Por Martha Gómez Ferrals
Lázaro Peña, el inolvidable Capitán de la clase obrera cubana, falleció el 11 de marzo de 1974, en su puesto de trabajo y en el cumplimiento del deber, tal y como hizo siempre, desde sus tiempos de “bríos juveniles con madurez de veterano” –como afirmara Villena de él-, a pesar de hallarse muy enfermo en sus últimos días.
Había nacido el 29 de mayo de 1911, en la habanera barriada de Los Sitios, de origen muy humilde por su condición de pobre y negro. Pero el niño Lázaro, que quiso temprano ser violinista y no pudo lograrlo, traía una estrella y una energía que bien pronto empezaron a crecer hasta convertirlo en un descollante combatiente cubano, de integridad a toda prueba.
Saliendo de la adolescencia, a los 18 años, se afilió el Partido Comunista de Cuba en 1929, organización ilegalizada por el tirano Gerardo Machado, fundada por Julio Antonio Mella y Carlos Baliño en 1925, el mismo año de ascenso al poder de quien sería un sanguinario tirano.
Dentro del clandestino partido el joven repartió proclamas y participó en protestas. Ya 1934 integró su Comité Central, y fue electo como Secretario General del Sindicato de Tabaqueros y miembro del Comité Ejecutivo de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC).
El activo joven Lázaro se había incorporado al sector del tabaco casi desde la niñez, pues solo pudo cursar hasta el tercer grado y a partir de los 10 años tuvo que buscar la manera de ayudar al sustento de su familia, tras el fallecimiento de su padre, de oficio carpintero y eventual albañil.
Al principio, él intentó trabajar en los oficios de su progenitor, pero más tarde siguió los pasos de su madre, una humilde despalilladora del tabaco. El oficio aprendido en la confección de puros habanos le gustó mucho y siempre que podía volvía a practicarlo, incluso cuando sus deberes y responsabilidades eran otras.
La fecha de su natalicio, el 29 de mayo, no es por gusto la elegida por los tabacaleros cubanos para celebrar su Día, en homenaje al inclaudicable combatiente por sus derechos.
Retomando el hilo de su trayectoria, Lázaro tuvo una relevante participación en la huelga general revolucionaria de marzo de 1935, última movilización de peso de la revolución de los años 30
Tal implicación lo hizo padecer encarcelamiento. Una vez en libertad se dedicó con carácter protagónico a organizar y movilizar a los sufridos obreros cubanos. De tal empeño surgió la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), cuya aparición se señala el 28 de enero de 1939. Por supuesto, fue electo secretario general.
Su carácter franco y jovial, su marcado gusto por la música, la cultura en general, la pelota y el boxeo, su preocupación por la justicia e incesante espíritu de superación e instrucción, autodidacta, le daban un carisma indiscutible, por lo cual se ganaba el cariño y aprecio de todos. Sin embargo, desde las tribunas obreras su verbo era crítico e implacable, muy valiente, contra los opresores e imperialistas.
Un ejemplo fue su denuncia con nombre y apellidos del asesino del líder azucarero Jesús Menéndez, desde el mismo Manzanillo, donde fue ultimado el mártir combatiente.
No solo en bien de la clase obrera cubana trabajó Lázaro Peña por aquellos años. Fue uno de los gestores principales de la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL), fundada y con sede en México en 1938.
También, al crearse la Federación Sindical Mundial (FSM), en 1945, figuró entre los creadores y desde entonces integró su Comité Ejecutivo.
Resultó secretario y vicepresidente en 1953. Llegados los también turbulentos años 40, su lucha tuvo que ir más allá del antiimperialismo, a favor del ideario marxista y los justos derechos de los obreros.
Tuvo que oponerse firmemente a los desmanes de los gobiernos auténticos (1944 - 1952), los cuales crearon el engendro del mujalismo, usando a partir de 1947 a Eusebio Mujal.
Esa práctica minó la unidad del movimiento obrero, de manera forzada, mediante una camarilla impuesta desde adentro al movimiento obrero en la dirección de la CTC, que representaba los intereses de los dueños y explotadores.
Su enfrentamiento fue vertical y reclamó desafiar peligros de muerte, por los métodos criminales y gansteriles que se usaron contra los obreros.
Lázaro Peña siempre estuvo en el centro de los peligros y en combate e hizo una gestión constructiva, de reclamo, en pro de innumerables legislaciones que favorecieran a los obreros y trabajadores, incluyendo a los del sector artístico y cultural, ámbito por el cual sentía un afecto e inclinación especial, tal vez por su sueño de niñez –ser violinista- frustrado.
El tirano Fulgencio Batista no le permitió su ingreso a Cuba, en octubre de 1953, cuando regresaba de un congreso sindical celebrado en Viena.
Con el triunfo de la Revolución, se incorpora de nuevo, como un soldado más, a la reorganización del combativo movimiento sindical de la Isla.
En 1961, durante el XI Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba, fue electo Secretario General hasta 1966. Constituyó este un período en el cual, además, trabajó a nivel internacional contribuyendo a la fundación de la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL) y de la Federación Sindical Mundial (FSM).
A comienzos de 1973 fue designado jefe del Departamento de Organizaciones de Masas en el Comité Central del Partido Comunista de Cuba, organismo del cual había sido integrante, por sus relevantes méritos históricos, desde su constitución en 1965.
A pesar del agravamiento de la enfermedad que lo llevó a la tumba dedicó sus últimas energías a preparar el XIII Congreso de la CTC, en el que tuvo una participación medular. En su funeral, Fidel Castro resaltó su entrega abnegada y dijo que en ese momento no se iba a enterrar un muerto en propiedad: “Vinimos a depositar una semilla”. Una semilla que siempre fructifica. (Tomado de la ACN)