Ángel Pío Álvarez fue uno de los más corajudos combatientes revolucionarios contra la tiranía de Gerardo Machado. Estuvo implicado en el atentado que costó la vida a Clemente Vázquez Bello, presidente del Senado y rector del Partido Liberal, y tuvo participación descollante y decisiva en el ajusticiamiento del capitán Miguel Calvo, jefe de la Sección de Expertos de la policía machadista.
Pío Álvarez, estudiante de ingeniería de la Universidad de La Habana y miembro del Directorio Estudiantil Universitario, preparó asimismo un atentado —frustrado— contra Arsenio Ortiz, el llamado Chacal de Oriente, y tuvo entre sus más caros anhelos el ajusticiamiento del propio Machado.
Precisamente con la muerte de Vázquez Bello perseguía ese objetivo. Íntimo amigo y cercano colaborador político de Machado, se daba por seguro de que el dictador acudiría a su entierro en el cementerio de Colón, donde se inhumarían los restos de Vázquez Bello presumiblemente en el panteón de su suegro, Regino Truffín.
Fue así que, previo al atentado, se procedió a dinamitar dicha tumba con el propósito de hacerla explotar durante el sepelio. Machado, el gobierno en pleno, el Congreso y todos los asistentes a las exequias hubieran volado por los aires. Pero Vázquez Bello, por decisión familiar, fue enterrado en Santa Clara, su ciudad natal.
A partir de ese incidente, las autoridades no dejaron pasar un día sin proponerse la captura de Pío Álvarez, delatado al parecer por el estudiante José Soler Lezama. La persecución alcanzó tal magnitud que en diciembre de 1932 se decidió su salida de Cuba; Pío, con el nombre de Ángel Hernández, abandonaría la Isla en avión el 3 de enero de 1933.
A última hora, sin embargo, el propio Pío cambió de idea y al día siguiente, 4 de enero, lo detuvieron en la residencia del doctor Gustavo Cuervo Rubio, en 21 esquina a O, en el Vedado, donde el combatiente se escondía. Los expertos actuaron al seguro, aunque hasta ahora ha sido imposible saber cómo conocieron su paradero y que aquel joven que se hacía llamar Doctor Hernández era realmente Pío Álvarez. Cinco mil pesos de recompensa se ofrecían por su captura, tal una estampa del lejano oeste norteamericano.
Lo torturaron salvajemente en la sede de la Sección de Expertos, pero Pío no dijo una sola palabra que comprometiera a sus compañeros. Inconsciente, lo sacaron de su celda y lo condujeron, en automóvil, al reparto Santos Suárez. En la calle General Lee, casi a boca tocante, le dieron un tiro en la cabeza y arrojaron su cuerpo fuera del vehículo en marcha. Otro coche, también de los Expertos, que avanzaba detrás, lo recogió.
Pío todavía estaba vivo. Lo llevaron a la Casa de Socorro de Jesús del Monte. El médico de guardia quiso auxiliarlo, ponerle al menos una inyección para aliviar su sufrimiento, pero los Expertos lo impidieron. De allí lo trasladaron al Hospital de Emergencias y lo arrojaron, como un fardo, en el patio de la instalación hospitalaria. Murió dos horas después en medio de una terrible agonía.
Tras la detención, familiares, compañeros y amigos íntimos de Pío Álvarez hicieron gestiones para salvarlo de la muerte. Su madre apeló incluso a Harry F. Guggenheim, embajador de Estados Unidos y el diplomático, actuando por primera vez a favor de un detenido político, pidió al canciller Orestes Ferrara garantías para la vida de Pío. No pasará nada, contestó el ministro de Relaciones Exteriores de Machado.
Cuando se supo de la noticia de la muerte de Pío, el embajador se sintió obligado a pedir explicaciones al canciller. La respuesta de Ferrara fue desvergonzada y cínica. Le dijo: Usted me pidió garantías para el doctor Hernández y el muerto es Pío Álvarez.
La gestión del embajador Harry F. Guggenheim en Cuba puede no haber sido brillante, pero ganó en la Isla el premio como el mejor bailador en un festival nacional de danzones. Pocos meses después de la muerte de Pío Álvarez cesaba en su gestión diplomática en Cuba y lo sustituía Benjamín Sumner Welles.
Ferrara salvó milagrosamente la vida a la caída de Machado; los estudiantes lo persiguieron hasta el puerto habanero y el hidroavión en que huyó fue tiroteado por el pueblo enardecido. Años después regresó a Cuba y ocupó, por elección, un escaño en la Convención que elaboró la Constitución de 1940.
Por esos días fue víctima de un atentado que lo puso al filo de la muerte y, ya restablecido, regresó a Europa. Miguel Balmaceda, uno de los asesinos de Pío, fue ejecutado por Ramiro Valdés Daussá, el 9 de diciembre de 1939; trabajaba entonces a las órdenes de Ferrara. Papeles que se descubrieron en la jefatura de la Policía Secreta pusieron al descubierto las delaciones de José Soler Lezama, y los que fueron sus compañeros del Directorio Estudiantil lo juzgaron y fusilaron.
Era el 4 de septiembre de 1933 y otra época, signada ora por Batista, ora por Grau, se abría para Cuba hasta 1959. El fantasma de Clemente Vázquez Bello todavía se pasea por el salón de los Pasos Perdidos del Capitolio Nacional. Muchos lo han visto. (Tomado de Cubadebate).