Por Jorge Wejebe Cobo
El 29 de agosto de 1895 la oriental ciudad cubana de Guantánamo, fuerte posición militar española, presentaba una inusual actividad: los cornetas no cesaban de transmitir las órdenes, los soldados de infantería formaban a toda prisa en la plaza, mientras que las fuerzas de caballería salían a trote ligero de los cuarteles para ponerse al frente de una fuerte columna de alrededor de 600 hombres.
Entre aquella uniformidad de los batallones hispanos, la mayoría reclutas recién llegados de España, resaltaba una abigarrada tropa, con sucias ropas de faena, tocados con anchos sombreros, machete a la cintura y en su generalidad armados de carabinas máuser, quienes en tumulto se aprestaban a incorporarse a la marcha .
Eran los guerrilleros de Guantánamo que colaboraban como efectivos guías para las tropas y en el combate se mostraban implacables contra los mambises.
La razón de aquella intempestiva marcha obedecía a una información brindada al mando peninsular por un soldado que había estado prisionero en la prefectura del Ejército Libertador en Casimba, y logró escapar e informar que el general José Maceo estaba en ese lugar, casi inválido a causa de una ciática doble, con una escolta que no sobrepasaba los 50 hombres.
El coronel Francisco Borja Canellas, jefe de la columna, consideró que aquella sería una incursión sencilla y victoriosa, aunque su suerte estaba echada cuando un agente secreto cubano conoció la información y alertó al jefe insurrecto, quien se sobrepuso a su enfermedad, montó en su caballo, organizó el combate y mandó un enlace a su hermano Antonio, quien se encontraba a unos 30 kilómetros de distancia.
El Lugarteniente General, al recibir el mensaje emprendió la marcha para auxiliar a José, quien corría serio peligro.
Al respecto José Miró Argenter, jefe del Estado Mayor de Antonio Maceo, señaló en sus crónicas que la marcha se realizó “en una noche tenebrosa, por caminos horribles y sin un minuto de descanso, en la cual quedaron caballos y acémilas por quebradas y senderos del monte”.
A las primeras horas del 31 de agosto, las tropas del Titán de Bronce llegaron a su lugar de destino en Sao del Indio, avisó a su hermano y con él coordinó las acciones y organizó la emboscada para atacar por la retaguardia.
Pusieron dos minas de TNT en el camino por donde debían aparecer las fuerzas peninsulares que, aunque hostigadas por los tiradores de José Maceo, siguieron su avance al considerar que se trataba de la débil resistencia del campamento mambí hasta que parte de la vanguardia voló por los aires debido a la explosión de la primera mina.
Ambas minas detonaron y causaron grandes bajas a los españoles. Fue entonces cuando el Titán de Bronce arremetió desde la retaguardia donde las fuerzas enemigas no esperaban ataque alguno.
Las tropas ibéricas tuvieron alrededor de 200 bajas entre muertos y heridos, los mambises 89 y una buena cantidad de lesionados. No se conoce del destino de aquel soldado español que en realidad, sin quererlo, llevó a una emboscada a las fuerzas a las que pertenecía.
También cayeron en combate algunos guerrilleros traidores, entre ellos muchos de los que casi exterminaron en los montes de Baracoa a la expedición de los hermanos Maceo, tras su desembarco por la Playa de Duaba, en abril de ese año.
En el combate de Sao del Indio culminó el Lugarteniente General su campaña en tierra oriental y comenzó a preparar la invasión a occidente para cumplir con los acuerdos establecidos con José Martí y Máximo Gómez con el fin de consolidar la lucha en todo el territorio de la Isla. (Tomado de la ACN)