Por: Paquita Armas Fonseca (Especial para CubaSí )
La primera vez que lo vi no era presidente. Aspiraba a serlo y me cautivó su sonrisa amplia, de dientes perfectos y sobre todo esa manera campechana de decir. Harán cerca de 13 años, entonces era un hombre mucho más atractivo que hoy. Hablo, por supuesto de Rafael Correa.
Luego, manías que tengo, leí muchas de sus intervenciones sobre economía y entonces me deslumbró su decir. ¡Qué hombre tan brillante y que facilidad para escribir de temas tan difíciles!
Y lo vi en actos con niños y niñas cargados, feliz de dar mejoría a su pueblo. Riendo con cantantes o actores, con las brigadas médicas cubanas.
Lloré mucho con él, cuando Fidel pasó a otra dimensión. Hubo muchos e impactantes discursos, pero el de Correa aun lo guardo en mi corazón: “La mayoría te amó con pasión, una minoría te odió; pero nadie pudo ignorarte. Algunos luchadores en su vejez son aceptados hasta por sus más recalcitrantes detractores, porque dejan de ser peligrosos; pero tú ni siquiera tuviste esa tregua, porque hasta el final tu palabra clara y tu mente lúcida no dejaron principios sin defender, verdad sin decir, crimen sin denunciar. Bertolt Brecht decía que solo los hombres que luchan toda la vida son imprescindibles. Conocí a Fidel y sé que jamás buscó ser imprescindible, pero sí que luchó toda la vida. Nació, vivió y murió con la necedad de lo que hoy resulta necio: la necedad de asumir al enemigo, la necedad de vivir sin tener precio. Nosotros seguiremos jugando a lo perdido y tú seguirás vibrando en la montaña con un rubí, cinco franjas y una estrella”.
Recuerdo al líder ecuatoriano abriendo su camisa (siempre bordada con símbolos indígenas) diciéndole a quienes querían sacarlo del poder “disparen aquí”. En aquella oportunidad resultó herido, y desde su convalecencia dirigió su “revolución ciudadana”.
Esa Revolución que en diez años logró el crecimiento de Ecuador. De ello habló en el aula magna de la Universidad de La Habana. Economista por convicción y amor, explicó, (lo ha hecho durante años en las aulas) como la economía puede ayudar a un país.
Trece doctorados Honoris Causa recibidos en distintas casas de altos estudios, distinciones como la José Martí en Cuba (¡merecida!) y una especial, hijo ilustre de Santiago de Cuba, también justo a un hombre que impulsó la reconstrucción de la ciudad oriental.
No podía estar allí sin llegarse a la piedra serrana que guarda en su seno las cenizas de esa dimensión que lleva por nombre Fidel y hoy recorre el mundo. Correa depositó una ofrenda floral con una dedicatoria tejida a mano y de una belleza extraordinaria, pero lo más impactante fueron sus ojos, lo que se veía de ellos, que hablaban con Fidel. Es uno de los grandes hijos latinoamericanos que ha dejado el líder cubano.
Por la noche en la CUJAE bailó ¡y sabe! con un grupo danzario ecuatoriano que con decenas de coterráneos se reunieron para ver a su Presidente. Cantó también y mostró ese rostro feliz del maestro, acostumbrado a dar a cada uno de sus alumnos un poquito de saber.
Volverá a las aulas y tendrá nuevos alumnos, pero Correa quedará en la mente de sus contemporáneos como el presidente capaz que hizo de la economía un arma para crear, desarrollar y ver los triunfos de una eficaz Revolución ciudadana.