Por: Gustavo Robreño Díaz
La Habana, 16 abr (RHC) Resulta recurrente, aún después de 59 años, que se pretenda culpar al expresidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, por la derrota de la invasión mercenaria a Cuba por Playa Girón.
Desde ese mismo instante, abril de 1961, se cuestionó en los propios Estados Unidos el pretendido uso limitado que dio el entonces mandatario estadounidense a la aviación y la marina de guerra del país norteño.
Tal afirmación, coreada con fuerza en Miami -sobre todo entre proclamados veteranos y excombatientes (por su nombre: mercenarios)-, solo persigue ocultar la ineptitud de entonces y encubrir la verdadera causa del estrepitoso revés.
Pretendido culpable
Sobre la presunta culpabilidad de Kennedy, está demostrado que antes de aprobar el plan de invasión a Cuba -del cual tuvo conocimiento a inicios de 1961- el estrenado mandatario dejó claro que no autorizaría la participación directa y a gran escala de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en apoyo al asalto inicial.
Para los gestores de la denominada Operación Pluto, al amparo de la cual la Agencia Central de Inteligencia (CIA) reclutó, armó y entrenó a la fuerza mercenaria, la exigencia presidencial no representó en ese momento un impedimento para abortar la invasión.
Daban por hecho que no necesitarían del apoyo del ejecutivo.
Investigaciones históricas -cubanas y norteamericanas- así como documentación desclasificada con posterioridad, detallan como en ningún momento el presidente Kennedy improvisó al tomar decisiones, ni mucho menos que actuó en detrimento del éxito de la operación.
Esas indagaciones, corroboradas años después por la comisión del Congreso que investigó su asesinato en 1963, demuestran que el mandatario cumplió rigurosamente todo cuanto a él correspondía, según el plan final presentado para la invasión y que él mismo aprobó.
Incluso, si de algo puede inculparse a Kennedy es precisamente de traspasar los límites que de inicio fijó, al permitir -en un esfuerzo final por evitar el desastre- que la aviación a bordo del portaviones CVS-9 Essex explorara el campo de batalla y diera cobertura a la aviación mercenaria.
Está documentalmente probado, además, que en su afán porque el mandatario no cancelara la operación, sus patrocinadores de la CIA y el Pentágono le hicieron llegar informaciones imprecisas y falsas sobre la capacidad combativa adquirida por la hueste mercenaria.
Por ejemplo, cuando el 13 de abril el gobernante aún no había tomado una decisión final, se le indicó al coronel de la Infantería de Marina, Jack Hawkins, un veterano de la guerra de Corea que dirigió la preparación, que enviara desde Nicaragua un mensaje a Kennedy con la verdad conveniente.
'La Brigada está bien organizada (...) los hombres han recibido un entrenamiento intensivo, que abarca una experiencia en el tiro superior a la que normalmente adquieren las tropas estadounidenses (?) el escuadrón de B-26 iguala al mejor de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos', le escribió Hawkins al jefe de la Casa Blanca.
Fue Coraje lo que faltó
Una vez decidido, el presidente accedió a que en su traslado hasta las cercanías de la Ciénaga de Zapata, la flota mercenaria fuera escoltada por la nombrada Fuerza de Tarea del Portaaviones Alfa, integrada por siete destructores y dos submarinos.
De igual modo, como parte del apoyo directo estadounidense -ese que más de medio siglo después los derrotados siguen negando-, se unió a la agrupación naval invasora el buque Dique LSD-25 San Marcos, que trasladó las barcazas de desembarco hasta pocas millas al sur de la bahía de Cochinos.
Además, para acudir en breve al llamado del espurio gobierno que se establecería una vez consolidada la plaza de armas, Estados Unidos mantenía en el Caribe al portahelicópteros LPH-4 Boxer, con un batallón de la Segunda División de Infantería de Marina a bordo.
Aguardaba también en las proximidades de la isla el portaaviones CVA-38 Shangri La, con 70 aviones, acompañado por los destructores DD-507 Conway; DD-701 Eaton y DD-756 Murray.
De tal modo que, aunque vociferen lo contrario quienes hace 59 años fracasaron en el intento de retrotraer a Cuba a un pasado de afrenta y oprobio, nada tuvo que ver la acción u omisión del presidente Kennedy en la derrota de la fuerza mercenaria.
A ello, súmese que se dotó del armamento y el entrenamiento adecuados para cumplir su misión, que no era otra que sostenerse el mínimo de tiempo imprescindible para legalizar la intervención directa de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos.
Lo que olvidan los asiduos a las veladas del teatro Manuel Artime, de Miami, es que la Brigada de Asalto 2506 perdió la voluntad de combatir, antes incluso de que el acertado accionar de las fuerzas revolucionarias las privaran de todo apoyo logístico.
Les faltó el valor, denuedo y espíritu de victoria que solo dan la razón y justeza de la causa que se defiende, algo que no pudieron, ni podían inculcarle jamás, sus mentores yanquis. (Fuente: Prensa Latina)