Jesús del Toro (Yahoo/Noticias)
En el discurso en el que aceptó la candidatura presidencial del Partido Republicano para buscar su reelección, y en general en otros durante la Convención Nacional Republicana, el presidente Donald Trump pintó un escenario en el que hizo señalamientos punzantes y afirmaciones triunfalistas.
Todo para tratar de minimizar a su rival, el candidato presidencial demócrata Joe Biden, y exaltar su propia gestión en la Casa Blanca.
Pero, para muchos, la visión de Trump está puesta de cabeza. Celebró mientras el país sufre, enlutado por más de 180,000 muertes y una aguda crisis económica por el covid-19, y se estruja ante el racismo, la brutalidad policiaca y el vandalismo. Mucho de lo que el presidente le criticó o achacó a otros es en realidad su hechura o el efecto de sus omisiones, lo que destacó como triunfos es parte de sus falencias o el ominoso saldo de sus obsesiones. Y, sobre todo, Trump buscó rescribir la historia reciente para plantear una realidad presente y un posible futuro alterados y equívocos.
Su “mundo al revés” es su argumento para lograr la reelección.
Pero el absurdo de todo ello se expresa claramente en una fotografía tomada en las calles de Washington DC, no lejos de la Casa Blanca donde Trump dio su discurso de aceptación de la candidatura.
La imagen muestra a un grupo de manifestantes que portan carteles que construyen la leyenda “Trump Failed 180000+ Died” (“Trump fracasó. Más de 180,000 murieron”).
Trump quiere hacer creer que la situación actual del covid-19 en Estados Unidos es un éxito suyo, que la pandemia prácticamente es cosa del pasado. Ha sugerido que muchos miles, o millones más, habrían fallecido si no hubiesen tomado las decisiones que él hizo o si sus opositores hubiesen estado a cargo en lugar de él.
Pero esos escenarios catastróficos son hipotéticos y pretenden ocultar la catástrofe que ya ha sucedido: la pérdida de 180,000 vidas, y miles más que se perderán en los próximos meses, son en parte el saldo de las acciones y omisiones de Trump y de la respuesta, o falta de ella, de su gobierno ante la pandemia de covid-19.
La citada foto, que se ha vuelto viral en redes sociales, desmiente al presidente.
El presidente elogia su acción contra el covid-19, pero omite que por muchas semanas minimizó su alcance, que ha afirmado una tras otra vez que el coronavirus desaparecerá en contra del dato científico, que se ha resistido a promover decididamente y con el ejemplo el uso de mascarillas y el distanciamiento social, que ha cuestionado la importancia y urgencia de las pruebas de diagnóstico y en cambio ha promovido medicamentos no probados y potencialmente peligrosos, al grado incluso de decir que podría inyectarse desinfectante a los enfermos para matar el coronavirus.
Y qué decir de la polarización política que él ha agravado con su equívoca noción de que medidas de contención de la pandemia –como el cierre de negocios y escuelas o el uso de mascarillas– tendrían el objetivo de minar sus opciones de reelección.
No existe consuelo alguno para los familiares de esos miles de fallecidos el pensar que habría habido más muertes si otro hubiese estado en el poder: la enorme pérdida de tantas vidas y el dolor inmenso que eso ha provocado es desolador y, ante ello, Trump en lugar de mantener una actitud de serenidad y empatía hacia tanto sufrimiento optó por transformar esa tragedia en una “victoria” para sí.
Ciertamente se han logrado mitigaciones en la pandemia, opacadas por decisiones inconscientes, prematuras o temerarias, pero ¿cuántas vidas se habrían salvado si Trump hubiese actuado de modo más oportuno, científico y solidario?
En similar tono, el presidente alega para desatar el miedo que si Biden llega la presidencia habrá caos y violencia en las calles y que el candidato demócrata sería una suerte de “caballo de Troya” del socialismo de los demócratas radicales. Pero esa violencia, trágicamente, ya sucede y en su mandato Trump no solo no ha sido capaz de contenerla sino que ha sido un factor en su catalización.
Su estridencia sobre que si se lo piden acabará con los disturbios vandálicos (que algunos han cometido tomando espurio provecho de las protestas legítimas) ha sido mera retórica y los agentes federales que en efecto ha enviado para confrontar a manifestantes han reprimido manifestaciones pacíficas (como en Washington DC) o ha sido factor adicional de enfrentamiento y desestabilización (como en Portland).
Su estigmatización de las protestas legítimas, al igualarlas con el repudiable vandalismo que también se ha registrado, ha sido también parte de la presente crispación.
La hipótesis de que Biden sería un “caballo de Troya” de la extrema izquierda, cuando en realidad el demócrata es un centrista moderado, esconde la realidad de que Trump ha mostrado tendencias autoritarias, ha envalentonado a la extrema derecha e incluso dicho que había “buena gente” entre los neonazis y supremacistas que desfilaron en Charlottesville.
Ahora mismo, Trump ha criticado las manifestaciones en Kenosha, Wisconsin, luego de que policías acribillaron a un afroamericano, en un nuevo caso de brutalidad policial, equiparando las protestas legítimas con los actos vandálicos, pero no ha condenado al joven ‘vigilante’, que al parecer es su simpatizante, que está acusado de matar a dos personas y herir a una más durante esos disturbios.
La estrategia de Trump de darle la vuelta a las cosas para presentarlas a su favor solo trata de esconder la realidad y revela sus propias fallas y desesperaciones.
Si Trump logrará o no convencer con ello a los ciudadanos en las elecciones del 3 de noviembre está aún por verse –por lo pronto esta hoy rezagado en las encuestas– pero lo cierto es que, en los días que quedan antes de la elección, la pandemia no solo no desaparecerá por completo sino que hay riesgos de nuevos y fuertes rebrotes, con miles de muertes adicionales.
No hay en ello, ni en lo que ha sucedido en los meses pasados, motivo alguno de celebración y sí para una posición sobria, humana, solidaria y científica. Pero Trump al parecer ha optado por otro camino.