Por: Miguel Díaz-Canel Bermúdez
He leído con placer decenas de mensajes escritos en el sitio de la Presidencia, a propósito de la convocatoria de enero para rendir justo homenaje al más universal de los cubanos. Algunos son tan hermosos que dan ganas de reproducirlos como grafitis.
Aunque sólo escriben nombres o seudónimos, no oficios ni edades, es muy reconfortante advertir que, además de numerosos martianos conocidos, son mayoría los educadores y los jóvenes interesados en hacer públicos sus sentimientos hacia Martí.
Ela, maestra de círculos, ha escrito que se emocionó mucho cuando les habló sobre Martí a niños de 5to año de vida, porque en ese momento ellos, espontáneamente, corrieron a abrazar y besar el busto junto al que ponen flores cada mañana.
Enrique, joven profesional, cuenta orgulloso que, siendo niño, representó al Apóstol en una parada martiana en su pueblo natal, Placetas y que al graduarse de la Universidad subió la bandera cubana hasta el Pico Turquino sólo para rendirle homenaje.
Como afirma Yamaris Pedraza “todo cubano tiene un Martí dentro, todos hemos leído e interpretado sus obras, pensamientos”.
¡Y cómo hay pensamientos de Martí iluminándonos! Tengo amigos memoriosos que lo citan constantemente para probar que habló de todo, que tocó todos los asuntos y que en sus escritos podemos encontrar respuestas a las preguntas más difíciles. Nuestras escuelas podrían organizar concursos para encontrar sentencias martianas útiles al crecimiento humano. Verán qué manantial de valores éticos los inundan.
A Pedro Pablo Rodríguez, director de la edición crítica de sus Obras Completas, le escuché una vez que aquel hombre que sólo vivió 42 años, dejó un legado realmente infinito. De forma tan frecuente y constante aparecen novedades relacionadas con Martí, que su trabajo parece que no terminará nunca.
Esa obra y la que ha generado su estudio en Cuba y por todo el mundo, anda ya por las redes sociales, donde hay muchachos que lo comparten y entienden, al fin, que hay mucho Martí por conocer debajo de la prosa y el verso que los fascinan. Descubren emocionados que no es un hombre del siglo pasado sino de todos los siglos.
¿Pero eso es de Martí? preguntan muchos, asombrados de la extraordinaria vigencia de sus afirmaciones y de la universalidad de los asuntos que abordó.
Cuando los más nuevos –sean niños o jóvenes- descubren que el hombre de la Edad de Oro escribió también cosas tremendas para adultos sobre el orden universal y los peligros que todavía nos acechan, ya les resulta imposible desprenderse de la necesidad de buscarlo. Si lo encuentran y entran en sus esencias, ya nada podrá separarlos del encanto de su palabra. Y se vuelven invencibles.
Pero, como decía el propio Martí en el manifiesto del Partido Revolucionario Cubano (PRC) a Cuba: “La patria es sagrada, y los que la aman sin interés ni cansancio, le deben toda la verdad”.
No quiero ni puedo exagerar. Aún no está Martí como quisiéramos y como hace falta que esté, para terminar de bordar el alma de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos. Seguimos y seguiremos necesitando a Martí, siempre. Y es nuestra responsabilidad enseñarlo, sabia y amorosamente, como sólo los buenos padres y los buenos maestros saben hacer.
Un golpe salido de las entrañas del odio nos sacudió hace poco la conciencia en relación con la perniciosa rutina que nos hizo olvidar el cuidado de los bustos martianos. No la pieza material que nos acompaña desde la niñez, sino su integridad, el símbolo que encierra.
Los hechos posteriores vinieron a probar cuánto significa estar junto a Martí, en el bando de los que aman y fundan. O contra Martí, en el bando de los que odian y destruyen.
Hoy es 24 de febrero. Han pasado 125 años del inicio de la más noble de las guerras. La que organizó y dirigió Martí, definiéndola como “guerra entera y humanitaria, en que se une aún más el pueblo de Cuba, invencible e indivisible”.
Está escrito en el Manifiesto de Montecristi, donde él y Gómez invocaron “como guía y ayuda de nuestro pueblo, magnánimos fundadores, cuya labor renueva el país agradecido, y al honor, que ha de impedir a los cubanos, herir de palabra o de obra, a los que mueren por ellos”.
Fue el 25 de marzo de 1895, en vísperas del largo viaje que los traería a la Patria, donde ya combatían por la independencia los patriotas veteranos y los pinos nuevos que sólo Martí pudo levantar y juntar con su descomunal fe “en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud”. Esa fe sostiene nuestra legendaria resistencia. Cuidémosla todos, adentrándonos en Martí.
(Tomado de Presidencia)