El Vaquerito, ejemplo para las nuevas generaciones

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2020-12-30 09:34:09

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Roberto Rodríguez Fernández entró para siempre en la historia el 30 de diciembre de 1958, cuando cayó mortalmente herido en la Batalla de Santa Clara. Foto: ACN.

Por: Magaly Zamora Morejón

La Habana, 30 dic (RHC) El primero entre los primeros, torero del peligro y retador de la muerte en cientos de ocasiones, Roberto Rodríguez Fernández entró para siempre en la historia el 30 de diciembre de 1958, cuando cayó mortalmente herido en la Batalla de Santa Clara.

Había nacido en la finca Los Hondones, del término municipal de Sancti Spíritus, el siete de junio de 1935, y las anécdotas de su vida, contadas de boca en boca, llegaron a adquirir matices de leyenda.

Golpeado desde pequeño por la más extrema pobreza, tuvo que abandonar los estudios en el tercer grado para convertirse en obrero agrícola a los nueve años y aliviar en algo a los padres.

Esa misma miseria obligó a la familia a trasladarse a Morón, ciudad a donde llegó con sólo 11 años, deseoso de trabajar, pero sin muchas posibilidades.

Junto a la madre laboró en un bar, coloreó fotografías, fue bodeguero, ayudante de almacén, trabajador de una imprenta, vendedor ambulante y repartidor de propagandas, pues costaba mucho ganarse el pan, pero ni en los momentos más difíciles se le borró del rostro la sonrisa.

Así, alegre por naturaleza, combinaba esa cualidad con una firmeza de carácter a toda prueba, valor y tenacidad sin límites, que le granjearon el respeto de los que le conocieron.

Por eso, cuando se propuso unirse al Ejército Rebelde, no lo detuvieron los tropiezos, ni el hambre ni el cansancio y después de un mes de duro bregar por las lomas de Oriente llegó descalzo y exhausto al alto de Santana, donde se encontraba Fidel.

A pesar de la objeción inicial del Comandante en Jefe de aceptarlo en la tropa debido a su edad y poca estatura – cinco pies, tres pulgadas—, Roberto consiguió el propósito explicando los motivos que lo llevaron a tal decisión.

Motica le decían sus amigos en Morón, por la piel blanca, el pelo amarillo amontonado sobre las orejas, los ojos azules y las patillas cortadas, así arribó a la sierra Maestra, pero pronto el sobrenombre de la infancia como la propia vida tomó otro derrotero.

A un gran sombrero campesino y unos pantalones corte tubo, como se usaban en la época, se unieron unas boticas mexicanas – únicas que le sirvieron- que le regaló Celia Sánchez, por lo que sus compañeros comenzaron a llamarle “Vaquerito”, sobrenombre que lo identificó definitivamente.

En la Sierra como en el llano mostró capacidad para asumir cualquier misión, fue mensajero eficiente y se ganó el mérito de dirigir a un grupo de rebeldes.

Iba al combate sin asomo de temor y esa característica suya la definió el Comandante Ernesto Che Guevara como una “forma extraña y novelesca de enfrentar el peligro”.

Reclamaba para sí la primera línea de fuego, el punto de mayor riesgo, no se conformaba con un puesto en el combate, quería ser el primero en la avanzada.

Por eso no se conformó con pelear en las lomas y planteó que quería participar en la invasión aunque fuera como simple soldado.

En la columna Ocho comandada por Ernesto Che Guevara sobresalió igualmente la inteligencia militar, autoridad y compañerismo de Roberto Rodríguez.

A Las Villas llegó con el grado de teniente jefe de escuadra y para ese entonces tenía la idea de crear un pelotón que marchara a la vanguardia en las empresas más riesgosas.

En El Pedrero, después de una conversación con el Che, quedó aprobada la constitución del comando, que el Guerrillero Heroico definió como “un ejemplo de moral revolucionaria” donde “solamente iban voluntarios escogidos”.

Su eficacia quedó demostrada en los combates de Fomento, Cabaiguán, Remedios, Placetas y Santa Clara, en todos ellos brilló el nombre de El Vaquerito, que de pie, con el rifle a la altura de la cintura, avanzaba siempre el primero hacia el enemigo para cumplir la orden que él mismo daba a los demás.

Su último combate fue la toma de la estación de policía en Santa Clara, donde una bala de fusil M-1 le atravesó la cabeza.

El cuerpo exánime fue trasladado a Placetas para rendirle postrer tributo, pero las palabras del Che quedaron para la historia como síntesis de una vida heroica y legendaria: “Me han matado cien hombres”.

A 62 años de su caída en combate, el Vaquerito continúa siendo fuente de inspiración para las nuevas generaciones, por su ejemplo de valor, firmeza y combatividad revolucionaria. (Fuente: ACN)

 



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