Por: Pedro de la Hoz
La Habana, 21 mar (RHC) A partir de 1966, la comunidad internacional consagró el 21 de marzo como Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial, en recuerdo de uno de los crímenes más horrendos del apartheid en Sudáfrica, cuando en esa fecha de 1960 fueron asesinadas 63 personas que se manifestaban pacíficamente contra el régimen racista en la ciudad de Shaperville.
En Cuba arribamos a este día con la puesta en marcha del Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial, aprobado por el Consejo de Ministros y conducido por una comisión gubernamental encabezada por el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.
A ese conjunto de acciones, que tienen su fundamento en los valores humanistas de la Revolución, tributan, entre otros organismos estatales y organizaciones de la sociedad civil socialista, el Ministerio de Cultura, las fundaciones Nicolás Guillén y Fernando Ortiz, y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, esta última mediante el activismo responsable de la Comisión José Antonio Aponte. La escuela cubana, las organizaciones juveniles y estudiantiles y los medios de comunicación también están llamados a desempeñar un papel de primerísimo orden.
Esta mención tiene que ver con una perspectiva ineludible: el combate contra el racismo y la discriminación entre nosotros debe librarse en la educación y la cultura, pues en ambos campos, interrelacionados y complementarios, existen condiciones y herramientas para promover la toma de conciencia de que el racismo y la discriminación constituyen manifestaciones absolutamente ajenas a la condición humana, y niegan las esencias mismas de nuestra sociedad socialista.
En una de las muchas veces en que el destacado intelectual Fernando Martínez Heredia discurrió sobre el tema, subrayó cómo el racismo antinegro, desde los tiempos de la trata y la explotación de la mano de obra esclava africana, «estuvo permeado por elementos como la pobreza crónica, la desigualdad, y en lo privado por la manera vergonzante de ser así». Y precisó: «En 1959 se conquistó la igualdad de oportunidades, pero había una acumulación cultural que era más difícil de desmontar, por ello otra revolución cultural estamos necesitando en este sentido».
El racismo supone la superioridad biológica, intelectual y estética de una raza sobre otras. Demostrada científicamente la falacia del concepto de raza en la especie humana, esa «teoría» no debía existir, más en el caso cubano, al comprobarse el mestizaje genético de nuestra población. Pero ese fenómeno inexistente en lo biológico, persiste como construcción cultural.
El prejuicio racial existe en el orden sicológico, es hijo de esa teoría y a veces funciona hasta involuntaria e inconscientemente. Se aferra en el pensamiento y motiva o condiciona la acción discriminatoria. La discriminación como acto de inferiorización y desdén hacia un tipo de personas por el color de la piel es hija del racismo.
Un programa nacional, como el que estamos adoptando, puede eliminar relativamente en corto plazo algunas vulnerabilidades que constituyen causas objetivas que inciden en el asomo y la reproducción de manifestaciones retrógradas. El enraizado prejuicio es el detonante que, en el orden subjetivo, ayuda a que pervivan en la sociedad estas prácticas discriminatorias, las cuales exigirán arduos y coordinados empeños sistemáticos para su definitiva erradicación.
Contamos con el pensamiento antirracista de José Martí y Fidel Castro en este frente de batalla que confluye con otras que llevamos adelante contra las discriminaciones de todo tipo. Hay que reforzar la idea martiana de que «raza es humanidad», y recordar cómo, al llamar a sus compatriotas a luchar en 1895 por la emancipación del yugo colonial, evocó el ejemplo del 10 de Octubre de 1868 con estas palabras: «…al negro le diremos –porque no hay injuria en decir negro como no la hay en decir blanco– que no está en el ánimo de los que mantenemos el espíritu de la revolución, permitir que con odios nuevos y desdenes inconvenientes e indignos de nobles corazones, se pierdan los beneficios de aquella convulsión gloriosa y necesaria». Y con Fidel concordamos que «la virtud, los méritos personales, el heroísmo y la bondad es lo que debe ser la medida del aprecio que se les tenga a los hombres, y no el pigmento de la piel».
Desde el arte en particular, y la cultura en general, mucho se puede y debe hacer para cambiar paradigmas, desterrar prejuicios y avanzar definitivamente hacia una sociedad inclusiva, en la que el color cubano, avizorado por el poeta nacional Nicolás Guillén, sea una convicción plenamente asumida, desde el intelecto y el sentimiento, por todos los habitantes de nuestro archipiélago. (Fuente: Granma)