Por: Luís A. Clergé Fabra.Cubadebate
Resulta obligado aclarar el propósito de estas notas que, más que construir una imagen de alguien que merece reconocimiento y honor, pretenden compartir los momentos vividos cuando se forjaba la Cuba de hoy, la influencia que ejerció sobre nosotros y la imagen que guardamos en los recuerdos. Una mujer como Vilma puede y debe ser cantada por los poetas y por la saga popular.
Sean estas vivencias un pequeño grano de arena en la inmensidad que ella abarca en la historia de nuestra Patria.
Muchas personas conocían a Vilma. Esto era algo común en las ciudades provincianas, más aún por ese carácter del santiaguero que hace sentir que somos una gran familia. En mi caso resultaba más cercano porque vivíamos en el mismo barrio a unas cuatro cuadras de distancia. Por otra parte Vilma llamaba la atención por varias razones: por su porte, por su carisma, por su estatura, por sus hermosas piernas y por una sonrisa que cautivaba a la primera vista y que luego de conocerla más de cerca transmitía pura y femenina dulzura.
Además conducía un automóvil, lo cual la distinguía en nuestra arcana ciudad lo que equivalía a independencia y modernidad, elementos no comunes en la mujer de aquella época. Recuerdo de pequeño que cuando por nuestra calle pasaba un auto conducido por una mujer los niños gritaban “¡mira, una mujer manejando!” y más de una comadre torcía el gesto en señal de reprobación o más bien de incomprensión.
Su pronta convicción de la necesidad de la lucha, la brutal experiencia del Moncada y el poseer un automóvil la acercó rápidamente a los grupos que tempranamente se aprestaban a la lucha frontal contra la dictadura impuesta el 10 de marzo del 52.
Trabamos contacto en los avatares de la lucha armada, vía en la que no tuvo vacilaciones como única solución a los males ancestrales de nuestro país, cuando preparábamos una manifestación en la calles de Santiago. Yo había quedado muy impresionado por el desfile de las antorchas en la Habana y me propuse replicar esta acción en nuestra ciudad. Debíamos vencer algunos obstáculos logísticos y muchos compañeros nos pusimos a trabajar en esto.
Vilma nos ayudó con su automóvil a transportar estos elementos, pero al mismo tiempo me expresaba sus dudas sobre el éxito de esta empresa. La manifestación fue, y creo no equivocarme, la más grande y combativa que se produjo en Santiago en aquellos tiempos.
Finalmente en el enfrentamiento con la policía y otros cuerpos represivos las improvisadas antorchas pasaron a un segundo plano, pero unos días después Vilma me dijo, tú tenías razón. Así de simple, habíamos discrepado en algo, pero esa era su ética, su carácter y tenía que decirme que había tenido razón. En esa época de fogosa juventud en que las sutilezas no eran parte de nuestro esquema de acción, ese gesto de Vilma fue la primera lección que recibí de ella. Después del 30 de Noviembre recibí otras muchas más.
Hace unos días en una carta que le escribí a un compañero le decía: “Las grandes cosas se pueden decir en dos palabras, fue nuestra hermana mayor. Mucho de lo que es hoy mi personalidad, carácter y hasta mi formación cultural, se lo debo a ella.” Vilma era sólo seis años mayor que yo, pero era tal su madurez, su carácter, que sin dudas fue nuestra hermana mayor, atenta a lo que sentíamos y pensábamos.
Cuando un elogio viene de una persona de la talla de Vilma se atesoran por siempre y contribuyen al aliento cotidiano para ser leales a los principios que nos inspiraron entonces. Guardo muy en lo hondo algo que me dijo un día, mucho después del triunfo de enero del 59 y que por supuesto no lo supe hasta entonces. Después del repliegue del 30 de Noviembre, debe haber sido el día 4 de diciembre, llegue a casa de Vilma, toque a la puerta y fue ella quien abrió. Le dije, Vilma, ¿sabes como puedo encontrar a Frank?, quiero ponerme a la orden de nuevo.
Y con una sonrisa pícara y cómplice a la vez me respondió, si, está aquí, pasa. Mucho tiempo después, Vilma me dijo, tú fuiste el primero que se presentó. Hay momentos en nuestras vidas que marcan para siempre una decisión, una conducta. Cuando comenzó el período especial y las amenazas se hicieron cada vez más inminentes, pensé: si Fidel toca a mi puerta para comenzar de nuevo allí estaré. Sin dudas que tenía en mente lo que me dijo Vilma y volvería a ser el primero en alistarme.
A Vilma siempre la consideramos como una persona culta y de singular inteligencia. Había estudiado Ingeniería Química, una carrera a la que entonces menos estudiantes acudían por ser de las más largas, si no recuerdo mal eran siete años de estudios y asignaturas que para aquella época de subdesarrollo eran algo inalcanzables para la inteligencia media. Al terminar sus estudios pasó un post grado en el famoso y a la vez prestigioso MIT en los EEUU. Fue en esa ocasión que, de regreso a Cuba en tránsito por México, conoció a Fidel y Raúl.
Una noche cenando en su casa le hacía bromas a Raúl recordándole como para su recibimiento en México se había aparecido con una “pucha” de flores. Y él le respondía la broma rememorando como ella le cantaba lindas canciones en el Segundo Frente al punto de engendrar un hermoso amor que perduró hasta su muerte. Recuerdo su dulce voz cuando cantaba El Mambí, que a pesar de ser un clásico cubano yo no la conocía. Desde entonces se convirtió en una especie de himno de combate y siempre que salíamos en misión les pedía a las compañeras del movimiento que me acompañaban en estas acciones Lucía, Kenia, Martha, Ibia e Idis, que la cantaran.
Tal vez nadie se ha referido al papel de Vilma como factor aglutinante de las fuerzas antidictatoriales. Su posición social, su cultura y su carisma sirvieron para establecer las bases de confianza de los sectores de la intelectualidad y los diferentes estamentos de la burguesía. La presencia de Vilma en las filas del Movimiento Revolucionario 26 de Julio sirvió, para muchos colaboradores y simpatizantes, como garante de que se trataba de un movimiento que se proponía cambios renovadores y no de un grupo de aventureros y gente de “gatillo alegre”.
Recuerdo su forma de tratar a las personas que estábamos involucrados en la lucha, dulce y firme a la vez, mirando a los ojos y diciendo verdades de la forma más convincente y clara. En una ocasión, dentro de los episodios de esa lucha cotidiana, le expresé que tal compañero me “había embarcado” y ella me respondió con aquella serenidad que la caracterizaron: “no, tu te dejaste embarcar”. Esta fue otra lección que nunca olvidé, no sólo debemos analizar a los que nos rodean sino los propios errores o flaquezas en nuestra conducta.
Las personas como Vilma transmiten, sin teatralidad y a veces sin pronunciar palabra, lo que sería un ejemplo o una norma de conducta. Estábamos en Levisa, en medio del combate por la Nicaro, y la aviación comenzó su acostumbrado bombardeo. Eran dos cazas de combate F-47 que picaban sobre nosotros dejando caer sus ocho bombas de 250 libras.
Yo no encontraba un lugar suficientemente seguro, al menos así me parecía, y más bien pensaba que cada una de esas bombas tenía inscrito mi nombre. Me movía de un sitio a otro sin encontrar lugar seguro o más bien el lugar que serenera mi espíritu. En uno de esos movimientos vi que Vilma estaba sentada muy tranquilamente bajo un destartalado puentecito de madera cifrando un mensaje para Fidel sobre la situación de aquel combate. En ese momento sentí una gran vergüenza y cesé en mi “búsqueda” de lugar seguro. Otra lección de Vilma, sin palabras, del valor que siempre la acompañó.
La serenidad y la confianza son elementos vitales en el arte conspirativo. Vilma fue de las mejores en estos aspectos. Sin dejar de mantener el rigor en el accionar cotidiano actuaba con desenfado y normalidad. Estas virtudes nos la transmitían cada día. Después del 30 de Noviembre su casa de San Jerónimo se convirtió en el Cuartel General del Movimiento 26 de Julio. Allí nos reuníamos a diario para recibir órdenes de Frank o rendir informe de las misiones encomendadas. Pasaban a veces decenas de compañeros. Vilma solícita y ecuánime, sin una queja, atenta a todos los problemas, alentando y transmitiendo serenidad. Estos días fueron parte de la escuela donde aprendimos el difícil arte de hacer revolución.
En una ocasión en que de manera rudimentaria y en precarias condiciones tratábamos de entrenar, en lo posible, a nuestros compañeros, me encontraba en una Imprenta a sólo unos metros de la casa de Vilma, para aquellos días convertida en Cuartel General del Movimiento Revolucionario en Santiago de Cuba, enseñándole el manejo de la pistola a un reducido grupo de compañeros la célula de Medina, uno de mis oficiales jefe de grupo.
La pistola no era la más apropiada para el caso, una Luger parabellun. En la cuenta de ahora esta el cartucho en la recámara, ahora no está, perdí ese conteo y se me escapó un disparo, nada menos que a unos pocos metros de la casa donde se encontraba Frank. Mi deber era informárselo y así lo hice salvando la poca distancia que me separaban de la casa de Vilma donde él se encontraba.
Cuando llegué me abrió ella y desde que la vi noté que estaba preocupada. Al momento comprendí que su preocupación era compartida porque Frank, que era en extremo riguroso, se le había escapado un tiro unos minutos antes y un nubarrón de tormenta se le percibía a la distancia desde donde alcanzaba a verlo.
Frank no estaba preocupado por las consecuencias de ese disparo sino por haber fallado en algo elemental en el manejo de las armas. Vilma no estaba preocupada por las consecuencias que para su casa y su seguridad personal ello podría significar, sino por la pena del compañero. Le dije a Vilma lo que me había ocurrido y ella me pidió que no le dijera a Frank para no preocuparlo más. Salve mi torpeza pero recibí la lección de la solidaridad humana y que para que sea verdadera las penas y los agravios de tus compañeros deben ser también los propios.
Muchos años después, cuando se inauguró Quitrín, un hermoso taller donde hábiles manos femeninas hacen maravillas en el buen vestir tradicional cubano, en la casa de Vilma y la vecina, donde vivió Nuria García, apenas entramos ambos sin ponernos de acuerdo, casi a gatas, buscamos la huella del disparo que se le había escapado a Frank. Allí estaba, honrando a aquella casa que tan generosamente había sido nuestro Cuartel General en los días posteriores al 30 de Noviembre.
El 30 de Noviembre estuvo en el Estado Mayor, atenta a todo y a todos. En uno de sus recorridos por los distintos puestos que ocupábamos los que allí estábamos, se detuvo frente a mí y me miró de pies a cabeza. Cierto que debo haber tenido una estampa tragicómica con los cargadores de la Thompson asomando por los bolsillos del uniforme y el desaliño típico en estos casos.
Entonces se le ocurrió decirme: “pareces un guerrillero comunista”. Me sorprendió y me hizo gracia la comparación, aún lo recuerdo. Años después, en una de las celebraciones de la fecha, regresamos a aquella casa. Vilma estaba seria, concentrada, cabalgando sobre su mirada venían los recuerdos. Yo la observaba y sentía junto con ella los recuerdos de los compañeros caídos, Frank, Pepito. No hacía falta preguntarle en que pensaba, en la silenciosa emoción que la embargaba se proyectaban todos los hermosos recuerdos que siempre hemos compartido.
No se trata de que Vilma no se percatara de los riesgos que corría con sus crecientes responsabilidades en la Dirección del Movimiento Revolucionario, más bien había logrado el justo equilibrio para transitar por estos escabrosos caminos. Recuerdo cuando Lucía Parada, otra de nuestras mujeres con posibilidad de automóvil, la buscaba para llevarla a una reunión, cuando ya Vilma estaba clandestina y buscada por las fuerzas represivas, ella colocaba su cola de caballo en la frente como un cerquillo, se anudaba un pañuelo, unas gafas y le decía, ya estoy lista. Y así salía para Santiago de Cuba, una pequeña ciudad provinciana en que casi todo el mundo se conoce.
Este optimismo, su confianza, su serenidad, nos lo transmitía a nosotros que llegábamos a percibir que luchando con personas de ese calibre nuestra causa era invencible.
Es difícil sintetizar una vida tan rica y tan llena de glorias, solamente trato de traer recuerdos que como testimoniante me llenaron la memoria de esta gran amiga. En su primer embarazo yo le hacía bromas de que el niño nacería el 10 de marzo. Pensé que esta era una broma intrascendente y cual no sería mi sorpresa cuando unos días después me dijo: “dice Raúl que esa fecha está reivindicada porque ese día abrió el Segundo Frente”.
Se había quedado con la duda sobre la posibilidad de que realmente naciera ese día. Finalmente nació Alejandro, el cuarto y último de sus hijos y al día siguiente la fuimos a visitar al Hospital, con la feliz coincidencia de llegar al unísono con Fidel. Fui testigo de este diálogo en que Fidel le preguntó que nombre le habían dado al niño. No puedo olvidar la felicidad de Vilma cuando con una mirada resplandeciente le dijo a Fidel “Alejandro por ti”. Se podía sentir la inmensa alegría y felicidad que colmaba esa habitación.
Fidel con su habitual modestia se veía profundamente halagado y no sabía como salir de esa embarazosa situación. “Caramba, y yo que no le traje nada”. Vilma se reía y disfrutaba ese momento. Para hacer más cómica la situación Pepín Naranjo que entonces era Ayudante del Comandante, sacó una pequeña bolsa y le regaló unas espuelas, ese era su ofrenda a Alejandro lo que causó aún más hilaridad en el grupo. Vilma radiante como no la había visto antes.
Estos son algunos recuerdos testimoniales dirigidos a dibujar someramente una personalidad, llena de vida y capaz de otorgarnos algo cada vez, para nuestro acervo, para conformar nuestra personalidad. Su vida fue muy rica, llena de extraordinarios acontecimientos, y aún más rica fue su vida después del triunfo de la Revolución.
Tuve el privilegio de compartir con ella los momentos difíciles llenos de mística y gloria de la lucha insurreccional y todavía recuerdo su aliento, el brillo de sus ojos cuando nos relataba sus experiencias en la Sierra Maestra cuando subió por primera vez. Era nuestra hermana mayor y así la recordaré para siempre.
Este 7 de abril, Vilma Lucila Espín Guillois, cumpliría 88 años de edad.