Por Roberto Hernández Suárez
Corría el año 1819 cuando en el mes de mayo el Libertador de América Simón Bolívar, comenzó su travesía por Los Andes, que concluyó el siete de agosto con la batalla de Boyacá, donde sus fuerzas y las de Santander cercaron y destruyeron las principales agrupaciones de tropas del Ejército Realista Español al mando del teniente general Pedro Morrillo.
En este contexto político, militar, patriótico y americanista nació en Bayamo el 18 de abril de ese año Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, quien desarrolló su juventud bajo la influencia y el conocimiento de aquella epopeya heroica de la historia de América.
También tuvo la vivencia de que su amada Cuba continuaba bajo la dominación hispana. El panorama, en la práctica, era de cambios revolucionarios que se estaban produciendo en Hispanoamérica.
Tal fue la influencia recibida que en 1870, año terrible de la revolución que favorecía a las armas peninsulares, en su alocución a los camagüeyanos expresaba:
“En el corazón de cada cubano deben estar escritas aquellas terribles palabras que en situación análoga pronunció el inmortal Simón Bolívar: “Mayor es el odio que nos ha inspirado la Península que el mar que nos separa de ella, y menos difícil sería unir los dos continentes que conciliar el espíritu de ambos países.”
Céspedes, imbuido de los conocimientos adquiridos durante su estancia en 1842 en Europa, a su regreso a Cuba vivió momentos políticos de suma gravedad como los intentos de invasión que protagonizó Narciso López desde Estados Unidos, su destierro y prisión en Santiago de Cuba en los primeros años de la década del 50, y la agudización de las contradicciones con la Metrópoli en temas económicos y políticos, que estaban demostrando que las reformas no eran la vía para solucionarlos.
Estas situaciones lo llevaron a unirse a las actividades conspirativas, encabezadas por Francisco Vicente Aguilera, con la idea de iniciar un levantamiento armado para expulsar a España de la ínsula.
Céspedes se percató durante el proceso conspirativo de que la Isla se encontraba en una coyuntura histórica excepcional para iniciar la insurrección, por ser tiempos de efervescencia política en España al calor de la asonada militar que derrocó a Isabel II, y que dio paso a un gobierno provisional de corte liberal en la península.
Este acontecimiento político favorecía en la Isla a las fuerzas patrióticas de ideas independentistas que conspiraban desde 1867.
A pesar de no haber logrado consenso para provocar un levantamiento armado de forma simultánea, en una reunión desarrollada en la finca El Rosario Céspedes asume el liderazgo de la revolución al ser elegido jefe único con plenas facultades para dirigir la guerra.
Sus ideas políticas, éticas, morales y revolucionarias y las de los hombres que lo acompañarían en la lucha, quedaron reflejadas en el acta que se levantó en ese encuentro, y fueron retomadas en el Manifiesto que se dio a conocer en Demajagua el 10 de octubre de 1868 con el estallido revolucionario, donde se anunciaba el comienzo de una guerra justa, anticolonial y antiesclavista que rompía con las ideas reformistas, anexionistas, y autonomistas.
Proclamar el inicio de la lucha armada como la principal vía para obtener la independencia con los recursos de fuerzas internas, sin presencia de tropas extranjeras, y con el propósito de eliminar la esclavitud, constituye en el plano estratégico, sin lugar a dudas, el aporte más significativo del pensamiento político-militar de Carlos Manuel de Céspedes.
En Bayamo se instituyó la forma militar de gobierno, homologándose el mando supremo del gobierno provisional revolucionario, con la máxima autoridad de la Isla.
Sobre esta decisión tomada por los jefes militares orientales de nombrar a Céspedes general en jefe, que no fue aceptada por el Comité Revolucionario de Camagüey, expresó José Martí que Carlos Manuel y sus jefes y oficiales creyeron “que la autoridad no debía estar dividida, [pues] la unidad de mando era la salvación de la revolución [ya] que la diversidad de jefes, en vez de acelerar, entorpecía los movimientos. Él tenía un fin rápido, la independencia.”
Contradicción que fue supuestamente resuelta, después de la pérdida e incendio de la urbe bayamesa, que obligó a Céspedes, en aras de buscar la unidad y salvar la revolución, a ceder ante las exigencias del Comité de Camagüey y aceptar en Guáimaro la constitución de un gobierno Republicano en abril de 1869.
La guerra concluyó con el Pacto del Zanjón, no por la victoria de las armas españolas, sino porque - como señalara José Martí- los cubanos dejaron caer la espada.
Con la deposición y muerte de Céspedes la contienda comenzó a declinar políticamente. Sin embargo, la Guerra Grande despejó el camino a la Guerra Necesaria para dar continuidad al pensamiento y acción del Padre de la Patria.
* Especialista del Instituto de Historia de Cuba
(Tomado de la ACN)