Foto: Enrique Ubieta Gómez. Granma.
El día en que llegaron, tarde en la noche, se efectuó un breve recibimiento en el parque Libertad. Apenas pude anotar su número de celular. En los ómnibus no solo llegaba la brigada cubana que había permanecido durante un año en Arzeibaiján, también un grupo procedente de Venezuela. Pero ya tenía referencias de él. Pasaron algunos días antes de que pudiera localizarlo en el Hospital Faustino Pérez.
La doctora Taimí Martínez, directora en funciones del centro, se había referido a sus asesores con profunda admiración: "El profe Carlos Pérez y el profe Dalcy Torres son personas maravillosas, con mucha sensibilidad, muy avezadas e inteligentes, con una gran capacidad para comunicar lo que se necesita. Han sido de mucha ayuda para mí.
Ahora mismo son nuestros salvavidas, en una población médica que estaba agotada, con una sobrecarga de trabajo importante". Entonces lo vi venir por el pasillo, pero antes de llegar fue interceptado. Un paciente lo necesitaba con urgencia.
Media hora más tarde lo tuve ante mí. ¿Cómo presentarlo? El doctor Dalcy Torres Ávila, de 50 años, es especialista en medicina interna y cuidados intensivos y director del Hospital Universitario Comandante Manuel Fajardo de La Habana. Es un hombre, me dice, "felizmente casado", con la doctora María Lourdes Domínguez López ("mi Nenuca", precisa), y padre de Ángel Gabriel Torres Tamayo de 17 años, ("mi Arcángel Gabriel") y de otros tres hijos de ella, Laura Lourdes (30 años), María Carla (22) y Joan Carlos (23). "La familia es inspiración, refugio, fuente de energía, y de compromiso", afirma.
Fue seleccionado en febrero de 2020, junto a otros colegas del país, para un adiestramiento intensivo en el IPK sobre la nueva variante de coronavirus que ya se convertía en pandemia y amenazaba con invadir el planeta. Durante las semanas que le ganamos al virus, organizó, entrenó y asesoró los recursos humanos de la capital. Una vez que se detectaron los primeros casos en Cuba, dirigió un centro de aislamiento para viajeros, algo que ya en 2009 había hecho frente a la pandemia de la gripe A–H1N1. Así transcurrió la mitad del año.
Pero el 12 de julio lo designan como jefe de la Brigada Henry Reeve de 115 integrantes que parte hacia Arzeibaján. El doctor Dalcy había estado antes en dos países muy diferentes y lejanos cultural y geográficamente, opuestos en la pobreza y la riqueza: en la insumisa Haití y en la opulenta Qatar. Ahora viajaba hasta una nación musulmana exsoviética en la región del Cáucaso, en una de las repúblicas con costas al mar Caspio. El 63% de la brigada inicial estaba constituida por mujeres. "Íbamos preocupados por cómo podríamos romper la barrera idiomática –cuenta--, ellos hablan el azerí, que es pariente del turco, no es muy común esa lengua.
El ruso se habla muy poco ya. Pero los profesionales cubanos, a partir de la experiencia adquirida en todos los países del mundo donde hemos estado, sabemos vencer la barrera idiomática con un lenguaje universal: el amor. Ellos tienen un sistema de salud mixto, en el que el sector privado tiene un desarrollo muy superior al público, aun cuando la mayor parte de la población acude al público.
La confianza que las autoridades azeríes depositaron en nosotros fue tanta, que nos entregaron las unidades de cuidados intensivos de los hospitales más importantes del sector público y de algunos privados del país. Nuestra brigada trabajó durante un año en la zona roja, y fundamentalmente en la atención al grave. Hay un gran déficit de recursos humanos y de profesionales en el sector público de la medicina azerí.
Los médicos migran hacia el sector privado, o hacia otros países; van a estudiar y no regresan. Existe la tecnología, pero el recurso humano, que es el más importante, no lo tienen en la cantidad suficiente. Por eso nos pidieron una segunda brigada y llegamos a tener 235 colaboradores de todas las provincias del país".
Pero el doctor Dalcy veía con preocupación el incremento de los casos en Cuba, a partir de la llegada de nuevas y más agresivas cepas. "Desde allá mantuvimos la comunicación con las autoridades cubanas, para aportar la experiencia que habíamos acumulando. Por eso cuando tuvimos la certeza de que se acercaba el fin de nuestra estancia en aquel país, manifestamos nuestra disposición a continuar prestando servicios de forma directa, sin siquiera ver a nuestros familiares, en el lugar que la Patria lo necesitara".
La noche del 8 de julio de 2021 llegó a Cuba. Era ya muy tarde y apenas pudo conversar con su esposa. Al día siguiente, lo primero que hizo fue llamar a sus hijos. Habló con todos. Gabriel le dijo: "Papá, no te preocupes, yo sé que lo más cerca que podrás estar de nosotros es en Matanzas. Ahí me di cuenta, para sano orgullo, que lo que estamos haciendo es lo correcto. Puedo afirmar que estoy separado de mi familia incluso desde antes de partir, cuando el trabajo nos robaba las noches y había que mantener medidas de aislamiento incluso en la casa".
La pandemia cobra demasiadas vidas, el sistema de salud pública es una cuerda tensa, la población espera ser salvada por sus médicos y enfermeros, que a veces no duermen lo suficiente, que no disponen de todos los recursos –nunca antes fue tan evidente el carácter criminal del bloqueo--, y no pueden equivocarse, porque un error cuesta una vida. Le pregunto cómo sobrelleva tanta presión: "Nuestra profesión no se paga con nada. Yo me gradué en 1994, el año en que se despenalizó la divisa, y los que vivieron aquella etapa recordarán que el dólar llegó a cotizarse en 150 pesos.
Y el salario básico nuestro era de 231. Los que permanecimos fieles a nuestros principios, a nuestro pueblo, fieles a la Revolución, a Fidel –y fuimos muchos--, nunca hemos trabajado pensando en otra cosa que no sea la satisfacción de esas personas a las que podemos ayudar o salvar. Además de la convicción profunda de que nací para ser médico, para curar, aliviar o salvar, para prevenir, para educar, estoy convencido de que nací para vivir bajo una presión tremenda.
Uno va incorporando herramientas en la vida que le permiten lidiar con eso. La presión forma parte de la vida que elegimos, más en mi caso, que soy intensivista". La conversación se interrumpe, ha sido requerido nuevamente de urgencia. Lo veo partir sonriente, con su nasobuco y su careta, y su estetoscopio, para adentrarse en el frente de batalla. Y siento el deseo de aplaudir.