Tiene una mirada humilde, una fuerza inquebrantable y gran respeto y admiración por el guerrillero argentino-cubano, a quien considera el ejemplo más real de lo que significa ser un verdadero revolucionario.
Cree que su deuda y la de todos los latinoamericanos es eterna e infinita para ese ese hombre universal que soñaba y quería un mundo diferente, más justo y con igualdades para todos y deseaba también liberar a su país, Argentina.
Martín Sharples tiene 50 años y era jugador de rugby del Club Atlético Porteño cuando el 24 de abril de 1993 un trágico suceso cambió su vida: un accidente en moto le arrancó su pierna izquierda.
Pero no se amilanó ni se amilana, porque es de esas personas con una gran fuerza de voluntad y enormes ganas de vivir.
Comenzó a acercarse a la figura del Ché por lo que le contaban de boca en boca y se adentró en su mundo hasta quedar completamente identificado con él.
Hace 10 años decidió emprender un viaje y, pese a tener una de sus piernas amputada, recorrió en una bicicleta tres mil kilómetros desde La Higuera (Bolivia) hasta Buenos Aires para aportar aunque sea un granito de arena a esa deuda impagable con el Che.
Lo encontré por casualidad en la esquina de Araoz 2180, adonde fue para participar en la colocación de una baldosa en honor al guerrillero argentino-cubano, en el barrio porteño de Palermo, donde los Guevara de la Serna vivieron entre 1948 y 1953.
Traía en sus manos un frasco con tierra de La Higuera de varios que poco a poco ha ido regalando a lo largo de estos años.
Mientras se sucedía el acto, Martín ayudaba -tendido sobre su rodilla- a otro compañero a colocar la baldosa.
Espolvoreaba la tierra boliviana, engranaba el cemento con la delicadeza con la cual se esculpe una obra de arte porque sabía que era para él, para todos, un momento muy especial y mágico.
Cuando se cumplieron los 40 años de la muerte del Che quise hacerle un homenaje recorriendo en bicicleta desde el lugar donde lo asesinaron hasta llegar al Congreso en Buenos Aires. Fue mi manera de hacer algo por todo lo que hizo él por nosotros, relata a Orbe.
Fue una sensación muy rara estar en La Higuera, porque fue la última vez que el Che pisó ese lugar vivo, apunta con su voz casi entrecortada y emocionado mientras sus ojos se humedecen. El Che quería también hacer la Revolución aquí, subraya este hombre, quien, sin importar su prótesis, sorteó miles de carreteras durante dos meses, muchas veces a pie, con recorridos promedios entre 50 y 100 kilómetros por día, para hacer este viaje.
Y lo hizo solo, sin ayuda, con su mochila a cuestas y su bicicleta 'ciento por ciento argentina', dice.
Cuando me bajaban un poco las energías pensaba en todo lo que el Che hacía y no podía aflojar, estaba a dispuesto a llegar, no me importaba el tiempo, subraya este atleta, cuya limitación física la ha convertido en un grado de superación constante.
Martín salió un 9 de octubre, el mismo día del asesinato del Che, y llegó a la capital argentina el 9 de diciembre de 2007. Fue, expresó, 'mi digno homenaje'.
Según relató a Orbe, al principio no sabía mucho de ese argentino que se hizo universal. Lo conoció por anécdotas que le contaban y su historia lo atrapó.
El es el ejemplo más real de lo que significa ser un revolucionario y su vigencia cada vez está más actual, enfatiza al tiempo que pide porque en este mundo haya muchos Ché.
Necesitamos muchos hombres como él. Hay apenas unas 50 personas que se reparten las riquezas del mundo, esa era una de las cosas que él combatía, subraya Martín tras reafirmar que la deuda con este gran hombre no se ha saldado.
Cuando tuve el accidente en la moto y recordaba que él hizo sus viajes en ese tipo de vehículo por todo el continente, decidí hacer esto como una manera de contribuir un poco a saldar esa deuda que tenemos todos con él, señala.
Este jugador de rugby, que volvió a las canchas muchos años después con el número 22 de su camiseta, ha estado en los lugares más significativos de la vida del Che, en busca de saber más y más de su figura y para rendirle honores.
La bicicleta que lo llevó a emprender este viaje la dejó precisamente en Santa Clara. Quiso donarla a los cubanos a través del profesor Arístides Rondón, miembro de la cátedra Che Guevara en esa provincia de la nación caribeña.
Para Martín saldar la deuda con el Che significa hacer la Revolución y llegar a lo que él quería, un mundo con oportunidades para todos.
Es muy difícil, ojalá fuéramos todos conscientes de lo que él deseaba para poder cambiar este mundo, manifiesta.
Martín termina de colocar la baldosa, la limpia con mucho amor. En el acto, la muchedumbre que bordea la esquina de Araoz aplaude mientras el hermano menor del Che, Juan Martín Guevara, pide, por idea de otra persona, nombrar esa calle Palermo Che.
Es sábado, hay frío y la mañana está gris. Taty Almeida, la referente de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora también se encuentra allí. Alza su vista al cielo y le habla a Ernesto, al Che: te estoy hablando a ti, dice, sé que estás acá.
Este es un merecido homenaje que te estamos haciendo, a pesar de los bastones y las sillas de ruedas las locas seguimos de pie porque no estamos solas. Como madre que llevo siempre este pañuelo en mi cabeza hoy, como ciudadana argentina, me coloco tu boina, expresa Taty entre aplausos y emociones.
Sonríe Martín, vuelve a limpia la baldosa de color ladrillo hasta dejarla resplandeciente y la contempla, quizás con la sensación de haber hecho otro poquito más por ese gran hombre mitad argentino, mitad cubano y universal.
(Tomado de CubaSí)