Por: Dinella García Acosta
La Habana, 23 jun (RHC) Hace unos meses, cuando un grupo de creadores conocidos como makers, comenzaron a organizarse alrededor del mundo para proveer a los sistemas de salud con materiales de seguridad, Abel, Ariel y Eduardo ya llevaban un tiempo innovando en Cuba con las impresoras 3D. Prótesis para niños, válvulas, viseras, piezas de repuesto a motos eléctricas y maquinaria industrial, esta tecnología se presenta como un antídoto para la obsolescencia programada en un país “bloqueado, sometido a periodos de escasez y con una creatividad casi genética”.
No es de extrañar entonces que fuera en medio de una de las mayores crisis que ha vivido la humanidad en los últimos cien años, que un grupo de profesionales cubanos movilizaran todo su ingenio y se unieran para ayudar en la batalla contra la Covid-19. Coordinados vía Telegram, alrededor de 30 personas con impresoras 3D y unos 200 miembros en todo el país en alianza con las instituciones estatales, comenzaron a confeccionar equipos de protección para los profesionales de la salud.
Los primeros diseños vinieron de la mano de Abel Bajuelos, diseñador y músico, cuentapropista desde hace seis años y contratado por el Centro de Neurociencias de Cuba (CNEURO). La manufactura aditiva, como se le conoce a esta tecnología, trabaja mediante hardware y software libres, es decir, los prototipos para las viseras eran fácilmente descargables de Internet.
Pero el trabajo no terminaba allí. En momentos donde cada segundo cuenta, había que reducir el tiempo de impresión y con la menor cantidad de materiales posibles.
Las primeras noches Eduardo Ernesto Pérez, cuentapropista y trabajador de Alimatic, pasaba horas sin despegar la vista de la impresora, esperando cualquier tipo de fallo para solucionarlo. Los plazos de impresión varían según materiales y calidad del equipo.
Ahora las producen en aproximadamente 45 minutos con PLA, un termoplástico derivado del almidón, utilizado sobre todo en la industria alimenticia, relativamente barato y de los más fáciles y rápidos para imprimir, que la Oficina Nacional de Diseño (ONDI) comenzó a suministrarles en cuanto agotaron sus reservas.
Además, a diferencia de otros países donde las viseras se hacían de un solo uso, en Cuba estas debían ser resistentes al agua, jabón y soluciones desinfectantes a base de alcohol y cloro, detalla Ariel Bravo, informático cuentapropista y trabajador de la empresa de BioCubaFarma, ETI, quien junto a su padre lleva años en este mundo.
En coordinación con el CNEURO, recibían retroalimentación de doctores trabajando en unidades de cuidados intensivos (UCI) en todo el país. “Los primeros modelos, además de que demoraban horas en producirse, se empañaban. Los doctores nos dijeron que hacía falta ventilación arriba y se le incluyeron los cortes”. Cada vez que había algo en que trabajar, del otro lado de esa red social que es Telegram había diseñadores esperando para en cuestión de horas solucionar el desafío.
Llegado un punto, los mismos médicos comenzaron a comunicarse con ellos para pedirles alternativas. Ariel recuerda el encargo de salva-orejas, que terminó haciendo una muchacha cuya impresora era muy pequeña para las viseras, y la sorpresa que se llevaron cuando vieron en el noticiero que el presidente Miguel Díaz-Canel llevaba una de ellas.
Abel, por ejemplo, trabajó en el diseño de un arnés para máscaras de ventilación para niños y recién nacidos del pediátrico Juan Manuel Márquez. Además, en el diseño de válvulas para respiración asistida en colaboración con Combiomed e hisopos para las pruebas PCR.
Un paquete con alrededor de cinco de esas válvulas costaba al sistema de salud italiano 10 mil euros. En una impresora 3D los makers de la península ibérica la hicieron a un coste de tres. Las demandas por propiedad intelectual de la empresa que las suministraba no tardaron en llegar. En España, donde ocurrió uno de los mayores movimientos de los makers, también se dieron algunos intentos para frenarlos.
Incluso en un escenario sanitario donde la mayor cadena de distribución a nivel mundial, China, estaba colapsada y los profesionales de la salud rogaban por suministros, teniendo que usar hasta capas de agua para protegerse, los intereses económicos y las regulaciones estrictas permanecieron en algunos casos. “Muchas de las soluciones que se implementaron en Cuba, en el mundo hubieran sido imposibles”, dice Abel.
“Vivimos en un país con una creatividad casi genética, sometido a escenarios de escasez con un enfoque de consumo dirigido a mantener y reparar. La impresora 3D se presenta como un antídoto para la obsolescencia programada, que es una pandemia que nos azota desde hace muchísimos años y quizás es una pandemia que retroalimenta a esta otra que pasó, la consecuencia del derroche, el consumismo y la contaminación”, añade.
Un antídoto para la obsolescencia programada
Ahora que la curva se aplana y podemos decir que ganamos la batalla contra la epidemia, Abel explica que la intención de las instituciones estatales es seguir trabajando con ellos y aprovechar la descentralización que proporciona esta red de fabricación en tiempo real y autogestionada.
En primer lugar, dice el cuentapropista, continuar haciendo material de protección. “Como el coronavirus llegó para quedarse, las viseras también, para todos los sectores”. Pero los makers hablan también de todo tipo de soluciones para el desarrollo local, la reducción de importaciones y la soberanía del entorno material, cuyas ventajas van por aquí:
Representa un gran ahorro en costo de almacenamiento. El almacén de tus productos es digital y lo haces a demanda. Este inventario digital supone un ahorro en energía, espacio y transportación, que puede ser una base de datos nacional, donde no solo descargas la geometría digital, sabiendo la máquina y el material ya descargas las instrucciones.
Es una máquina que se autorreplica a ella misma. Las impresoras 3D pueden fabricarse con las mismas impresoras 3D.
Es virtualmente imposible bloquear bits con el uso de VPN y proxys, por lo que podríamos burlar el bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por el gobierno de Estados Unidos a Cuba.
Permite la fabricación distribuida y constituye un medio de transporte. Incluso sin salir de casa es posible generar un producto de alto valor en cualquier provincia del país.
Propicia la colaboración entre países a partir de alianzas entre el sector estatal y por cuenta propia. La impresora y los materiales en un país del mundo y los profesionales en Cuba.
Promueve el encadenamiento productivo y el crecimiento local de forma sostenible, al deshacernos de la mentalidad importadora y fomentar el papel del prosumidor.
Para Abel, Ariel y Eduardo el espacio ideal sería lo que se denomina fab labs, espacios comunitarios de transformación digital para crear y alfabetizar, que dan paso a lo que en el mundo se conoce como las fab cities, ciudades que producen buena parte de lo que consumen.
No obstante, aún prevalece mucho desconocimiento sobre el tema. “Se trata de crear alianzas e involucrarnos en todo el proceso, cambiar mentalidades y establecer un ecosistema de piezas e insumos comercializables a través de CIMEX o alianzas con instituciones estatales. No es un secreto que fuera del polo científico cubano el I+D está deprimido”, dice Abel.
¿Pueden las impresoras 3D jugar un rol importante en la solución de las problemáticas que enfrentaremos en la etapa pos-COVID-19? “Cuba no se va a desarrollar llenándola de impresoras 3D, pero tampoco se va a desarrollar sin eso”, asegura. (Fuente: Cubadebate)