Por Onelia Chaveco
La única mujer hecha prisionera y torturada luego del Levantamiento Popular del Cinco de Septiembre de 1957 en Cienfuegos, fue Norma Acosta Rodríguez, o "Violeta", nombre con el cual le conocieron sus compañeros de lucha clandestina.
Ya Norma falleció, y en la vivienda donde vivió hay una placa que recuerda que desde allí salieron varios combatientes del Movimiento 26 de Julio para tomar Cayo Loco, donde estaba enclavada la Base de la Marina de Guerra en la ciudad de Cienfuegos.
Cuando le conocí, Norma era una mujer bien entrada en años, de pelo cano, pero tenía una voz muy fuerte y era de risa espontánea.
Entonces no quiso dar la entrevista, no obstante, prometió que más adelante me daría una exclusiva. Sin embargo, en sus frecuentes recorridos por el centro de la urbe llegamos a tomarnos más de un café juntas y en esas ocasiones el tema siembre resurgía, hasta que de tanto saborear el brebaje un día se le ocurrió decir: “Te voy a contar cómo fueron las cosas”:
Y narró: “Yo era dependiente en la tienda Fin de Siglo, en la calle San Carlos de la ciudad de Cienfuegos, donde ganaba 25 pesos al mes. En una ocasión se me acercaron unos compañeros para proponerme colaborar con el M-26-7.
“Pasé a integrar una célula de acción y sabotaje. Junto a Luis Pérez Lozano y Tomás Toledo (Macín) interrumpimos varias veces el fluido eléctrico en la urbe, al lanzar cadenas al tendido de cables.
“Una vez Flavia Sánchez -la hermana de Celia Sánchez- y yo participamos en las acciones para boicotear las regatas del
Cienfuegos Yatch Club. Allí asistían las familias más pudientes de la localidad.
“Los pasquines eran otra cosa. Me escondía un pomo de goma debajo de la blusa y pegábamos la propaganda. Enseguida por temor a la policía cerraban la bodega, la escuela o el centro nocturno. Porque realmente pretendíamos interrumpir la vida normal de la ciudad, que a todas horas pensaran en la lucha en la Sierra Maestra, y que el Movimiento era fuerte en cada rincón del país.
“De manos de Margot Machado, la madre de Quintín Pino Machado, recibí el carnet del M-26-7; con ella me comprometí a participar en la célula de acción y sabotaje que comandaba Pedro Mesa Rebollar.
“Yo me entero que va a ocurrir algo relacionado con el levantamiento del Cinco de Septiembre apenas 48 horas antes de esos hechos. Me informan que en mi casa (entonces No. 84, hoy es la 4434, ubicada en Cristina esquina La Mar) debo recibir a los compañeros Luis Pérez Lozano, Leonardo Díaz Marrero y Tomás Muñiz.
“Ellos vinieron en el camión del tostadero que manejaba Castillo (así le decíamos al chofer). Después llegaron Jorge Liriano, el negro González, Macín Toledo, Lolo Martínez Pared y Hugo González Lajonchere. Este último traía las poquísimas pistolas con que contábamos.
“La orden dada a mí esa madrugada fue que debía salir luego del último combatiente, pero los acontecimientos se precipitaron y el padre de los Margolles vino corriendo a verme pocas horas después para decirme que algo había fallado y pedirme me escondiera. Yo no podía irme a ninguna parte porque tenía en casa a los viejos y me quedé esperando las últimas consecuencias”.
Ese día 5, los miembros del M-26 -7 tomaron Cayo Loco en combinación con los marinos que simpatizaban con las luchas rebeldes, y luego combatieron en el parque José Martí, para tomar la estación de policía y desde el colegio San Lorenzo.
La ciudad fue sacudida por el coraje de los jóvenes y del pueblo sumado a la revuelta, y por el ejército de Batista que avanzó con tanques y aviones sobre la urbe.
“Fue a la jornada siguiente – contó Norma- que llegó a mi casa la policía y frenética rompía los colchones y las cosas que encontraba a su paso. Me golpearon bárbaramente y me llevaron presa. Me trasladaron hacia Santa Clara, pero cuando íbamos por la Calzada de Dolores, junto a otros 10 combatientes, el policía Mario Padilla tuvo un gesto de compasión para conmigo y me compró una lata de leche condensada.
"Unos 17 días estuve en la bartolina, un reducido local de cuatro losas de ancho por cuatro de largo, donde no podía acostarme. Dormía recostada a la pared y en ese mismo local tenía que hacer mis necesidades fisiológicas. Recuerdo que yo andaba con un vestido rosado de saya amplia, y con ese estuve todo el tiempo, sin ningún tipo de aseo personal.
“Mi familia no sabía nada de mí, si estaba viva o muerta. Entonces, por mediación de Rodríguez López se presentó un recurso de habeas corpus para ver si yo aparecía.
“Ya en la prisión, me volvieron a golpear para que hablara sobre la organización del Movimiento y la participación de otros compañeros en el levantamiento del Cinco de Septiembre. Uno de los medios que usaban para maltratarnos era la manopla, un instrumento de tortura que por fuera es suave y en su interior tiene algún aditamento duro, por eso no deja huellas a simple vista, pero el hematoma queda por dentro.
“Un sábado de Gloria vino un viejito con unas barras de pan bajo el brazo y un manojo de llaves. Abrió todas las rejas y nos dijo que estábamos libres y podríamos salir. Los prisioneros abandonamos las celdas. Cuando llegamos a la puerta el policía de guardia gritó:
“Se fugan los presos y nos vinieron encima a culatazos. A mí me dieron tanto que casi pierdo el conocimiento. Nos arrastraron de nuevo al confinamiento. Luego no volvimos a caer en la trampa.
“El tribunal de urgencia de Santa Clara me absolvió un tiempo después, pero luego, a cada rato venía una patrulla a casa a llevarme presa, por cualquier cosa que inventaban. Yo ni preguntaba ya. Así estuve hasta el Primero de Enero de 1959. Precisamente, en ese momento que triunfa la Revolución me encontraba presa en la jefatura de la Policía de Cienfuegos.
“Félix López y Alfredo Peña, dos compañeros del Movimiento, me liberaron. Afuera las calles eran un hervidero de pueblo y nos fuimos a Cayo Loco.
“Me llevaron en un carro por toda la localidad, y pusieron fotos mías en la vidriera de las tiendas para que la gente conociera a la única mujer que había sido apresada y torturada por el levantamiento del Cinco de Septiembre”.
(Tomado de la ACN)