por Pedro Martínez Pírez
No todos los ecuatorianos conocen que el Consejo de Estado de la República de Cuba otorgó a Nela Martínez Espinosa, conocida como La Ecuatoriana del Siglo XX, la Orden “Ana Betancourt”, que es el máximo estímulo que se entrega a aquellas mujeres que dentro y fuera de Cuba sobresalen por el esfuerzo excepcional de lucha revolucionaria y política, el trabajo científico, la creación artística y el empeño para lograr una paz justa para los pueblos.
La distinción evoca a una figura excepcional de la primera gesta por la independencia de Cuba, la camagüeyana Ana Betancourt, patriota que supo resistir la muerte de su esposo, Ignacio Mora, y después las consecuencias de la prisión y el destierro.
La orden, que consiste en una medalla con la efigie de Ana Betancourt, fue instituída en los primeros años de la década de los setenta del siglo pasado, y establece que la condecoración podrá otorgarse a mujeres nacidas en cualquier país del mundo que se destaquen en la defensa de las ideas progresistas, en la lucha antiimperialista y por la liberación e independencia de los pueblos.
La heroína cubana Haydée Santamaría Cuadrado fue la primera mujer que recibió la distinción de manos del líder histórico de la Revolución, Comandante Fidel Castro, quien había subrayado en su alegato conocido como “La historia me absolverá”, refiriéndose a la conducta revolucionaria de Haydée, que nunca fue puesto en un lugar tan alto de heroismo y dignidad el nombre de la mujer cubana.
También merecieron la Orden “Ana Betancurt” otras destacadas mujeres, entre ellas la primera cosmonauta rusa Valentina Tereshkova, la patriota puertorriqueña Lolita Lebrón, la dirigente femenina argentina Fanny Edelman, y la fundadora de la Federación de Mujeres Cubanas y heroína de la Sierra Maestra, Vilma Espín, quien precisamente en Quito, en noviembre de 2001, me dijo en una entrevista para Radio Habana Cuba que Nela Martínez “era una revolucionaria formidable, de un calibre muy alto y una amiga de toda la vida”.
Y a la ecuatoriana del siglo XX la recordamos esta semana en un sencillo acto efectuado en el Cementerio Cristóbal Colón de La Habana, donde reposan sus cenizas desde el día siguiente a su fallecimiento en La Habana, el 30 de julio de 2004, cuatro meses antes de cumplir los 92 años de edad.
Fue para mí un verdadero honor acompañar en ese homenaje a la embajadora de Ecuador en Cuba, María Augusta Calle, compañera de luchas e ideales y nuera de Nela Martínez, la primera mujer Diputada en Ecuador y, quien dirigió la toma del palacio presidencial en la insurrección popular –denominada “La Gloriosa”-- que derrocó al dictador Carlos Alberto Arroyo del Rio el 28 de mayo de 1944.
Desde muy joven sobresalió Nela Martínez como una destacada intelectual revolucionaria en la nación andina, fundadora de sindicatos y organizaciones femeninas, militante comunista irreductible, luchadora en favor de los derechos de los pueblos indígenas, y fervorosa partidaria de la paz, lo cual la llevó a condenar la existencia de una base militar de Estados Unidos en la ciudad portuaria de Manta, en la provincia ecuatoriana de Manabí.
Fue una fiel amiga de Cuba y su Revolución durante toda su vida, y la persona que durante casi 17 años guardó la bandera cubana que fue arriada de la Embajada de Cuba en Quito, en 1963, cuando la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos logró que el gobierno de Carlos Julio Arosemena rompiera relaciones diplomáticas con Cuba.
En el año 1977, junto a renombrados intelectuales de Ecuador, como Benjamín Carrión y Oswaldo Guayasamín, Nela fundó el Instituto Cultural José Martí y presidió la Coordinadora Ecuatoriana de Amistad y Solidaridad con Cuba.
Y luego del 23 de agosto de 1979, cuando el presidente Jaime Roldós Aguilera, restableció las relaciones diplomáticas con Cuba, Nela Martínez entregó la enseña nacional cubana que había guardado celosamente durante más de 16 años, en un gesto inolvidable para todos los cubanos.
Entrevisté en varias ocasiones a Nela Martínez, la mayoría en su casa del barrio de La Floresta, en Quito, incluída la de su noventa cumpleaños, el 24 de noviembre de 2002, cuando me dijo que rescató la bandera cubana cuando fue bajada del mástil de nuestra Embajada, y la guardó con respeto y con amor. “Con respeto, por lo que significa Cuba, y con amor, no solamente por el cariño de hoy en día, sino por el de ayer, José Martí de por medio”, me dijo con la ternura de su voz, y como un regalo adicional, al mencionar a nuestro Apóstol y recordar su gran amistad con el prócer ecuatoriano Eloy Alfaro, el único Presidente de América que reclamó a España la independencia de Cuba y que apoyó la gesta emancipadora encabezada por José Martí y Antonio Maceo, quienes fueron amigos del Viejo Luchador ecuatoriano.
En esa entrevista, en la que hablamos del retrato que en una ocasión le hizo el pintor Oswaldo Guayasamín y que yo pude ver en una de las paredes de su casa, Nela me confesó que había recibido muchas condecoraciones, “todas están guardaditas –recalcó-- pero la de Cuba es la que más quiero y guardo cerca de mi corazón”.
A sus noventa años Nela tenía ya dificultades para caminar y algunos otros problemas de salud, pero mantenía a plenitud la lucidez mental y la firmeza revolucionaria de siempre. En marzo de 2004, cuatro meses antes de su fallecimiento, la entrevisté en el CIMEQ, Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas de La Habana, donde recibió una atención exquisita y estuvo siempre acompañada por alguno de sus hijos y otros familiares.
Agrego a este artículo la transcripción de las palabras de Nela Martínez en su mensaje dirigido a las mujeres del mundo, transmitido en su voz a través de las ondas internacionales de Radio Habana Cuba el 8 de marzo de 2004 desde el centro hospitalario donde eminentes especialistas cubanos de la Salud luchaban por su vida:
“Seguimos luchando para que en el mundo entero cese la injusticia frente a las mujeres, a los niños y frente a las clases sociales humildes. Naturalmente cuando hablamos de Cuba, hablamos de su unidad, del afecto que Ecuador tiene para Cuba, de la necesidad de estrechar más aún los lazos de unidad política que permita a los dos pueblos, como a toda América Latina, a enfrentarse con la nueva violencia que hoy encarna el imperialismo norteamericano. Esa violencia trata de llevarnos a la guerra, a una guerra de dominación colonial mundial, es decir, al regreso al fascismo al estilo de Hitler, pero le vamos a decir NO, hombres, mujeres y niños de esta gran patria de América Latina desde la cual me siento orgullosa de nuevamente saludar, no solamente a las mujeres cubanas, sino a las mujeres del mundo entero que luchan por la paz”.
Y a esas palabras de Nela Martínez Espinosa, que pueden ser consideradas como parte de su testamento político y que atesoramos en el archivo de voces de Radio Habana Cuba, se agrega el hecho nada casual de que junto al nicho que guarda las cenizas de la nonagenaria luchadora, reposen también los restos de otro ecuatoriano: el joven periodista Carlos Bastidas Argüello, asesinado por un sicario de la policía batistiana el 13 de mayo de 1958.
Veintitrés años de edad tenía Carlos Bastidas cuando fue vilmente ultimado. Había retornado a La Habana procedente de la Sierra Maestra, donde estuvo cerca de dos meses con el Comandante Fidel Castro y otros guerrilleros, y se sumó a la causa revolucionaria y lo hizo patente desde los micrófonos de Radio Rebelde, emisora a través de la cual habló con el seudónimo de Atahualpa Recio para denunciar los crímenes de la dictadura y respaldar la lucha que allí se libraba para fundar una nueva Cuba.
Y a esas palabras de Nela Martínez Espinosa, que pueden ser consideradas como parte de su testamento político y que atesoramos en el archivo de voces de Radio Habana Cuba, se agrega el hecho nada casual de que junto al nicho que guarda las cenizas de la nonagenaria luchadora, reposen también los restos de otro ecuatoriano: el joven periodista Carlos Bastidas Argüello, asesinado por un sicario de la policía batistiana el 13 de mayo de 1958.
Veintitrés años de edad tenía Carlos Bastidas cuando fue vilmente ultimado. Había retornado a La Habana procedente de la Sierra Maestra, donde estuvo cerca de dos meses con el Comandante Fidel Castro y otros guerrilleros, y se sumó a la causa revolucionaria y lo hizo patente desde los micrófonos de Radio Rebelde, emisora a través de la cual habló con el seudónimo de Atahualpa Recio para denunciar los crímenes de la dictadura y respaldar la lucha que allí se libraba para fundar una nueva Cuba.
Y los restos de estos dos insignes ecuatorianos reposan en el Panteón donde también están los de los caídos en la guerra por la primera independencia de Cuba, no solamente cubanos, sino también combatientes procedentes de Puerto Rico y otras naciones de América. Están asimismo los restos de los internacionalistas cubanos caídos en Angola y otras naciones del mundo, e igualmente los milicianos que ofrendaron sus vidas durante la invasión mercenaria e imperialista por Playa Girón en abril de 1961.
Se trata de un majestuoso Panteón de tres niveles, permanentemente atendido por integrantes de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana, a donde concurren los familiares y amigos para colocar ofrendas en los nichos de esta siembra gloriosa de héroes de Nuestra América.