Desde un pañuelo anudado al cuello de una pequeña de apenas 14 años, asoma la cara de otra patojita de unos 12 meses. ¿Es tu hermanita?, pregunto, y esquiva la mirada, corre, desaparece al instante para no admitir la vergüenza de una confesión.
Cada ocho horas al menos una niña se convierte en madre en Guatemala, advierte el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, que clasifica a este país entre los punteros en Centroamérica con más altas tasas de embarazo adolescente.
Pero la cifra podría ser engañosa porque solo se cuenta con los partos atendidos en el sistema estatal de salud y cuatro de cada 10 suceden fuera de este, principalmente en las áreas rurales.
Del total de alumbramientos registrados en la última década, el 11 por ciento corresponde a menores de 14 años o incluso por debajo, una cruda realidad que lleva a la violencia sexual, no tanto por extraños, sino por parientes cercanos o incluso por los propios padres de familia.
Alta Verapaz, Escuintla, Petén, Huehuetenango y San Marcos aparecen como los departamentos con más prevalencia y exclusión, pero también áreas urbanas como Guatemala exhiben números en rojo.
Según datos del Observatorio en Salud Sexual y Reproductiva -Osar-, entre 2010 y 2016 más de 24 mil embarazos fueron de niñas menores de 15 años.
Otro sondeo, la Encuesta de Salud Materno Infantil 2015 -Ensmi-, detalla que solo dos de cada 10 mujeres entre 15 y 19 años tienen estudios completos de primaria.
Si son madres, asegura Osar, la posibilidad de ir a clases se reduce aún más, pues no sólo deben atender a niños que no deseaban sino que cargan un estigma social por su condición en un país donde el machismo se impone.
A juicio de Ensmi, nacer mujer en Guatemala ya es difícil. Para 2015, ocho de cada 10 féminas de 15 a 19 años no tenía trabajo y las maternidades forzadas perpetuan las condiciones de exclusión a las que ya se enfrentan por el mero hecho de ser indígenas y pobres.
Con menores posibilidades de estudiar, una niña madre se verá casi imposibilitada de conseguir trabajo; cuando lo logre, será más temporal y peor pagado, significativamente menor que los de cualquier hombre, puntualiza el estudio Vidas Robadas de 2015.
Si es pobre, la brecha de pobreza crecerá. Y también las probabilidades de que el ciclo empeore: casi es seguro que cuando llegue a mujer, esa niña madre sea abuela a muy temprana edad, concluye para graficar lo que considera un círculo vicioso.
El Ministerio Público y el Ministerio de Salud y Asistencia Social, ofrecieron recientemente otras estadísticas aterradoras: cada cuatro horas se denuncia una violación sexual contra una niña o adolescente pero el 98 por ciento de estos delitos quedan impunes; 30 por ciento de las muertes maternas corresponden a menores de 19 años, y cada cinco días se registra un suicidio.
Son pequeñas que la violencia de la estructura patriarcal condena -desde su infancia- a llevar el peso de la vida. Niñas-madres sometidas por el abuso sexual y la violación. Niñas violadas por un tío, el padre, el padrastro, un hermano o un hombre desconocido, que les interrumpen su infancia cuando apenas rebasan los 14 años.
Actualmente, la legislación guatemalteca es más drástica en la persecución penal del delito de violación en menores de 14 años, el cual es agravado si como resultado se prueba el embarazo.
Sin embargo, la mentalidad patriarcal hace que se le ofrezca muchas veces al perpetrador la posible solución del casamiento o la convivencia con su víctima, lo cual aumenta aún más el drama psicológico.
Muchas incluso, además del hijo producto de la violación, tienen que cuidar otra extensa prole del marido y comienzan así un nuevo entorno de abusos.
La cultura de la denuncia se viene imponiendo en los últimos años pero todavía es insuficiente para frenar la avalancha de abusos familiares y embarazos.
Ser niñas en Guatemala, en Centroamérica, puede ser una estela violenta de poquísimos años, sobre todo si son pobres.
Por Maitte Marrero Canda/PL.