Por Jesús del Toro (Yahoo/Noticias)
El presidente y candidato republicano Donald Trump desató el caos en el primer debate presidencial que lo confrontó con Joe Biden, el candidato presidencial demócrata, y al hacerlo no solo mostró una ferocidad y una desesperación inusitadas en un encuentro de esta naturaleza sino que, tras desatar una cauda de mentiras, insultos y distorsiones, se mostró incapaz de responder a la altura en, al menos, cuatro cuestiones clave para la nación estadounidense.
Sus respuestas, o sus omisiones, en esos cuatro momentos cruciales del debate representan un grave peligro para la democracia y la convivencia en Estados Unidos.
En especial fueron notorios, incluso escandalosos, el desdén de Trump hacia el sufrimiento provocado por la pandemia de covid-19 y su responsabilidad en ello; su reticencia a condenar el supremacismo blanco, incluso ante una petición explícita al respecto; su incapacidad de reconocer el racismo y la injusticia sistémica que persisten en el país y la importancia de identificarlos y neutralizarlos; y su negativa a señalar que aceptará el resultado de las próximas elecciones y llamará a sus seguidores a reconocerlo pacíficamente.
Su comportamiento ha hecho saltar las alarmas, pues aunque Trump ha emitido en el pasado afirmaciones similares –en ese sentido su participación en el debate fue un destilado de varias de sus más cáusticas y falaces posiciones– las que hizo en el debate se dieron de cara a los votantes a los que se les pide el voto en directo contraste con el rival y, por ello, se entienden como elementos centrales en la mentalidad, la intencionalidad y la perspectiva del candidato.
Trump, de ese modo, pintó un atisbo de oferta para los próximos cuatro años con tonos especialmente sombríos, y no por los peligros que él quiso ponerle a cuestas a Joe Biden, sino por los que él mismo ya personifica y podría personificar, incluso con mayor intensidad, de ser reelegido.
El debate paralelo
Para colmo, el presidente tuvo un debate paralelo con el moderador Chris Wallace que exhibió su falta de disciplina y autocontrol, su incapacidad de respetar acuerdos mínimos –como las reglas de un debate– y una intolerancia ante todo lo que no sea a su modo. Algo que, aunque sus seguidores entusiastas podrían entender como una combatividad a toda prueba, en realidad sugiere una falta de concentración en lo importante y un desdén por las reglas que lo muestran inconstante y poco confiable.
Se le vio desesperado y molesto, centrado en sí mismo y en los agravios que cree ha sufrido y atacando al rival no con ideas o propuestas sino con recursos al miedo, insultos y mentiras.
El primer debate ha dejado la impresión de que Trump teme hondamente perder la elección, incluso que lo considera inevitable (aunque tenga aún opciones para ganarla), y por ello ha optado por la estigmatización completa del contrario y del proceso electoral en general, para concitar un ambiente en el que pueda alterar el curso de los comicios o llevarse todo cuesta abajo consigo.
"Esto va a ser un fraude como nunca hayan visto, es algo horrible para nuestro país. Esto no va a acabar bien", dijo el presidente atizando una vez más el fuego que él mismo ha encendido sobre un supuesto fraude electoral. Ese visceral repudio al voto por correo no tiene otra base que la noción de que le será abrumadoramente contrario, no por fraude (del que no existen evidencias) sino por la voluntad popular, y por eso su diatriba resulta una amenaza para la democracia.
Lo mismo de su rechazo a decir que reconocerá el resultado electoral y que llamará a sus seguidores a hacer lo mismo de modo pacífico.
El gesto con el que Biden ganó simpatías
Joe Biden, por su parte, se mostró mayormente contenido. Aunque no fue sobresaliente en sus exposiciones, sí logró con mucho mayor éxito emitir su mensaje y sus propuestas y resistir la embestida de Trump manteniendo por lo general la compostura e incluso respondiendo con sonrisas, a veces humorosas y otras con un toque de irritación, a los despropósitos y arrebatos del presidente.
También se apuntó puntos favorables cuando se dirigió directamente al público estadounidense para plantear sus propuestas o alertar sobre las impropiedades de su rival.
Pero no puede decirse que haya habido un ganador del debate. Trump se dedicó a sabotear la discusión, pasó por alto los acuerdos previos del formato, interrumpió, insultó y mintió a gran escala, discutió continuamente con el moderador y en general mostró una mezcla de bullying, combatividad y descontrol que, al final, le resultó contraproducente.
Biden por su parte no estuvo especialmente brillante pero supo transmitir una imagen de serenidad ante el descarrilamiento de su contendiente, lo que en cierto modo fue una representación de la realidad del país: ante la presidencia actualmente sumida en el caos, mientras el país enfrenta rudas crisis sanitarias, económicas y sociales, Biden optó por expresar empatía y plantear su diagnóstico y las políticas y acciones que busca llevar a cabo.
Un Biden algo más reactivo podría haberle logrado algunos puntos extra en casos de refutaciones exitosas en contra de Trump, pero eso también podría haber añadido aún más caos al debate e incurrido en lo que, al parecer, Trump buscaba desatar y no logró: sacar a Biden de sus casillas o hacerlo entrar en confusión. Fue el presidente, en realidad, el que se salió de cauce y, posiblemente, acabó como la serpiente que se muerde la cola. Biden, por ello, salió mejor parado del encuentro.
Al concluir, el debate mostró dos rostros diferentes: Trump con una cara de molestia y Biden con una sonrisa.
Muchos analistas han considerado el primer cara a cara entre los candidatos como el peor de la historia, incluso como un antidebate por la actitud destructiva de Trump. Incluso se cuestionan si tendrían sentido los dos debates presidenciales aún pendientes antes de las elecciones del 3 de noviembre.
Al concepto mismo del debate no le beneficia un nuevo episodio en el que reine el caos y un candidato se salte las reglas básicas, que son también formas de respeto hacia el espectador, el votante. Los debates son un ejercicio de civilidad democrática fundamental, y aunque ciertamente pueden y deben resultar combativos, requieren de una disciplina que Trump no mostró y quizá no pueda mostrar.
El presidente y candidato presidencial republicano Donald Trump. (Photo by Scott Olson/Getty Images)