por Graziella Pogolotti
En su acción y su palabra, el Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez insiste en la necesidad de vincular el enorme potencial de saber acumulado con la toma de decisiones para encontrar respuestas eficaces a los desafíos que hoy afrontamos.
Su prédica se sustenta en los resultados tangibles alcanzados en el campo de la biotecnología con la producción de vacunas, conquista impensable en cualquier país del tercer mundo sometido a un implacable y prolongado acoso económico. Disponemos ahora de los beneficios de una estrategia diseñada por Fidel desde el triunfo de la Revolución, cuando se emprendió, a un mismo tiempo, la Campaña de Alfabetización, la Reforma Universitaria, la creación de avanzadísimas instituciones de investigación científica y se implementó un sistema de becas para rescatar talentos diseminados por todo el país.
El impulso a la biotecnología se traduce en el enfrentamiento a la pandemia, en el fomento de empleos altamente calificados y en la producción de bienes con significativo valor agregado. Similar conducta puede aplicarse también a otros sectores, como la agricultura, apremiante para el bienestar requerido por nuestro pueblo y para la apertura hacia mercados externos.
Reconocer el papel de la alta tecnología no implica soslayar el peso decisivo de quienes, atrás de la tierra y en la base de la pirámide, construyen con el paciente laboreo cotidiano de sus manos y sus mentes. Por ese motivo, resulta imprescindible mantener actualizado el diagnóstico de los entresijos de una realidad social compleja y en constante mutación, razón por la cual, sin menoscabo de la inversión necesaria, habrá de llevarse a cabo en el curso del próximo año un nuevo Censo de Población y Viviendas.
El análisis demográfico no se limita a una simple recopilación estadística. Para entender lo que somos y las circunstancias que presiden nuestra existencia en lo material y en lo espiritual, la información habrá de someterse al examen por parte de otras disciplinas de las ciencias sociales. Así nos lo enseñó el historiador y demógrafo Juan Pérez de la Riva, singular personalidad que merece rescatarse del olvido con la relectura de trabajos fundadores, como el ineludible sobre el barracón, indispensable para valorar la dramática consecuencia de un legado histórico, conformador de mentalidades y de expresiones de una cultura de la pobreza.
Juan Pérez de la Riva había nacido en cuna de oro. Los cinco miembros de su escasa familia se perdían en el inmenso espacio del palacio hoy destinado al Museo de la Música. Espíritu sensible, se unió a la causa de los humildes. Se introdujo en el conocimiento del marxismo y se opuso a la dictadura de Machado. Nacido por casualidad en Francia, el hecho sirvió de pretexto para su expulsión de Cuba en tanto extranjero indeseable.
Su estancia en Europa le abrió el horizonte hacia las tendencias modernas de la demografía y la historia. De regreso a la Isla, se refugió en la administración de su finca en los alrededores de la Sierra del Rosario. Conoció de cerca la dura condición del campesino. Al triunfar la Revolución, antes de que se produjera la Reforma Agraria entregó su tierra y vino a La Habana en procura de trabajo. Desde entonces, se dedicó a la investigación y a la formación de las nuevas generaciones. Con sus alumnos, realizó trabajos de campo en las zonas más agrestes del país.
Lengua, acriollamiento, mestizaje cultural y tradición histórica compartida aseguran la unidad de la nación. Pero soslayar el peso de las diferencias territoriales constituiría un error de perspectiva. Juan Pérez de la Riva analizó esa realidad.
Favorecida por el paso de las flotas, La Habana se enriqueció con los beneficios de una temprana economía de servicios. Luego, la trata negrera devino fuente de acumulación de capitales que impulsaron la industria azucarera en la zona occidental del país. La región oriental, en cambio, sobrevivió con la precaria producción de frutos menores y el comercio de contrabando con el área del Caribe, hasta su suplantación por los extensos latifundios cañeros y ganaderos que sometieron a extrema explotación a los pobladores. De ahí el origen de una emigración interna, animada por el espejismo que ofrecía la apariencia rutilante de la capital. En el transcurso de los 60 del pasado siglo, afirmaba el historiador y demógrafo, se implementaron políticas de desarrollo urbano con vistas a mejorar el entorno de las provincias preteridas.
Referente necesario para la toma de decisiones, la demografía ofrece una síntesis del comportamiento de la sociedad en un momento dado. Conviven en ella el hoy y el ayer, así como factores objetivos y subjetivos. Para la cabal interpretación de los datos se requiere la aproximación multidisciplinaria y transdisciplinaria del conjunto de las ciencias sociales, desde la historia, la economía, la sociología, hasta la sicología social y la antropología. Similar perspectiva integradora de saberes habrá de resultar de extrema utilidad para el diseño de las acciones que ahora se emprenden en nuestros territorios más vulnerables.
La solución de los problemas más apremiantes exige la adopción de medidas que conduzcan a favorecer, a mediano plazo, transformaciones sustantivas en las mentalidades de los pobladores, en tanto protagonistas conscientes de la modificación de su realidad. (Tomado de JR)