, pero esta no disparó, le dije que cogiera otra, pero tampoco disparó, ahí comencé a fregarles por no comprobar las metralletas, comencé a pegarles a los soldaditos con un palo.
“Guido Tercero tenía un revólver con dos cartuchos que sí disparó. Los disparos retumbaron en el monte hasta bien lejos y adiós tigre.
“Comencé a renegar porque estábamos sin armas, nos habían enviado a una muerte segura. Al amanecer continuamos la marcha, pero no querían acompañarme, los obligué a seguir. Pensé que iban a matarme. Estuvimos rumbeando día y medio hasta que llegamos a un camino ancho, bien transitado y como a las dos horas pasó un camión, lo paramos, le pedimos que nos llevara hasta Tatarenda, el chofer se negó y lo obligué con la pistola a ir.
“Cuando llegamos no había a quien darle parte, me hice prestar un jeep para ir a Camiri.
“Al día siguiente me enviaron nuevamente con más soldados, éramos ocho, llegamos a Gutiérrez y ubicamos un viejo camino, el cual seguimos hasta donde pudo entrar el jeep.
“Cogimos una senda hasta llegar al río Ñacahuasú el cual cruzamos. Ahí dormimos y al otro día retornamos a Gutiérrez. Decido ir a Lagunillas, porque hay un camino que llega hasta el río Masicurí, tenía el propósito de emboscarlos por esa zona, teniendo en cuenta que ya ellos tenían que estar cansados. Sería como pegarle a un borracho.
“Encontramos el mencionado camino y llego a El Pincal, cuyo dueño es el señor Ciro Algarañaz; un señor alto, moreno y de bigotes que tenía una hacienda muy hermosa. No estaba y decido esperarlo escondiendo el jeep detrás de la casa para que no nos viera.
“A la hora llegó el señor Ciro en su movilidad (vehículo), comencé a interrogarlo. Me dijo que más adelante había una casita con techo de calamina, tipo beniana, propiedad de unos señores agricultores, que vivían allí desde el año pasado; se la habían comprado al señor Remberto Villa a quien le gustaba coleccionar armas. Y que los señores de la finca tenían sembrado maíz y yuca, y que tenían un jeep Toyota.
“Entonces lo hice hablar, le dije que no fuera a mentir, le puse la pistola en la nuca, la mujer lloraba, gritaba y él se asustó, pero no sabía nada. Él creía que era una fábrica de cocaína, quería entrar al negocio, ese era su problema, él no sabía lo que realmente había, él no sospechaba la verdad.
“Entonces me dice: "Caramba capitán, hay dos tipos que me compran víveres, siempre vienen de noche con lo que yo pienso que son pichicateros, (vendedores o fabricantes de cocaína) vienen acá y yo aprovecho y les vendo caro, ellos me compran y no protestan. Si andan de noche, eso quiere decir que a esa hora venden la coca y debe ser una fábrica grande.
“Algarañaz me dijo que, a petición del subteniente de la policía Carlos Fernández, él había puesto a uno de sus peones de apellido Rosales, natural de Vallegrande, para que los vigilara, pero lo descubrieron, le pidieron que no anduviera por esa zona porque si lo hacía lo iban a matar y el muchacho cogió miedo. Estos fueron todos los datos que me dio Ciro.
“Seguimos hasta la casa de calamina que está a unos kilómetros de El Pincal. No había nadie, el jeep en el medio del patio, por lo que entré. Y me dio la impresión de que la gente había sentido el ruido del motor porque había una mesa con el mantel medio caído, otras cosas caídas en el suelo. En la mesa había un sobre dirigido al señor Remberto Villa y dentro del sobre estaban la carta del jeep Toyota con una nota que decía lo siguiente:
"Estamos viajando a La Paz a encontrarnos con el Ministro, porque cada vez que viene la policía nos roba nuestras pertenencias, le estamos dejando las llaves del Toyota que está a 100 metros de la casa para que lo guarde en su casa hasta nuestro regreso".
“En la otra pieza había ropas caídas en el suelo y detrás de la casa había una cocina encendida y una olla con agua que estaba por hervir, también había un perro amarrado. Comenzamos a gritar, pero nadie nos respondió. Fuimos hasta el río, regresamos otra vez a la casa de calamina y ordené preparar la cena.
“Vargas salió a cazar, pero como a la media hora regresó asustado y me dice: "Aquí está feo, ahoringa nos van a echar balas". Dijo que había visto a unos tipos en posición para dispararnos y de inmediato ordené a los soldados prepararnos con los fusiles.
“Así estuvimos esperando, como a las seis menos cuarto, se sintió el tiroteo de fusiles y armas automáticas muy cerca de nosotros. Era el teniente coronel Alberto Libera que venía por ese rumbo, los guerrilleros estaban apuntando y ahí empezó la baleadura entre ellos. Esta duró hasta las seis y veinte. Nosotros nos manteníamos en acecho.
“En eso vimos a un hombre corriendo, le disparamos y lo capturamos, no lo queríamos matar, pues queríamos cogerlo vivo para que hablara. Era Salustio Choque Choque y lo llevamos a El Pincal. (primer guerrillero prisionero.)
“En la tropa del teniente coronel Alberto Libera había un soldado herido. Yo voy a Lagunillas a buscar al médico de apellido Newman para que lo atendiera y doy parte por teléfono al comando de la Cuarta División en Camiri.
SE PREPARA EL EJÉRCITO PARA EL 23 DE MARZO.
“A media noche llegó Libera en su jeep y a las dos y treinta de la madrugada llegó de Camiri una fracción del ejército con varios soldados, una radio con su operador, el médico Gilberto Flores, dos enfermeras y medicamentos.
“Al día siguiente Libera me dio la orden de capturar al señor Remberto Villa. Fui y lo tomé prisionero. Lo llevé a Lagunillas y lo metimos en un calabozo, pero yo no participé en el interrogatorio.
“Le dieron harto (bastante) y no habló una sola palabra y dentro del calabozo pintó varias consignas revolucionarias.
“Luego llegó la orden del Comando de la Cuarta División para que nos trasladáramos a la propiedad de Ciro Algarañaz en El Pincal. La propiedad era bastante grande.
“Al día siguiente llegó el mayor Hernán Plata Ríos, del arma de artillería. Yo lo conocía del Colegio Militar, había sido mi brigadier. Llegó con tremenda altanería, comenzó a pelear de que yo no organizaba bien, que esto, que lo otro y yo callado, aguantando. Dijo que las cosas con él iban a cambiar.
“Amaneció y lo invité a la casa de calamina para que conociera el terreno de operaciones. Observó todo. Me dijo que nos retiráramos pronto porque todas esas cosas eran sumamente peligrosas. Su miedo me había contagiado. Hasta ese momento nunca tuve miedo, pero al ver al mayor apurado por irse, yo también sentí miedo y los soldados iban toditos mirando para atrás y apurados.
“Regresamos a El Pincal, y por la tarde llegó el mayor Reyes Villa, que posteriormente fue Ministro de Defensa, trayendo la orden de operaciones en tres sobres muy secretos. Nos trajeron armamentos, morteros de 81 y 60 mm, metralletas UZI. Se marchó inmediatamente porque no quería estar mucho tiempo allí.
“Esa noche nos reunimos los oficiales y las clases para discutir la orden de operaciones que decía que el día 23 de marzo a las cinco de la mañana debíamos partir de la casa de calamina, aguas arriba por el río Ñacahuasú, unos 25 kilómetros, y colocar la bandera roja en lo alto del cerro, y en la playa 25 mosquiteros en forma de L y retornar unos 10 kilómetros porque a las doce iban a bombardear esa zona.
“Le dije al Mayor Plata que quería hacer algunas observaciones porque en esa orden había errores, salir a las cinco de la mañana era una locura, porque a esa hora todavía era oscuro y las picadas (senderos abiertos en la selva con machetes) no se ven. Estos señores que hacen las órdenes muy tranquilas desde un escritorio no saben cómo es el monte. ¿Cómo vamos a avanzar unos 25 kilómetros por el río que no conocemos, con el agua a la cintura, temiendo caer en una poza?
“El Mayor dijo: "No importa, vamos a dar cumplimiento a la orden de operaciones". Preparamos la partida, agarramos cuatro caballos de Ciro Algarañaz y a tres peones para que nos ayudaran con la carga, Epifanio Vargas estaba conmigo.
EL COMBATE.
“A las cinco (de la mañana) estábamos todos listos, anduvimos unos 20 metros y no encontramos las picadas, tuvimos que regresar y esperar a que amaneciera. A las seis de la mañana reiniciamos la marcha, a las siete llegamos a la orilla del río y nos metimos al agua. En eso el Mayor me dice: "Capitán, yo no puedo meterme al agua, porque tengo reumatismo y padezco del corazón". Le respondí que no perdiera más tiempo y se tirara al agua.
“Seguimos aguas arriba, Epifanio Vargas y yo de punteros con mis soldados, detrás Guido Tercero con los soldados nuevos, el mayor encabezaba la tercera escuadra y al final el teniente Lucio Loayza. Cuando llegamos a una curva le pedí a los soldados que botaran sus cucharas y sus platos para no hacer ruido, pero ellos se negaron porque los iban a procesar en el Estado Mayor.
“Llegamos al encajonamiento del río, son unos cerros muy altos, sentí un escalofrío por todo el cuerpo, sentí miedo, hice como que me estaba amarrando las botas, pero Epifanio Vargas me dijo que sin mí no iba a seguir avanzando y fue ahí donde nos hicieron la emboscada.
“Eran tres guerrilleros solamente, caímos prisioneros todos. El subteniente Amezaga fue muerto enseguida, también Epifanio Vargas, yo di media vuelta y me metí en un matorral, algunos soldados cayeron muertos y otros heridos. Los guerrilleros gritaban: ¡Viva el Ejército de Liberación Nacional! Y nos conminaban para que nos rindiéramos. Yo salí desarmado con las manos en alto. Y detrás el Mayor Plata también se rindió.
“Vinieron a interrogarme, me dijeron que a los soldados los iban a soltar, a los heridos los curarían.
“Como a las tres de la tarde yo sentía voces y alguien decía: "carajo, mierda" y cogí miedo. Como a las cuatro ordenaron que me llevaran a la orilla del río y ahí fue el careo entre el Mayor Plata y yo porque él había dicho una cosa y yo otra.
“Yo le dije que no mintiera que tenía que decir la verdad. Yo llevaba tres años en Camiri y conocía todos los puestos militares, la cantidad de tropas que tiene cada uno, que los paracaidistas habían llegado a Lagunillas y los rangers estaban en Camiri. Informé todo. El guerrillero preguntó cuál misión teníamos nosotros, yo respondí que el jefe era el Mayor Plata y no yo. Plata comenzó a decirlo todo.
“Mire, en el ejército había una persona clave que informaba a los guerrilleros porque el Mayor Plata cuando la emboscada se asustó y tiró los papeles al río; sin embargo, los guerrilleros sabían que a las doce la aviación iba a bombardear como estaba en la orden, siempre me he preguntado quién era esa persona. Los guerrilleros tenían sus enlaces y por eso se habían adelantado.
“Fui donde estaba el Mayor Plata y le digo: "traidores de mierda, lo mandan a uno a que los maten, a la boca del tigre". Y seguí renegando. Entonces dijimos todo lo que teníamos que hacer con los mosquiteros.
“Cuando hablé con el Che, no sabía que era él, comenzó a decirme que por qué me habían quitado mis botas y mis ropas, y les peleó a toditos. Ordenó que me devolvieran todas mis cosas, ya yo sospechaba que era él por el trato que nos daba y él me hacía preguntas, yo le decía la verdad. Les mencioné a cuatro militares que tenían hermanos estudiando en Cuba. Le di el nombre de todos los militares de izquierda porque yo conocía la mayor parte.
Nota: El Capitán Silva confundió al Che con otro guerrillero, porque no existen elementos sobre su presencia en los interrogatorios.
“Los guerrilleros me hicieron un tribunal de selva, me preguntaron que si me largaba o si me quedaba para siempre con ellos. Yo vi entre los guerrilleros a Coco Peredo, que lo había visto muchas veces en Camiri, él iba los fines de semana en Toyota y se quedaba ahí, visitaba el comando del ejército y charlaba con los militares, almorzaba en el casino y hasta participó en la comparsa del ejército. Pero en ese tiempo él era el hacendado de la casa de calamina, nadie sabía que era guerrillero. Él está en una foto con el coronel Humberto Rocha.
“Llegó la noche y yo veía que pasaban y pasaban los guerrilleros una y otra vez para realizar la guardia, calculamos unos 200 pero en realidad lo que hacían era dar la vuelta para hacernos la impresión de que eran muchos.
“Vino el Inti y me dice que nos iban a soltar y me propone que me quede con ellos, que podía llegar a ser comandante como ocurrió a un capitán en no recuerdo qué país. Me dijo: "Si te animas, lo único que tienes que hacer es tomar aguas arriba y encontrarte con nosotros". Yo no le dije ni que sí, ni que no, porque tenía mujer e hijos y debíamos analizar todas las condiciones. Inti me dijo que, en cualquier rato, de día o de noche, iba a llegar un compañero a mi casa y yo debía esconderlo y darle todos los datos que me pidiera. Yo acepté.
“Nos trajeron comida. Pasó la noche y amaneció, el día era tranquilo, uno de los soldados heridos estaba con mucho dolor y entre Freddy Maymura y un médico cubano, lo operaron. En la tarde, nos dejaron ir, éramos 13 en total, más los 7 guerrilleros que nos escoltaban aguas abajo. El Mayor Plata iba delante y yo detrás charlando con los guerrilleros que me regalaron cigarros y unas pastillas dulces. Nos han escoltado hasta un kilómetro antes de llegar a la emboscada. Se fueron rápido, por una senda, al lado del camino.”
Acerca de este combate Inti escribió:
"...las fuerzas enemigas eran cuatro veces más grandes que la nuestra...
"Les quitamos toda la ropa a los prisioneros, excepto a los dos oficiales que conservaron sus uniformes y les dimos nuestras vestimentas civiles que estaban guardadas en las cuevas.
"También curamos a los heridos y les explicamos a los soldados los objetivos de nuestra lucha. Ellos nos contestaron que no sabían por qué los habían mandado a combatirnos, que estaban de acuerdo con lo que nosotros decíamos y nos reiteraban la petición de fusilar al Mayor Plata, oficial que tenía una actitud déspota en la unidad, pero que ahora, delante de la tropa, se comportaba como un cobarde. Les explicamos que nosotros no matábamos a enemigos desarmados y tratábamos a los prisioneros como seres humanos con dignidad y respeto".
EL GOBIERNO TOMA PRESO AL CAPÍTAN SILVA.
“En un momento del regreso nos encontramos con los rangers y nos llevaron hasta El Pincal donde había gran cantidad de oficiales y soldados, el Mayor Plata se abrazó al Mayor Reyes Villa y se puso a llorar delante de toda la tropa.
“De El Pincal nos llevaron a Lagunillas y de ahí a Camiri, allí nos interrogaron. Nos prohibieron cualquier tipo de declaración a la prensa, incluso me pusieron soldados para vigilarme.
“Posteriormente, llegó la orden de que me llevaran preso a La Paz, que me iban a procesar por indisciplina. Me llevaron para la sección II, con el coronel Federico Arana, jefe de los Servicios de Inteligencia. Ahí me tuvieron 14 días en el calabozo, nos sacaban solamente para dar declaraciones.
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