Por Graziella Pogolotti
A partir del triunfo de la Revolución, la Biblioteca Nacional se había convertido en uno de los centros más activos de la vida cultural habanera.
Cumplía su función de rescate, ordenamiento y preservación de libros, periódicos, grabados, mapas y otros documentos que constituían su patrimonio esencial.
La Biblioteca favoreció el desarrollo del interés por la lectura en niños y jóvenes, al ofrecer las novedades literarias en calidad de préstamo.
Abrió áreas especializadas para la difusión de la música y de las artes visuales. Impulsó un trabajo de extensión cultural con los sindicatos.
En su teatro, ciclos de conferencias abordaban las más diversas temáticas y se escuchaban las voces de los más prominentes intelectuales que visitaban la Isla.
Bajo la dirección de María Teresa Freyre de Andrade, un modelo similar se implantó en la red de bibliotecas, organizada a través de todo el país.
En medio de la efervescencia revolucionaria, abiertas oportunidades hasta entonces inimaginables, se multiplicaba la voluntad de aprender, que incitaba un espíritu de superación permanente.
Por sus dimensiones, por la cercanía existente entre el estrado presidencial y el lunetario destinado a los invitados, favorecedor de un diálogo ágil y carente de excesivas fórmulas protocolares, el teatro de la Biblioteca Nacional fue utilizado para el necesario intercambio de ideas entre la dirección del país y los escritores y artistas, a fin de establecer aspectos sustantivos de la política cultural de la Revolución.
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El discurso conclusivo de Fidel Castro se conoce con el nombre de 'Palabras a los intelectuales'. Mucho se ha escrito al respecto en panfletos, publicaciones periódicas y hasta en el mundo académico. Poco se ha hecho para intentar el rescate del decisivo e impalpable ambiente epocal. Corría el Año de la Alfabetización. Acababa de producirse la victoria de Girón.
Después de haber implementado fórmulas de subversión de toda índole: asesinatos de milicianos, la explosión del vapor La Coubre, quema de campos de caña o la distribución de un fraudulento documento según el cual las familias habrían de ser privadas de sus derechos de patria potestad, la conocida operación Peter Pan —que envió a un destino incierto a miles de menores de edad— la invasión confirmaba que el imperio había declarado una guerra a muerte contra una revolución popular, agraria y antimperialista.
El bombardeo al aeropuerto de Ciudad Libertad indicaba el inicio de la agresión armada. Ante una multitud fervorosa, con los fusiles en alto, Fidel declaraba el carácter Socialista de la Revolución.
Transcurridos apenas dos años y medio desde el triunfo de enero de 1959 se habían establecido instituciones fundamentales para ofrecer el sostén indispensable al desarrollo y la difusión de la creación artístico-literaria. Cuajaban proyectos que los creadores habían ido forjando, mediante enormes sacrificios personales, desde tiempo atrás.
En su inmensa mayoría no se habían comprometido con la dictadura batistiana, que tomó represalias con el Ballet Alicia Alonso al privarlo de una magra subvención gubernamental, a la vez que los artistas plásticos de todas las generaciones se opusieron a la bienal patrocinada por los regímenes totalitarios de Franco y Batista.
Nada debían a un capitalismo periférico, vuelto de espaldas al patrocinio de una cultura popular nacional. Sin embargo, existían preocupaciones respecto a la doctrina estética del realismo socialista, implantada como política de Estado en la Europa socialista, devenida freno de la experimentación en el terreno del arte, con graves repercusiones en la vida y en la obra de personalidades de alta significación.
Tal y como se refleja en numerosas publicaciones de la época, entre vanguardia artística y vanguardia política había un vínculo raigal, ratificado en las arenas de Playa Girón, donde la resistencia armada dio lugar a la reafirmación de la unidad entre soberanía nacional y proyección socialista, descolonizadora y tercermundista.
En esas condiciones precisas se configuraba un modelo político afincado en la tradición independentista y en el pensamiento martiano, latinoamericanista y antimperialista. José Martí había sido el autor intelectual del asalto al cuartel Moncada.
La formulación doctrinaria del llamado realismo socialista se derivaba de errores conceptuales de base. Ante las primeras manifestaciones de extremismo, Lenin percibió la necesidad de defender la obra de León Tolstói.
Para algunos, el arte quedaba reducido a un instrumento de propaganda, asentado en las demandas de la coyuntura más inmediata, sin tener en cuenta que cuando la creación alcanza su mayor envergadura se constituye en vía específica de conocimiento que, abierto a numerosas lecturas, sobrepasa las contingencias de su tiempo.
Por ese motivo, Don Quijote no ha dejado de cabalgar sobre Rocinante. Por lo demás, la noción de cultura en su dimensión sociológica y antropológica incluye al arte y se extiende mucho más allá.
La composición de los convocados a las reuniones de la Biblioteca era heterogénea. Respondía a distintas orientaciones filosóficas y estéticas. Integraban el conjunto escritores, cineastas, artistas.
Entre estos últimos se contaban arquitectos que desarrollaban proyectos de una modernidad que no desdeñaba la continuidad de una cubanía atemperada a las demandas del vivir actual, sin omitir tampoco la edificación de obras requeridas por la industria y la agricultura. Participaron asimismo historiadores.
En esa atmósfera, fueron numerosos los temas sometidos a debate, además del documental que suscitó una significativa confrontación institucional. El modo de abordar la historia fue uno de ellos, centrado en el propósito de dilucidar la contradicción fundamental que había prevalecido en el siglo XIX cubano.
Estaba latente, aunque nunca llegó a delinearse del todo, un concepto amplio e integrador de cultura. En ese sentido, el título Palabras a los intelectuales para el discurso final de Fidel resulta particularmente adecuado. Contiene un resumen de mucho de lo hablado en largas horas de diálogo.
Apunta, también, al replanteo de las relaciones entre cultura y sociedad. En su voluntad inclusiva, margina tan solo las posiciones irreductiblemente contrarrevolucionarias. Se coloca en el contexto en el que la agresión imperial planteaba un horizonte de lucha armada, aunque no hubieran llegado todavía los días de la Crisis de Octubre, cuando el mundo bordeó el peligro letal de una confrontación nuclear.
Mucho después, en las duras circunstancias de los 90, Fidel plantearía que la cultura era lo primero que debía salvarse. Treinta años antes, cuando desde la Alfabetización hasta la Reforma Universitaria se impulsaba una transformación educacional a la que todos tendrían acceso, sostenía que la cultura era uno de los tantos derechos históricamente conculcados al pueblo.
La historia no recorre una carretera trazada de manera lineal. En el curso de los años se cometieron errores en la aplicación de los lineamientos definidos en aquella etapa inicial.
Más que nunca, las expresiones contemporáneas del gran debate ideológico nos sitúan ante la exigencia apremiante de hurgar en lo más profundo del concepto de cultura para definir su alcance verdadero, desde una perspectiva dialéctica que despeje el complejo entramado de sus interrelaciones en el terreno de la sociedad y de los valores. (Tomado del periódico Juventud Rebelde)