La Isabelica, hacienda cafetalera de origen francés que acoge uno de los primeros museos establecidos tras el triunfo revolucionario. Foto: Prensa Latina.
Por: Martha Cabrales Arias
Santiago de Cuba, 16 sep (RHC) Como escondido de la muchedumbre y del impacto de la modernidad, un tesoro mundial se ubica montañas adentro, a más de mil 220 metros sobre el nivel del mar y a unos 23 kilómetros de esta ciudad.
La Isabelica, hacienda cafetalera de origen francés que acoge uno de los primeros museos establecidos tras el triunfo revolucionario en Cuba, parece detenida en el tiempo pero empeñada en llevar a sus visitantes a un viaje al esplendor de ese cultivo en esta zona del Oriente cubano.
Muy cerca de la Gran Piedra, la mayor roca de la geografía nacional que integra a su vez el Paisaje Natural Protegido como parte de la Reserva de la Biosfera Baconao, el magnetismo del pintoresco enclave atrae a nacionales y foráneos con su linaje como Patrimonio de la Humanidad.
Allí se conservan muestras e instalaciones de la producción agrícola e industrial del oloroso grano, así como de la vida doméstica de los franceses llegados a estas elevaciones, junto con sus dotaciones de esclavos, en la estampida a raíz de la Revolución en la cercana colonia de Haití.
Desde que en noviembre del 2000 la Unesco concedió esa categoría al paisaje arqueológico de los antiguos cafetales franceses en el sur-oriente, la legendaria casona cobró mayor notoriedad, tanta como la del romance de sus habitantes: el propietario Víctor Constantin Couzo y su esclava María Isabel.
Localizados entre esta provincia oriental y la de Guantánamo, son 171 esos antiguos emporios agrícolas declarados como tesoros del mundo y la Oficina del Conservador de esta urbe aplica un plan de manejo integrado y de gestión de ese paisaje que está organizado en dos circuitos.
El primero, correspondiente a la Gran Piedra, abarca a La Isabelica y los cafetales La Idalia, La Gran Sofía, Las Mercedes y La Siberia, mientras que el segundo, el de Fraternidad, incluye el de ese nombre y los de San Felipe, San Juan de Escocia, San Luis de Jacas y Santa Paulina.
El Museo guarda, en los dos niveles del vetusto inmueble y en sus alrededores, piezas de enorme valor patrimonial que incluyen en su parte frontal los secaderos de café y en la posterior la tahona, un molino circular tirado por caballos, además de cepos y grilletes como huellas del abuso esclavista.
La vegetación exuberante se confabula para una atmósfera de leyenda que remonta siglos y ofrece a las personas una experiencia singular. (Fuente: Prensa Latina)