Antiguo Cuartel Moncada
por Marta Cabrales
Los impactos de los disparos que se aprecian en la fachada y el amarillo muro perimetral del antiguo Cuartel Moncada son una advertencia a la memoria histórica y para asimilar creativamente el portentoso legado de la epopeya del 26 de julio de 1953.
Por las aspilleras de la fortaleza, convertida en Ciudad Escolar, puede otearse la cotidianidad de esta ciudad que amaneció en aquella madrugada de domingo de carnaval sacudida por la audacia de los jóvenes revolucionarios conducidos por Fidel Castro que, al decir de uno de ellos, quisieron también tomar el cielo por asalto.
Aquel 26 de Julio de 1953, cuando a las 5 y 12 minutos antes meridiano los atacantes intentaron tomar la segunda fortaleza militar del país en un acto de osadía sin límites frente a un ejército superior en hombres y armamentos, llevaban como talismán las ideas de José Martí, cuyo centenario transcurrió en enero de ese mismo año.
Aunque debido al fallo del factor sorpresa, tan cuidadosamente concebido, la acción no logró el propósito fundamental, que era la toma del recinto castrense de la tiranía de Fulgencio Batista, marcó el inicio de la última etapa en las luchas insurreccionales.
Un verdadero baño de sangre vivió la ciudad en las jornadas siguientes con el asesinato a mansalva de muchos de los participantes, la persecución feroz de cualquier sospechoso, el encarcelamiento de los principales involucrados y el juicio que condenó su intrepidez.
Así lo relató la combatiente Gloria Cuadras en el libro El rostro descubierto de la clandestinidad: “Aquellos días fueron de horror, el pueblo se conmovió de manera extraordinaria, especialmente los que éramos revolucionarios”.
Apoyada por su esposo, Amaro Iglesias, realizaron un gesto audaz: “…salvar los restos de los caídos. Impedir por todos los medios que los ocultaran para siempre con el objetivo de que nadie ni pudiera siquiera poner una flor en la tumba de quienes habían venido a nuestra provincia a dar sus preciosas vidas por libertar la patria…”. Fue así que vigilaron la salida de los cadáveres y Amaro, quien trabajaba como chofer y vendedor, observó por el Paseo Martí una rastra cargada de toscos ataúdes, algunos manchados de sangre. Son dantescas las imágenes que describe Gloria del trasiego en el cementerio de Santa Ifigenia con los cuerpos sin vida, ya casi putrefactos.
Fueron nueve las fosas donde los enterraron en un área destinada a los pobres y en el libro de registro de la necrópolis eran denominados como “muertos desconocidos”. Los rectángulos de madera que fueron colocados, subrepticiamente, permitieron identificar más tarde a los gloriosos asaltantes.
En el alegato de autodefensa conocido como La historia me absolverá, al evocar los versos de José Martí en tributo a los estudiantes de Medicina fusilados por el régimen colonial español, decía el joven jurista: “Multiplicad por diez el crimen del 27 de noviembre de 1871 y tendréis los crímenes monstruosos y repugnantes del 26, 27, 28 y 29 de julio de 1953 en Oriente”.
Más adelante, sentenciaba: “Mis compañeros, además, no están ni olvidados ni muertos; viven hoy más que nunca y sus matadores han de ver aterrorizados cómo surge de sus cadáveres heroicos el espectro victorioso de sus ideas”.
EN POS DE REINICIAR LA CRUZADA DEFINITIVA
Tras la amnistía lograda en 1955 por una fuerte presión popular, vino el exilio en México y desde allí, los preparativos para el viaje en pos de reiniciar la cruzada definitiva contra el gobierno del sátrapa. Fue así que el 2 de diciembre de 1956 arribó a las costas orientales el yate Granma, con 82 expedicionarios y la encomienda de la libertad.
El Movimiento 26 de Julio, surgido como organización política para aglutinar las voluntades por un cambio profundo y radical en Cuba, fue entonces el máximo responsable en ese encauzamiento y el Ejército Rebelde, el brazo armado que a partir del núcleo inicial llegado desde tierra mexicana, se nutrió de campesinos de las montañas de la Sierra Maestra y otros revolucionarios clandestinos.
Cinco años, cinco meses y cinco días después del asalto al Moncada, la proclamación de la victoria insurreccional desde el centro fundacional de la urbe, marcaba el inicio de una etapa en la que, al decir de Fidel, el líder indiscutible de aquellas gestas, todo sería mucho más difícil.
Sus palabras premonitorias marcaron las transformaciones económicas y sociales emprendidas desde entonces por la Revolución, sometida como pocas en el mundo a la asfixia de la mayor potencia mundial que no acepta la construcción del Socialismo en sus mismas narices.
Nada ha sido fácil, efectivamente, y a los 69 años de la gesta los revolucionarios cubanos enfrentan una difícil encrucijada, tras dos años de batalla contra la Covid-19 y el recrudecimiento oportunista del bloqueo económico, comercial y financiero del gobierno de Estados Unidos en medio de la crisis económica mundial generada por la pandemia.
A la resistencia creativa instó el primer secretario del Partido Comunista de Cuba y presidente de la República, Miguel Díaz-Canel, en las complicadas circunstancias del país que plantean como un mandato histórico la decisión de convertir los reveses en victoria, una máxima asociada siempre por Fidel al relativo fracaso del Moncada.
En el cementerio patrimonial de Santa Ifigenia los cubanos tienen un altar de pertenencia e identidad con la presencia postrera allí del Héroe Nacional, José Martí; del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, y de Mariana Grajales, la Madre de los nacidos en esta tierra y comprometidos con ella, junto a una pléyade de héroes.
Muy cerca, el monumento a los caídos en el asalto al Moncada, que hace justicia a la promesa hecha en el Manifiesto a la Nación, escrito en el Presidio de la Isla de Pinos, el 12 de diciembre de 1953:
“Espero que un día en la patria libre se recorran los campos del indómito oriente, recogiendo los huesos de nuestros compañeros para juntarlos todos en una gran tumba, junto al Apóstol, como mártires que son del centenario y cuyo epitafio sea un pensamiento de Martí”.
Reveladora, la frase que se lee allí: “Ningún mártir muere en vano, ni ninguna idea se pierde en el ondular y el revolverse de los vientos la alejan o la acercan, pero siempre se queda la memoria, de haberla visto pasar”.
Desde el domingo 4 de diciembre de 2016, del monolito con las cenizas de aquel novel abogado que intentó junto a sus compañeros el derrocamiento del baluarte de la dictadura de Fulgencio Batista para propiciar una vida digna a sus compatriotas, emergen energías nuevas para juntos seguir construyendo el futuro.
Muy cerca del Apóstol, y desafiando los aires de tormenta que intentan doblegar a la Isla rebelde, el líder histórico de la Revolución sigue convocando a la audacia y al amor. (Tomado de PL)