Por: Susana del Calvo
Corría la década del 60 del pasado siglo, apenas daba mis primeros pasos junto a la Revolución. Era estudiante y por la Asociación de Jóvenes Rebeldes ayudaba de guía voluntaria con los invitados que llegaban al pais para conocer a Cuba y los cubanos.
Un día me llamaron para que acompañara a la secretaria general del Partido Comunista de Argentina, Mercedes, por un recorrido de oriente hasta occidente que duraría tres meses. No había problemas, estaba de vacaciones y con mis padres había hecho ese trayecto, además siempre he sido una fanática de la historia en general y la nuestra en especial.
La fui a buscar al aeropuerto, luego que nos presentaran lo primero que me pidió fue una bebida refrescante que tuviera un toque del famoso ron cubano. La invité a un daiquirí que nos acompañó todo el camino en pequeñas dosis.
Le apasionó la región oriental tanto como a mi, y otra vez tenía que hablarle de los Maceo, de su madre, Mariana Grajales, que acompañó a sus siete hijos para que se incorporaran a la lucha por la independencia de España. Antonio Maceo no sólo fue un gran estratega militar, sino también un hombre cuyas ideas iban más allá de su tiempo junto a José Martí.
Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Calixto García, figuras cimeras que sentaron las bases de la rebeldía de los cubanos en una lucha que duraría más de cien años por nuestra verdadera independencia.
No dejé de mencionarle cómo las mujeres los acompañaron siempre y se convirtieron en guerreras sin abandonar su dulzura, aquí los ejemplos también fueron múltiples hasta llegar a la última etapa en la actualidad donde pudo conversar con algunas de ellas. Le decía que Vilma Espín era capaz de decirle todas las verdades a nuestro vecino del norte que siempre ha tratado de aplastarnos, con una ternura y una sonrisa que nadie pensaría que estaba poniendo los puntos sobre las ies a temas escabrosos. Le ganaba siempre al que osara ofendernos.
La despedida no fue fácil, la noche anterior me confesó que se iba con la pena de no haber podido hablar con Fidel. Como quería que yo seleccionara el lugar de nuestro último encuentro, la lleve a la Plaza Cadenas, en el corazón de la Universidad de La Habana y sitio emblemático de las luchas estudiantiles.
Despacio subimos la escalinata coronada por el Alma Mater que nos abría sus brazos. Luego teníamos que atravesar los bajos de la Rectoría, eran ya más de las nueve de la noche, cuando por una de las escaleras bajaba Fidel quien se acercó a nosotras. Yo creí que a aquella mujer le daba un ataque, la emoción era tan grande que estaba colorada como un tomate y al principio apenas le salían palabras.
Conversaron durante largo rato, se hacían preguntas el uno al otro, tuve una conferencia magistral de un hombre que sentó pautas en la historia universal. A los pocos minutos ya la escalinata estaba llena de pueblo.
Ella no durmió esa noche, era un manojo de nervios, había cumplido su sueño y con creces. Yo estaba tan emocionada que casi no podía articular una sílaba, era una niña que no llegaba a los 14 años que se encontró con un gigante, lo que marcaría toda su vida.