¿Quiénes son las mujeres en la postal del Presidente? (+ Fotos)

Editado por Martha Ríos
2021-05-12 15:25:15

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Foto tomada de Cubadebate

Por: Dinella García Acosta, Alejandro Azcuy Domínguez

Este martes cuando sonó mi alarma a las siete de la mañana, yo la pospuse 10 minutos más. Tenía sueño.

A esa hora en muchos campos de toda Cuba y en particular, en uno a 20 kilómetros de La Habana, tres mujeres metían las manos en la tierra y comenzaban un día más. Ya llevaban despiertas dos horas.

El día anterior se habían hecho “famosas” en las redes. No, no hicieron un TikTok que se hizo viral ni tampoco recibieron un premio por la forma de sembrar, guataquear o recoger lechugas.

Este domingo aparecieron en una postal de felicitación por el Día de las Madres que el presidente de la República Miguel Díaz-Canel tuiteó, pero, ¿quiénes son ellas?

Esas tres mujeres son parte de la familia Estévez. Un apellido conocido en los municipios de Mariel y Caimito, en la occidental provincia cubana de Artemisa. Quince hermanos. Un padre dedicado toda la vida al cultivo de arroz.

“Era la familia más pobre de la zona. Se tenían que intercambiar los zapatos entre los hijos”, cuenta Fernando Funes, gestor del proyecto Finca Marta, donde ahora trabajan cuatro integrantes de los Estévez.

Fernando los conoce de siempre. Ileana, hija de uno de esos hermanos, vino hace siete años y le pidió trabajo, un poco después de que él encontrara agua en un pozo tras siete meses cavando para encontrar vida donde parecía que todo estaba seco.

Ileana había trabajado como bibliotecaria, durante 10 años en Guanajay, pero el campo la llamaba.

Foto: Alejandro Azcuy/Cubadebate

“Guajira de pura cepa, nacida y criada aquí”, dice mientras no para de trasplantar posturas de un lado a otro. Lleva un abrigo y un pañuelo para protegerse del sol. Son las 10 de la mañana y ya están llenos de tierra.

Lo primero que hizo cuando llegó esta mañana fue regar. “Cuando entro hago lo que haya que hacer en la finca, y después vengo para las Casas de Posturas”.

    “¿Por qué vine a trabajar acá? Primero, porque soy guajira y segundo, porque me fascina ver las semillas germinar. Además, armonía como en esta parte de Cuba, en ninguna”, sentencia. Ella ha vivido en la tierra y no hay dudas de eso. “¿Después de aquí? No hay más nada para mí que esto. Campesina desde que nací. Si lo hubiera sabido, me hubiera incorporado mucho antes, porque esto de verdad me gusta”.

Del otro lado del campo está su hija Leydanis recogiendo lechugas. Se agacha, saca, corta las partes malas y echa a la caja. Tiene 24 años y hace dos meses trabaja aquí. Hoy hace mucho calor y le duele la columna.

Foto: Alejandro Azcuy/Cubadebate

“Esa –dice– es la peor parte, si no hubiera fango, estuviera sentada en el piso”. Pero la tierra mojada no le molesta. Ahora mismo lo que más desea es que llueva. El sol de mayo en el Caribe es malo para las plantas y para ella. No hay sombrero ni abrigo que tape la fatiga. Pero Leydanis sigue con sus lechugas.

Lo del calor también lo confirma su hermana Anisleidys, que muere por quitarse los zapatos y andar descalza en la tierra mojada. Eso y rodar yaguas es lo que más recuerda de su infancia.

Niña feliz y apegada a su madre, por ella vino a trabajar en Finca Marta. “Casi no la veía”, así que hace tres años, cuando los dos hijos ya eran un poco mayores, le pidió trabajo a Fernando.

Ama de casa, estudió hasta noveno grado, cuando salió embarazada. Ahora –confiesa– se siente mejor aquí que en su casa. La forma de ser de Fernando y su esposa Claudia, la terminaron de enamorar de la tierra.

Finca Marta no tiene las mejores tierras de Cuba y hace nueve años Fernando Funes se pasó más de siete meses buscando agua en un pozo, donde solo había piedra y marabú. Hoy, su proyecto agroecológico familiar es uno de los  ejemplos de desarrollo local de la Isla, un espacio donde la ciencia ha desarrollado un sistema agroalimentario, cuyas cosechas van desde la flor de Jamaica, el tomate cherry, hasta la lechuga y el apio.

Foto: Alejandro Azcuy/Cubadebate

Las mismas que ahora empaqueta Anisleidys. Cuando llegó aquí guataqueaba y hacía lo que hiciera falta, “el campo no mata. Puede agotar, pero no cansa”. Ahora su labor es envasar los productos finales. Le gusta. Hay algo mágico –dice– en ver el resultado del día.

Su madre la escucha desde la Casa de Posturas, donde tenía puesta una grabadora con música, “que ayudaba a crecer a las plantas”. En estos días terminan de trabajar sobre la una o dos de la tarde. Antes de la COVID-19 solían almorzar todos con Fernando y continuar las labores en la tarde. Pero la pandemia, ya se sabe, vino a cambiar muchas costumbres.

El horario de merienda, no obstante, no ha variado. Cuando te levantas a las cinco de la mañana, tu estómago se encarga de preguntarte a las 10 por qué no le haces caso. Así le pasa a Leydanis.

Hoy ya ha desayunado dos veces, en casa y al llegar a la finca, y ha recogido cuatro canteros de lechuga.

¿Cuándo duermes?. -“Yo no soy de dormir la mañana. El domingo me levanto a las siete”.

Al contrario de su hermana y madre, el campo no es que le guste especialmente, estudió Belleza cerca de casa, pero –explica– está aprendiendo a defenderse con la tierra.

Si viene de familia habría que seguir indagando, pero una buena posibilidad existe. El campo en los genes. Abuelos, padres, hijos... y nietos. El hijo menor de Anisleidys suele venir a la finca y “corretear por todos lados”.

Foto: Alejandro Ascuy/Cubadebate

El mayor está estudiando Explotación del transporte. Este año ha sido particularmente difícil. Anisleidys siempre se ha levantado temprano para dejar la comida hecha, pero ahora, además, cuando regresa por la tarde debe monitorear que hayan visto las teleclases y ayudar a hacer las tareas.

El pequeño, de 12 años, se encarga de copiarlas en una memoria y las ven juntos en la noche.

Detrás de esta tierra, ya hemos dicho, hay magia. Juan de Dios Machado, el hombre que encontró el agua donde no había nada, camina por los canteros y evalúa la tierra.

“Esa está buena, mira cómo se mueve”. “Esa lechuga tiene algo, no creció mucho”. Tiene 84 años y bromea porque nosotros apenas “le echamos 70”. Dice que eso es porque “quien da la salud y despeja a la persona es la tierra. Usted pone la mente en esto y crece más”.

Acostumbrado a estas tareas toda la vida, él se levanta a las cuatro. Con la edad, el sueño se acorta y el campo llama.

Mientras, Leydanis sigue cortando las raíces de la lechuga. En modo bucle. De lejos se escucha la guataca, los pájaros y el sonido de algunos carros pasando por la carretera.

¿Qué es lo más difícil de este trabajo? -Nada. Yo no hallo nada difícil. Siempre se puede más.

¿Lo más complicado? -“El verano. Las plantas sufren mucho. Hay tristeza y calor. Eso me conmueve y me trae dolor”.

¿Jubilarse? Dice Ileana que hace un tiempo lo comentaba con Fernando. Ella y él son como hermanos, familia, dicen. “Hasta los últimos días, si la salud me lo permite. Yo sin esto no podría vivir. El día que me retire me siento en una sillita por ahí”, y es fácil imaginarla, sentada y haciendo cosas.

Viendo moverse esas manos que no han parado en dos horas, no es difícil pensar que tienen vida propia y que aun cuando la fuerza no la acompañe, esas manos formadas en la tierra artemiseña continuarán moviéndose, más allá de los días, más allá de los tiempos, más allá de las redes...

El rostro de Ileana y sus hijas se ha hecho famoso en Twitter por estos días. Este domingo las tres mujeres aparecieron en una postal de felicitación por el Día de las Madres que el presidente Miguel Díaz-Canel tuiteó.

Cuando llegamos a la finca, agradecían al fotógrafo por la imagen. ¡“Qué bien quedamos!”, “gracias por las fotos, me encantaron”. Hoy, como el día que posaron, se levantaron a las cinco de la mañana, se arremangaron la camisa y metieron la mano en la tierra. Luego se lavaron las manos y se pusieron unas camisas. El Día de las Madres se la mostraron sonriendo a sus hijos. “¿Quiénes son?”, preguntaba alguien en Twitter.

    Quizás la respuesta a eso está escondida en sus rostros. No en vano, se pregunta Ileana, “¿después de aquí? No hay más nada para mí que esto. Campesina desde que nací. Si lo hubiera sabido antes atrás, me hubiera incorporado mucho antes porque esto de verdad que me gusta”.

Finca Marta se ha convertido en un proyecto de reconocimiento internacional y nacional y hoy es uno de los primeros usuarios, como personas jurídicas, de la Zona Especial de Desarrollo Mariel.

En este espacio, además de tierra, se respira trabajo y ciencia. “No es producto de una casualidad o de una palanca”, explica Fernando, doctorado en Holanda y quien ha visitado más de 40 países investigando e impartiendo conferencias en importantes universidades.

Actualmente trabajan asesorando a casi 60 fincas, a través de la multiplicación del concepto de Finca Marta. Para llegar acá Fernando enfrentó dudas, mentalidades obsoletas y prejuicios.

Hace unos años, para demostrar que su modelo no solo triunfaba allí, se movió a Caimito a desarrollar tres organopónicos y estuvo tres años reformándolos.

    “Se trata de poner en práctica una economía circular, en la cual retornen al campo los beneficios necesarios para que la gente se sienta motivada y que el trabajo tenga sentido desde el punto de vista económico”.

El 60 o 70 por ciento de las semillas que usan, por ejemplo, las producen allí. Ahora se encuentran enfrascados en el cultivo de la flor de Jamaica, “un producto con un alto precio en el mercado internacional, que generará empleos en la finca. No es tradicional, pero juega un papel como activador de la economía y la fuerza de trabajo”.

En Finca Marta se respira familia por todos lados. Inspirado en el legado de la madre de Fernando, Marta Monzote Fernández (1947-2007), reconocida investigadora y promotora de la agroecología en Cuba, murió el 17 de mayo, el Día del Campesino, y nació el 15 de enero, el Día de la Ciencia.

Una familia que persistió en la búsqueda de un pozo en medio de la nada, se valió de vecinos, madres, hijas y padres y hoy produce tierra e innovación por los cuatro costados. (Tomado de Cubadebate)



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