Juegos Centroamericanos y del Cariba de 1982
por Oscar Sánchez Serra
Cuenta Enrique Montesinos, el más acucioso especialista de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, en su majestuosa obra Los Juegos regionales más antiguos, que la despedida de la edición 13, en la colombiana ciudad de Medellín, fue: «nos vemos en Mayagüez, en 1982». Pero la falta de apoyo del Gobierno puertorriqueño a esa noble intención de la familia centrocaribeña frustró las aspiraciones boricuas, y en solo 18 meses, Cuba, con La Habana como anfitriona, y Santiago de Cuba y Cienfuegos, en calidad de subsedes, rescató la fiesta deportiva del área, inaugurada el 7 de agosto.
Ya la Mayor de las Antillas había acogido una cita de este tipo, la segunda, en 1930, año en el que todavía el acontecimiento no llevaba el justo sustantivo del Caribe. Pero lo diferente no solo pasó por ese matiz, sino porque La Habana de aquel año y la de 1982 no se parecían en nada. Una mirada tan aguda como la del científico Albert Einstein, quien pisó las calles habaneras en diciembre del primer año de la década del 30 del pasado siglo, la describió así: «Clubes lujosos al lado de una pobreza atroz, que afecta principalmente a las personas de color». La que le dio abrigo a la convocatoria deportiva, 52 almanaques después, no era una sociedad perfecta, pero sí se distinguía, y se distingue, por el precepto martiano del culto a la dignidad plena del hombre.
En el ámbito atlético y en el de la organización de grandes eventos, solo podía hablarse entonces de la Liga Profesional de Beisbol, algunos otros torneos de este deporte que corre por las venas de la cultura cubana, peleas de boxeo y los partidos de Jai Alai, manifestación que encontró asiento en Cuba desde 1881, por su práctica por jugadores vascos, navarros y franceses, y por la construcción, en 1901, del frontón de La Habana.
Para 1982, la ya potencia deportiva del área había albergado la Olimpiada Mundial de Ajedrez de 1960, los campeonatos mundiales de esgrima, en 1969; el de levantamiento de pesas, en 1973, y el de boxeo, en 1974, también las lides del orbe de beisbol de 1971 y 1973, por citar los de más nivel. Además, en 1976, se estrenó entre los diez primeros países (octavo) en el medallero de unos Juegos Olímpicos, los de Montreal, y cuatro años después finalizó cuarta en los de Moscú.
A los decimocuartos Juegos centrocaribeños llegaron 22 naciones, e hicieron su debut Granada e Islas Vírgenes Británicas, en tanto los gobiernos de Honduras y de El Salvador impidieron la participación de sus deportistas, y Colombia no acudió, aludiendo razones económicas. Para la cita, en 24 modalidades competitivas, se reunieron 2 799 competidores de 22 países, con el estreno de las lides de tenis de mesa, tiro con arco, remo y hockey sobre césped. Se disputaron medallas en 247 pruebas, 60 más que en Medellín-1978.
La Habana vio cómo una mujer encendía, por primera vez, el pebetero de los Centrocaribes, honor que mereció la jabalinista María Caridad Colón, quien dos años antes había abierto la senda dorada de la mujer latinoamericana en los Olímpicos, y el pesista cubano Daniel Núñez estableció un récord mundial en el ejercicio de arranque en los 60 kilogramos, a la par que la escuadra de halteristas de su país se llevó las 30 preseas que se dirimieron.
Asombró la discóbola cubana Hilda Ramírez, ganadora de preseas en cinco versiones consecutivas de estas justas, vestida en su sexta incursión con el uniforme de softbol. Cintillos se llevó Pedro Hernández, quien le dio a Cuba el primer cetro áureo en natación –en los 200 metros pecho con tiempo de 2.24,47 minutos– desde que Leonel Smith Polo lo ganara en 1930. Brillaron los venezolanos Alberto Mestre y Rafael Vidal, y la mexicana Isabel Reus, máximos medallistas, con seis de oro en las piscinas.
Aunque no va a los libros de récords o de medallas, la Villa Centroamericana, en la escuela vocacional Vladimir I. Lenin, fue la primera en la historia que no tenía cercas perimetrales. Los Juegos eran en Cuba, capital de la paz y de la hospitalidad de los pueblos.