Por Martha Gómez Ferrals
La Habana, 11 ago (RHC) El 13 de agosto de 2015, día en que cumplía 89 años, el Comandante en Jefe Fidel Castro, líder histórico de la Revolución Cubana, sin recordar a nadie su onomástico, escribía en una de sus acostumbradas Reflexiones: “La igualdad de todos los ciudadanos a la salud, la educación, el trabajo, la alimentación, la seguridad, la cultura, la ciencia, y al bienestar, es decir, los mismos derechos que proclamamos cuando iniciamos nuestra lucha, más los que emanen de nuestros sueños de justicia e igualdad para los habitantes de nuestro mundo, es lo que deseo a todos (…)”
Y concluía dando las gracias, con modestia, a aquellos que por comulgar en todo o en parte con las mismas ideas suyas, o incluso con otras muy superiores, pero en la misma dirección, a quienes llamó queridos compatriotas.
Siempre pensando en los demás, en edad provecta y sufriendo todavía las consecuencias de una devastadora enfermedad, que lo había puesto al borde de la muerte años antes, el gran batallador también apuntaba en esa jornada:
“Escribir es una forma de ser útil si consideras que nuestra sufrida humanidad debe ser más y mejor educada ante la increíble ignorancia que nos envuelve a todos, con excepción de los investigadores que buscan en las ciencias una respuesta satisfactoria”.
Palabras que una lectura fresca nos devuelven con una contemporaneidad insospechada, en tiempos en que la pandemia de la Covid-19 azota y diezma a la humanidad y a Cuba, como parte de esta. En ellas, su perenne entrega a los otros, su lucha incansable, su vocación de servicio, su austeridad y humildad.
Situados entonces en el cercano 13 de agosto de 2020, a 94 años de su nacimiento en el poblado campestre de Birán, antigua provincia de Oriente, hoy perteneciente a la de Holguín, el pensamiento revolucionario de Fidel y su obra gigantesca, vuelven a ser fuerza del pueblo, a pesar de su partida física el 25 de noviembre de 2016.
El líder y estratega brillante, sobreviviente de cientos proyectos de asesinatos pergeñados por la CIA, no solo amaba entrañablemente a Cuba, como nadie, también a la humanidad y en sus últimos años desplegó y promovió con una obra visible y concreta y una ingente labor en favor de la Tierra y sus habitantes más preteridos.
“Ya no hay lugar para los intereses nacionales, apunto, si no están enmarcados en los intereses mundiales. El deber nuestro es luchar hasta el último minuto por nuestro país, por nuestro planeta y por la humanidad”. Viejos reclamos humanos sin cumplir en tiempos de sumo peligro.
Entre las imágenes más vívidas y felices de los cubanos está la entrada de Fidel, al frente de la Caravana de la Libertad, a muchos pueblos y ciudades de la Isla, y finalmente el recibimiento apoteósico en La Habana, el ocho de enero, tras el triunfo del primer día de 1959.
Y decir que incontables han sido los momentos resplandecientes y de gloria vividos junto al héroe, considerado más que un Jefe de Estado, un auténtico padre por millones de sus connacionales.
“Esta vez sí es la Revolución de verdad”, dijo el primer día en la heroica Santiago de Cuba. Y cumplió su palabra con creces, como siempre.
Y poco después en La Habana, con palomas blancas en sus hombros como garantes de su vocación de paz, alertó muy temprano a sus compatriotas de que a pesar de la alegría inmensa, las cosas en lo adelante podrían ser más difíciles. Y como tantas veces tuvo mucha razón.
El revolucionario que se forjó a sí mismo como combatiente de las causas más justas, tuvo en su familia, sobre todo en su padre Ángel Castro y en su madre Lina Ruz, dos pilares de madera tan preciosa ,como la de los olorosos cedros y pinares circundantes a su lugar de nacimiento, tan decisivos en la forja de los valores de la honestidad, la solidaridad, la rebeldía, el apego a la justicia y el espíritu de trabajo, a él y a sus hermanos.
Con notas excelentes y descollante siempre desde la primaria, recibió gran parte de su instrucción lectiva en Santiago de Cuba, aunque terminó su bachillerato en el colegio de Belén, de La Habana. En 1945, con un sobresaliente aval por su trayectoria en la institución jesuita habanera, matricula estudios de Derecho en la Universidad de La Habana.
Fue en la Universidad de La Habana donde, según sus propio testimonio, adquirió conciencia y un pensamiento político.
Durante esa etapa su interacción revolucionaria, por la cual sufrió golpizas en las calles y detenciones arbitrarias, también lo llevó a ponerse en contacto con las ideas marxistas.
Fue un período en el que inició su vocación de solidaridad latinoamericanista, nacida al calor de su profunda admiración por la obra de José Martí, uno de sus grandes mentores morales y su estudio de Simón Bolívar. También militó en el Partido del pueblo, llamado Ortodoxo.
Al graduarse de abogado, con dos títulos en disciplinas jurídicas, sin embargo estableció un bufete dedicado a ayudar a personas humildes.
Se había iniciado como combatiente contra el presidente Ramón Grau San Martín. El golpe de Estado de Fulgencio Batista, en 1952, marcó una mayor toma de conciencia, radicalización y profundización de su pensamiento revolucionario.
Vinieron los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, la prisión injusta pero fecunda, la amnistía, el obligado exilio en México y el regreso a combatir definitivamente en la Sierra Maestra.
Desde ese bastión increíble, antes de los dos años la insurrección bajó a los llanos y se extendió por toda Cuba. La gran epopeya dirigida por Fidel, al frente del glorioso Ejército Rebelde, que bien merece un espacio aparte.
A los cubanos patriotas de pura cepa no hay que recordarles, incluso si nacieron después, lo que trajo a su Patria la Revolución. Por eso hay una luminosidad en cada 13 de agosto que nunca se apaga. Ni el mayor de los bloqueos del mundo podrá conseguirlo. (Fuente: ACN)