Por Graziella Pogolotti*
Hace alrededor de cuatro décadas el Grupo de Teatro Escambray estrenó Molinos de viento, texto de la autoría de Rafael González.
Presentada en el Festival de La Habana, la obra alcanzó enorme éxito de público, sobre todo entre los espectadores más jóvenes. Abordaba el tema del fraude escolar y de las actitudes fraudulentas ante la vida, asuntos estrechamente interrelacionados.
La trama tomaba como punto de partida el enjuiciamiento de algunos estudiantes por extraer de la gaveta de un profesor el cuestionario de examen. El anuncio de una visita de inspección interrumpía el proceso en marcha.
Todo se concentraba entonces en el esfuerzo por ofrecer a los visitantes la mejor imagen del plantel y enmascarar para ello la menor señal de deficiencia. El problema planteado por la anécdota inicial se proyectaba hacia la sociedad en su conjunto. La referencia al Quijote subrayaba la dimensión ética del conflicto.
El recuerdo de aquellas funciones, junto a los debates que las acompañaron, aflora a mi memoria con motivo de la reciente publicación en Juventud Rebelde del artículo de un colega que aborda el tema de las consecuencias del fraude.
Refiere la historia de la definitiva pérdida de credibilidad de una periodista norteamericana al descubrirse la falacia de un reportaje escrito por ella y alude con razón a algunas manchas de nuestro vivir cotidiano generadas por la complicidad de alumnos, maestros y familiares que mediante el empleo del soborno y las relaciones personales, favorecen dolosamente la promoción de niños y jóvenes.
El problema tiene repercusiones aún más graves. Como una pústula envenenada genera gangrena que corroe los cimientos éticos de la sociedad. No es función de la escuela distribuir diplomas. Le corresponde instruir y formar ciudadanos responsables, solidarios, buenos patriotas, sensibles y honrados.
Para lograr tan alto propósito, la ejemplaridad del maestro se manifiesta en su transparencia y en su incorruptibilidad. Tuve el privilegio de contar con el afecto de mis profesores. Ninguno me hizo concesiones. Se comportaron en el aula con absoluta equidad.
Las actitudes fraudulentas ante la vida crean un abismo que quebranta la cohesión social orientada hacia el mejoramiento humano y socavan la lucha por un bienestar material acompañado por el disfrute pleno del universo de la espiritualidad. En ese precipicio cohabitan el desacato de la ley —garantía de orden—, la quiebra de la convivencia y del respeto mutuo.
Las pequeñas y grandes manifestaciones de corrupción, el ocultamiento de la verdad y el menoscabo de principios éticos que conformaron, en su continuidad, lo mejor del pensamiento cubano, obstaculizan el logro de nuestro proyecto social.
La ética alentó la práctica educativa de José de la Luz y Caballero. Tuvo su más alta expresión en la acción y en las ideas preconizadas por José Martí, quien cimentó sobre esa base la organización de la Guerra Necesaria, considerada como fragua de la independencia y de la república deseada.
A otra escala, la del mundo ancho y ajeno dominado por el capitalismo en su fase neoliberal, todo vale. Se extiende y se generaliza la crisis de los principios éticos que han sustentado, a través de la historia, las sucesivas formaciones sociales y sus culturas correspondientes.
En una etapa anterior de su desarrollo, el capitalismo reconoció el papel regulador del Estado. Cuando se produjo la quiebra económica que estremeció los 30 del pasado siglo, se aplicó el concepto elaborado por el británico John Maynard Keynes.
La inversión estatal en la modernización de la infraestructura creó empleo y reanimó la producción de bienes con lo cual se beneficiaban las empresas privadas. Por otra parte, se intentaba legislar para contener la consolidación de oligopolios. En la actualidad, el poder real reside en las corporaciones transnacionalizadas.
Los medios de comunicación se subordinan a sus intereses. Cada vez más costosas, las campañas políticas requieren financiamientos que determinan compromisos con esas fuentes de dudoso origen. Mediante la tergiversación y el ocultamiento de la verdad, se construye la opinión pública internacional y se manipula la conciencia ciudadana al punto de incentivar el voto en contra de los reclamos más legítimos del pueblo.
Se silencian las violaciones masivas de los derechos humanos, los desaparecidos, los asesinatos de activistas sociales, la violencia represiva. El discurso de la extrema derecha se propaga con el empleo de una demagogia populista.
Se han quebrantado en la práctica concreta los principios sustentados alguna vez por la democracia representativa. Las instituciones encargadas de velar por el bien público se subordinan a los intereses del mercado.
En este panorama convulso está en juego el destino de la humanidad. A contracorriente de un capitalismo neoliberal depredador, se impone un proyecto de rostro humano inclusivo. La batalla se libra en los campos de la economía y del pensamiento.
Quienes participan en la defensa de un presente y de un porvenir mejor tienen que asumir valores éticos irrenunciables en su conducta cotidiana, en su relación con el otro, en su ejercicio profesional, para cerrar el paso a las nefastas actitudes fraudulentas ante la vida. En la hora actual, adarga en ristre, nos corresponde afrontar esos molinos de viento.
*Destacada intelectual cubana
(Tomado del periódico Juventud Rebelde)