por Félix Albisu
Por esta época, pero hace 71 años, el Poeta Nacional de Cuba, Nicolás Guillen, visitó Colombia y lo hizo de momento como una prolongación de una estancia en Venezuela, por lo que entró a la antigua Granada por Cúcuta.
En ese viaje iniciado en la Semana Santa de 1946, quien fuera después presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), hizo algo que no siempre fue su costumbre: escribió una crónica de viaje que quedó para la posteridad en Colombia, en compilaciones de texto de autores extranjeros egregios.
Su inclusión en el voluminoso compendio Viajeros Extranjeros por Colombia (Presidencia de la República 1997), fue obra del periodista y escritor samario José Luis Días-Granado.
El texto de varias cuartillas sobre la visión que se llevó de esta nación andina, no es tan corto ni de apuros, si se tiene en cuenta que para la época el bardo cubano estaba apremiado por su posterior fecunda creación poética.
Testigo de ello es que fruto de este viaje, en su travesía fluvial contracorriente de Barranquilla a Barrancabermeja, no perdió tiempo y escribió su poema Canción en el Magdalena.
La primera parte de su crónica de viaje en Colombia la dedica a las similitudes del paisaje, las costumbres y en el ámbito racial en ambas márgenes del Río Táchira, cuyo puente Internacional define la frontera binacional.
Se preguntaba Guillen en su relato de filiación bolivariana: 'Quien podría saber nunca en que parte está el límite verdadero de dos países contiguos, donde reside la distinción fundamental entre dos pueblos próximos, que se saludan a viva voz cada instante y se ven las caras de continuo como huéspedes de la misma pensión?'.
Impactante para el autor de Sóngoro cosongo fue su llegada a Bogotá, la cual calificó de experiencia durísima para un hombre del trópico que aterriza cerca de los tres mil metros de altura, entre el frío y la llovizna del páramo donde se alza Santa Fe.
Describe el tremendo suceso de la Semana Santa Mayor en la capital, 'donde la gente se aferra postrada en una seria angustia fúnebre a los pies de Cristo', así como el suceso siguiente y cambiante a la cotidianidad política bogotana de la ascensión al poder del conservador Mariano Ospina, luego de 30 años de gobiernos liberales.
Narra después sus peripecias frente al perenne frío bogotano.
'Después de ocho años de no usar sobre todo, desde mis días parisienses y españoles, de súbito el abrigo me embaraza los movimientos', comenta con deprimido estado de ánimo, pero sin ausentarse de su fino humor que siempre le acompañó para convivir con las adversidades.
Tal cobertura -comenta- me transforma en un plantígrado solemne y voluminoso, tal vez como un oso pardo.
'Pasaba, en fin, largas horas tendido en cama, bajo dos metros de cobijas, es decir, de otro abrigo terrible, a la hora de dormir', experiencias que dijo le llevó a quejarse discretamente primero, y luego a gritos, por el dañino efecto que le provocaba la altura de Bogotá.
Después comenta que un amigo colombiano le dio la solución, cuando parecía acezar como un perro. 'Mi querido poeta, Bogotá no es Colombia, es una cosa aparte. Deje tanta gente vestida de negro... vallase a la costa (Cartagena) y eche a un lado tanto sobretodo prepotente, que allí le espera el sol, el cielo y el mar'.
Esta experiencia hizo recordar la oportunidad en que conocí a Guillen, entonces Diputado del parlamento cubano, en Berlín, en los años de 1980, en un hotel de la Friedrichstrasse, cuando en postura de confesión en medio de gélida temperatura de la antigua RDA expresó -ya algo anciano- que dos cosas no soportaba en la vida, por encima de cualquier molestia: llevar un sobretodo y abrocharse los zapatos.
La Heroica significó para Guillen el descubrimiento de otro planeta, según describió: 'un mundo fantástico, mi mundo musical y primaveral con altas noches de estrellas...'.
Compartió en la ciudad amurallada con los poetas Luis Carlos López y Jorge Artel y comprobó que Cartagena de Indias tenía muchísima más relación con La Habana que con Bogotá.
Allí encontró negros, mulatos, hembras rítmicas y carnales de habla rápida y estentórea, como para apagar el ruido de las olas del Mar Caribe, escribió el Poeta Nacional de Cuba.
El autor del Son entero se refiere en particular a su relación con Artel, a quien califica como su gran protector en la capital del departamento de Bolívar.
Guillen describe al poeta colombiano como un mulato macizo, de corta talla, frente alta y despejada, ojos pequeños, cara gruesa, boca ancha, nariz chata y una cordialidad a flor de piel.
Podría decirse que la amistad con el autor de 'Tambores en la noche' no nació entonces, a pesar de ser la primera vez que se veían. 'Es un conocimiento que viene de lejos, acaso desde el fondo de un pasado común, en el vientre de algún barco negrego', apuntó.
Termina el relato de sus peripecias por el Caribe colombiano en Barranquilla, que afirma se transformó de un antiguo poblado de casas aplastadas en la desembocadura del caudaloso Magdalena, hasta una urbe moderna, con edificaciones de gran envergaduras, anchos paseos y cómodos barrios residenciales.
Después cuenta los pormenores de su travesía parsimoniosa de seis días por el Magdalena arriba en un pequeño vapor de paletas llamado Medellín, en el cual se trasladó hasta el puerto fluvial de Barrancabermeja, que calificó como el infierno del Magdalena Medio con sus 40 grados de temperatura.
Afirmó que Barranca es la otra Colombia, la de la explotación de los campos de petróleo, para ser llevado el crudo en buques tanques al extranjero.
Reveló de esa zona de los Santanderes un intercambio con un minero tostado por el sol. 'Aquí nunca vienen los intelectuales, ni los de dentro, ni los de fuera. Nosotros no existimos, tampoco para los dueño de ésto', concluye el bardo cubano, quien expresó que aquel pobre diablo le humedeció el espíritu y le llenó de tristeza.
De Bucaramanga, Guillen retornó a Bogotá en julio de ese año, cuando de pronto salió de nuevo en dirección a Cali y allí, tras ofrecer algunas conferencias, se despide de Colombia para continuar su viaje por Sudamérica, esta vez en avión hacia Lima y más tarde con dirección hacia Santiago de Chile, donde le esperaba su amigo y anfitrión Pablo Neruda.
(PL)