Por Susana del Calvo (Radio Habana Cuba)
Hablar de hombres de dimensiones universales es una tarea imposible porque de inicio estás segura de que siempre se te quedará algo sin decir, no obstante, se convierte en necesidad cuando vemos su vigencia a pesar de su desaparición física a finales del Siglo XIX en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895. Hablamos de José Martí Pérez, nuestro Apóstol.
Guardo sus Obras Completas como el mayor tesoro. En sus páginas viajo por el quehacer de un mundo cuya voz se multiplica y se erige como gigante en hombres como Fidel Castro, el martiano mayor, Hugo Chávez, y el médico de pueblos, Ernesto Che Guevara. Quién puede afirmar que no están entre nosotros. Ellos lucharon contra el gigante de siete leguas, como bien lo denominara Martí en su ensayo Nuestra América.
Este ensayo debe acompañarnos en nuestra mesa de noche como consulta porque encontrarás algo nuevo en su lectura y una respuesta a tus inquietudes. Recuerda que lo que puedes hallar entre líneas es mucho más rico de lo que está escrito.
No era guerrero y murió en el campo de batalla ya que entendió que no podía llamar a la lucha si no participaba en ella. Y aunque cayó en Dos Ríos en una escaramuza, su figura delgada y vibrante nos acompaña en todo momento. Amó a Cuba hasta las raíces y supo inculcarnos el respeto a la madre patria que late en toda su obra, pero también nos enseñó que Patria es Humanidad, de ahí que el cubano siempre esté prestó a brindar su mano amiga al que la necesite.
Ahora bien, lo que más me impresiona de este gran hombre es su libro de poemas Ismaelillo, dedicado a su hijo que luego siguió los pasos del padre aunque la historia no hable mucho al respecto.
Termino con el prólogo de este sencillo cuaderno de versos Martí que dice:
Hijo: Espantado de todo me refugio en tí. Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en tí. Si alguien te dice que estas páginas se parecen a otras páginas, diles que te amo demasiado para profanarte así. Tal como aquí te pinto, tal te han visto mis ojos. Con esos arreos de gala te me has aparecido. Cuando he cesado de verte en una forma, he cesado de pintarte. Esos riachuelos han pasado por mi corazón. ¡Lleguen al tuyo!