Frank País y su madre junto a América Domitrov. Foto: Archivo Cubadebate
por Ernesto Limia Díaz
Frank Isaac País García nació el 7 de diciembre de 1934 —quiso el destino que a 38 años de la caída en combate del general Antonio Maceo. Su abuelo paterno, el gallego Agustín País, combatió en el Ejército Colonial y partió de la Isla con las derrotadas huestes hispanas en 1898; su padre, Francisco País Pesqueira —hijo ilegítimo de Agustín—, arribó a la rada habanera procedente de Galicia en 1907. Tenía 45 años de edad y llegaba para asumir un ministerio como pastor de la Iglesia Bautista en la ciudad de Santiago de Cuba. La prédica del Evangelio lo hizo transitar por Alto Songo, La Habana y Sancti Spíritus, antes de su regreso definitivo a la capital de Oriente en 1918. Nueve años más tarde, en segundas nupcias, se unió a la también gallega Rosario García Calviño, quien lo ayudaba como sirvienta en la iglesia. En 1933 el matrimonio realizó un largo viaje a España y durante una campaña de evangelización en Murcia engendraron a Frank, quien apenas pudo disfrutar a su padre, pues murió el 29 de octubre de 1939 a la edad de 77 años.
Rosario tenía 40 años y para entonces ya eran tres los hijos: Frank (4), Agustín (2) y Josué (1). En la ceremonia celebrada en el templo bautista la madre abrió el ataúd e hizo que se despidieran del padre a la manera española, besándolo en la mejilla. Frank quedó marcado para siempre. Crecieron con estrechez, sin llegar a la pobreza. Jugaron como todos los niños de su edad, montando carritos y encaramados en las matas de anoncillos; pero en la tarde noche, a través de las ventanas, podía vérseles pegados a los libros y las libretas. No les faltó la ternura en el hogar, tampoco el orden y la disciplina.
Frank estaba dotado de gran sensibilidad. Tocó el piano y el acordeón desde pequeño, escribía versos, leía con avidez. Como hermano mayor debió sentir la necesidad de sustituir la figura paterna. Impresionaba por su seriedad y sentido de la rectitud; su actuar reservado y solidario. Tenía una mirada triste y penetrante que contrastaba con su carácter; parecía un adulto…
A los 7 años, ingresó al Instituto José Martí, perteneciente y operado por la Primera Iglesia Bautista de Santiago de Cuba, donde cursó la enseñanza primaria con profesores que le inculcaron la devoción por el Apóstol y las epopeyas mambisas. Allí comenzó a cobrar forma su tremenda dimensión humanista y ética; allí empezaron a fundirse un espíritu militar que marcó su destino con la vocación revolucionaria. Al decir de Vilma Espín Guillois, su compañera de lucha, “…Frank tenía dos vocaciones bien marcadas […] la primera era la de militar y la segunda, la de maestro” (Hart, 2006: 150).
Entró en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago de Cuba con 14 años y en 1949 ganó por examen de oposición una plaza en la Escuela Normal para Maestros de Oriente, justo cuando en el agónico clima moral vivido en la mayor de las Antillas tras cinco décadas de República neocolonial —caracterizado por la dependencia a Estados Unidos, el gansterismo, la corrupción y el desenfreno en el saqueo de los fondos públicos—, las mejores figuras del arte, la literatura y el pensamiento del país se habían trazado entre sus más urgentes metas el rescate de la figura del Apóstol, e irrumpió el Martí revolucionario y antimperialista de ética impoluta y profunda vocación de justicia social.
Institutos de segunda enseñanza, escuelas normales y algunos centros docentes privados fomentaron un clima de superación cultural y amor a la patria, que dio abrigo moral a la nación y tributó a la forja de un espíritu rebelde entre esa generación. Desde el arte, la literatura y la exaltación de las tradiciones combativas, y en especial de los héroes mambises y pensadores del siglo XIX, aquellos maestros salvaguardaron el halo revolucionario de las guerras independentistas de 1868 y 1895 y, al despertar el interés por esa historia, animaron una vocación nacionalista que arraigó los sentimientos libertarios entre una parte mayoritaria de la sociedad que se esforzaba por sobrevivir y fundar familias mediante el trabajo honrado, apegada a valores éticos y patrióticos latentes en el subconsciente colectivo. Rebrotó un orgullo que hizo trizas la imagen proyectada por el espejo estadounidense con que se observaba el país. La cultura y la educación abrieron paso a nuevas formas de expresión política. El pueblo hizo suya una consigna del líder ortodoxo Eduardo Chibás que sintetizaba las aspiraciones de independencia y justicia social de sus bases populares, y en contra de la corrupción: “¡Vergüenza contra dinero!”.
Y Frank creció. Ya no solo leía a Martí, ni su mirada se detenía en la literatura cubana, en la que tenía a Julián del Casal como referente poético. Comenzó a estudiar a los pensadores contemporáneos universales; de los que más lo impresionaron: el francés Jean-Paul Sartre, filósofo entre los más importantes de la tradición crítica europea y participante en la resistencia contra los nazis.
Iniciada la década de 1950 el pueblo cubano estaba esperanzado con las elecciones a celebrarse en los primeros días de junio de 1952, en las que todo apuntaba a que saldrían vencedores los ortodoxos. Chibás se suicidó el 16 de agosto de 1951 cuando acababa su programa de radio en una emisora de alcance nacional. Legó al partido todo su capital político y la victoria era solo cuestión de tiempo. El cuartelazo de Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952 puso en pie a una vanguardia que llevaba “en sí el decoro de muchos hombres”, y mujeres, presta a tomar en sus manos los destinos de la Patria. Ese propio día Frank se presentó en el cuartel Moncada. Fue a solicitar armas. Al igual que Maceo, estaba dispuesto a lanzarse a la insurrección de Oriente hasta Occidente para restablecer el orden constitucional. Tenía 17 años.
El golpe profundizó la crisis. El sistema político y las instituciones de la República hicieron agua. No era posible un proyecto nacional con justicia social sin dinamitar las estructuras del poder neocolonial. Las nuevas generaciones de revolucionarios debían plantearse otra estrategia de combate y forjar sus propios instrumentos para llevarla a cabo. Tal desafío demandaba un liderazgo diferente, impregnado de radical cubanía, capaz de pasar de la fase de las palabras a la lucha armada. Fueron su resolución y entereza en ese instante crítico las que convirtieron a Frank en un líder en Santiago de Cuba.
Dieciséis meses más tarde, el 26 de julio de 1953, con el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, Fidel y la Generación del Centenario mostraron la determinación de guiar al país por la senda revolucionaria. La dictadura se ensañó con los moncadistas: de los 69 muertos entre las dos acciones, solo ocho cayeron en combate; 61 fueron asesinados por los esbirros de Batista. Esa misma noche Frank logró colarse en el Moncada aprovechando la confusión. Quería cerciorarse del estado en que se hallaban los asaltantes capturados. “…estaban todavía tirados en el suelo, todos llenos de sangre, de balas y de honor, jovencitos algunos, que no tenían ni barba siquiera, uno colgado de un árbol, las piernas al aire, y los pies cortados, tirados en el suelo, mientras el cuerpo se tambaleaba en el aire. Era algo horrible y más horrible aún el asesinato que están cometiendo por esas lomas sin que nadie los vea, asesinos y cobardes”, le escribió asaltado por la rabia y el dolor a Elia Frómeta, su novia, dos días después, el 28 de julio (Monroy, 2007: 140).
No quedó de brazos cruzados: redactó un manifiesto al que tituló: “Asesinato”, del que pudo imprimir dos mil ejemplares para distribuir en Oriente. Cayó en el círculo de sospechosos y lo detuvieron hasta el 2 de septiembre de 1953, cuando el tribunal que lo juzgó se vio compelido a liberarlo por falta de pruebas.
A partir de ese minuto dedicó toda su existencia a la revolución. Fundó Decisión Guitera y, poco después, Acción Revolucionaria Oriental. A través de Jorge Ibarra Cuesta estrechó los contactos con José Antonio Echeverría, quien le propuso incorporarse al Directorio Revolucionario. Para entonces Frank y los jóvenes santiagueros que se organizaron bajo su mando habían leído “La historia me absolverá” y tenían los ojos puestos en Fidel, convertido ya —tras el asalto al Moncada y luego de presentar este radical programa revolucionario durante su alegato, el 16 de octubre de 1953— en el líder moral de la generación. Cuando tras la creación del Movimiento 26 de Julio, en el verano de 1955, María Antonia Figueroa y Lester Rodríguez se reunieron en Santiago de Cuba con Frank para transmitirle el interés de Fidel en que se incorporara, no vaciló: “Ya que coincidimos en todo, ya que Fidel tiene la estatura de un gesto como el Moncada, ya me pueden considerar uno más. Yo soy uno de ustedes. Ya estoy dentro de la lucha del Movimiento Revolucionario 26 de Julio” (Monroy, 2007: 145). De todos modos, consultó a cada uno de los integrantes de las células de Acción Revolucionaria Oriental, la respuesta fue unánime; la organización en pleno se puso a las órdenes de Fidel.
Meses antes del desembarco del Granma, Pedro Miret y Ñico López viajaron a Santiago de Cuba para recorrer con Frank toda la provincia y establecer las posibles zonas que se podrían convertir en escenario de la lucha armada. El punto decisivo fue la región de Manzanillo, donde Celia Sánchez Manduley y un grupo de compañeros organizaban núcleos insurreccionales y alentaban la conformación de un movimiento popular contra la tiranía.
Frank se reunió dos veces con Fidel en México, la primera en agosto de 1955, y regresó como jefe de Acción Nacional del Movimiento Revolucionario 26 de Julio; la segunda en octubre, para plantearle a Fidel su convicción de que no estaban en condiciones de iniciar la lucha por la falta de armas y preparación. Habló con franqueza y el líder de la Revolución le explicó que ya no podían dar marcha atrás. Su promesa: “En el 56 seremos libres o mártires” constituía un acto de vida o muerte, la palabra empeñada sería cumplida. La muestra de la entereza y extraordinaria capacidad organizativa del joven santiaguero la brindó con el Levantamiento del 30 de Noviembre, que tuvo un carácter nacional. Sus acciones se extendieron por todo Oriente y Camagüey, y también, con menor fuerza, en Santa Clara y algunos puntos de Occidente.
Y nunca se rindió. Mientras la tiranía publicitaba la muerte de Fidel y del resto de los expedicionarios durante el desembarco, Frank impartía órdenes a sus compañeros para continuar la lucha. Cuando supo del paradero del Comandante en Jefe, todo su esfuerzo se centró en apoyar el reforzamiento del núcleo guerrillero, propósito en el que también tendrían un desempeño protagónico Celia y Felipe Guerra Matos. Cuando Frank cae preso el 9 de marzo de 1957, como resultado de la represión por los sucesos del 30 de Noviembre y el desembarco del Granma, se daban ya los toques finales para el envío del primer gran contingente de refuerzo con hombres y armas.
Dos meses permaneció en la prisión de Boniatos, hasta que concluyó el juicio y fue puesto en libertad junto con los otros acusados por falta de pruebas. Fue de los últimos en trasponer las rejas, en la noche del 10 de mayo; pero ya nunca más podría disfrutar de libertad. Batista envió a Santiago de Cuba al teniente coronel José María Salas Cañizares, como supervisor de la Policía Nacional, y le puso precio a su cabeza: $ 3 000. Esa noche Frank comenzó su peregrinar por casas “…que, más que escondites, le servirán de bases secretas de operaciones en las semanas subsiguientes. Comienza su vida clandestina, dolorosamente separado de su madre, sus hermanos, sus personas más queridas, sus amigos, incluso sus compañeros” (Álvarez, 2008: 7).
No escuchó a quienes le sugerían incorporarse a la Sierra Maestra. Aunque resultaba imposible burlar por mucho tiempo el cerco policial en una ciudad en la que apenas vivían unas cien mil personas, prefirió contribuir en lo que consideró su más valioso aporte: organizar el movimiento revolucionario en todo el país en línea con la concepción de lucha de masas propugnada desde el primer momento por Fidel. Ello implicaba revitalizar el accionar clandestino y articular sus acciones con la proyección de dos frentes claves: el Frente Obrero Nacional, encargado de desplegar una amplia movilización entre los trabajadores que se sumarían a la huelga general revolucionaria en el momento preciso —objetivo final en el propósito de derrocar el régimen—; y el Movimiento de Resistencia Cívica, encargado de aglutinar a amplios sectores profesionales, de clase media urbana y de la gran masa de la población con una dirigencia integrada por sus representantes más progresistas bajo el mando del Movimiento 26 de Julio. “Nuestra misión es incorporar nombres, figuras, organizaciones, etcétera, a nuestra disciplina y no desdoblar o confiar a manos «extrañas» por amigas que parezcan o nos digan”, instruyó el 4 de mayo desde la cárcel a Arturo Duque de Estrada (Álvarez, 2008: 23).
Una semana después de su salida de prisión, el 17 de mayo de 1957, escribió una circular programática en la que llamó a la “verdadera unidad ideológica” dentro del Movimiento en torno a principios esenciales:
"No solo aspiramos a derrotar una dictadura que mancha nuestra historia de pueblo amante de la libertad, no solo aspiramos a poner fin a la bancarrota económica, no solo aspiramos a administrar y vivir honradamente, no solo aspiramos a devolver la libertad y la seguridad al pueblo de Cuba, aspiramos, y esto debe estar bien claro en todos los militantes del Movimiento 26 de Julio, a encauzar a Cuba dentro de las corrientes políticas, económicas y sociales de nuestro siglo, aspiramos a conmover profundamente todos los sectores del país, aspiramos a crear planes revolucionarios que pongan a todos esos sectores a trabajar en beneficio de la Patria Nueva, aspiramos a remover, derribar, destruir el sistema colonialista que aún impera […] implantar de acuerdo con las particularidades de nuestra idiosincrasia las modernas corrientes filosóficas que imperan actualmente en el mundo, aspiramos a no poner parches para salir del paso, sino a planear concienzuda y razonablemente la construcción de la Patria Nueva" (Álvarez, 2008: 27).
No es un fanático el que estaba cuestionando el régimen capitalista y abogó por profundos cambios estructurales, en correspondencia con la línea trazada por Fidel en “La historia me absolverá”, con fundamentos económicos y sociales de orientación marxista en el camino progresivo a la construcción del socialismo, es un hombre que sufre y traga buches de sangre cada día frente a las atrocidades del régimen. “Un nudo me cierra la garganta, una amargura me aprisiona el pecho y los recuerdos hoy me torturan como nunca. Tenemos que sufrir y seguir, triunfar o morir”, escribió tras el asesinato el 20 de mayo del combatiente clandestino Roberto Lamelas Font y tres de sus compañeros de célula por parte de Salas Cañizares y sus hombres (Álvarez, 2008: 34).
Faltaba poco más de un mes para su prueba mayor, el 30 de junio de 1957, en un encuentro en la avenida Flor Crombet con un patrullero de la policía y varios soldados, cayeron Floro Bistel y Salvador Pascual; Josué País quedó gravemente herido. Procurado por la planta, Salas Cañizares se presentó en el lugar de los hechos con un agente de la policía secreta: Luis Mariano Randich Jústiz, un hombre procedente de una familia negra muy humilde, al que Frank durante sus estudios en la Escuela Normal ayudaba con la asignatura de Matemática. No tardó en identificarlos e introdujeron a Josué en el jeep, y en el trayecto al hospital lo remataron de un disparo en la cabeza. Era su hermano del alma, rebelde, apasionado, impetuoso y, por ello, objeto de su preocupación permanente. “Me ha dejado un vacío en el pecho y un dolor muy mío en el alma”, le escribió el 5 de julio a Fidel. Y toda esa depresión la volcó en versos algunos días después “Cuánto sufro el no haber sido / el que cayera a tu lado. / Hermano, hermano mío, / qué solo me dejas, / rumiando mis penas sordas / llorando tu eterna ausencia” (Álvarez, 2008: 34-35).
Poco tuvo que rumiar sus “penas sordas”. El 30 de julio una confidencia dada por Esperanza Paz, amante del batistiano administrador de la Zona Fiscal, Laureano Ibarra, llevó a los esbirros de Sala Cañizares hasta el refugio en que se escondía Frank: la casa de Raúl Pujol, que él mismo había vetado porque no tenía salida por detrás y ya en una ocasión habían ido a apresar un compañero que consiguió fugarse. No le quedaba otro remedio, después de varios meses de persecución implacable, a pesar de la solidaridad del pueblo santiaguero pocos lugares quedaban ya que no cayeran dentro de los cercos policiales. Con toda la zona acordonada, encaró su destino con sangre fría: escondió una carta a Fidel y otros documentos importantes, y una subametralladora; se puso la pistola calibre 38 que portaba debajo de la camisa y salió a la calle con Pujol, sin apresurarse. Un soldado ubicado en un balcón les dio el alto y durante el registro corporal le hallaron el arma. Los condujeron al Callejón del Muro y llamaron a Salas Cañizares por la planta. Otra vez llegó acompañado de Randich, quien se acercó al jeep, le quitó los espejuelos oscuros y vociferó eufórico: “¡Coronel, este es Frank País!… ¡Este es Frank País, Coronel!”.
Randich abofeteó a Frank y luego Salas Cañizares lo agarró con fuerza por la camisa increpándolo con palabras obscenas, mientras lo golpeaba en el pecho con la culata de su fusil y lo llevaba a empellones hasta el Callejón del Muro, adonde lo dejó desfallecido. Pujol se bajó del jeep para intentar protegerlo gritándole “cobarde” a Salas Cañizares y se desató el pandemónium:
"Los matones escoltas de Salas golpearon brutalmente a Pujol, que cayó inconsciente en la acera […] adonde fue Salas y le ametralló toda la espalda con una ráfaga larga. Se viró para donde estaba Frank y le tiró los últimos proyectiles que le quedaban y mientras colocaba otro cargador le ordenó a […] los demás asesinos que le tiraran a Frank, quien cayó boca abajo al recibir los múltiples impactos. Volvió Salas sobre sus pasos hacia el Callejón del Muro y ametralló en el suelo y por la espalda el cuerpo inerte de Frank País" (Cuza, 2017).
El cuerpo del héroe tenía un balazo en la nuca, varios en el costado y brazo derechos, otro en la mano izquierda; en total, 22 con 36 perforaciones. Al final colocaron la pistola junto a su cuerpo, para que pareciera que se habían visto obligados a defenderse. “Esa misma tarde los dueños de los almacenes y la gente de la resistencia cívica empezaron para llamarme para decirme que la gente quería cerrar y hacer una huelga; los patrones y los obreros, todo el mundo. Ahí sí es verdad que todo el mundo se puso de acuerdo, y empezaron a cerrar”, narró Vilma Espín, ya entonces coordinadora del Movimiento 26 de Julio en la provincia de Oriente (Hart, 2006: 151).
Rosario reclamó el cadáver y fue tendido en la casa de su novia, América Domitro. En la madrugada lo vistieron con el uniforme verde olivo y el brazalete del Movimiento 26 de Julio. Le colocaron una rosa blanca sobre la boina y los grados de tres estrellas correspondientes al plan de los nuevos grados que él estaba elaborando para someter a la aprobación de Fidel.
De la casa de América partió el cortejo fúnebre el 31 de julio. El pueblo tomó la ciudad. Algunos oficiales de la Marina se cuadraron a su paso; poco después estarían entre los mártires del 5 de Septiembre. La muerte de Frank provocó una reacción popular espontánea de tal magnitud, que la ciudad se paralizó durante varios días. El entierro se convirtió en la mayor manifestación de rebeldía en la historia santiaguera hasta aquel instante: más de 20 cuadras de gente en apretada marcha, sin temor a lo que pudiese ocurrirle. Fue el primer conato de huelga general política, sin preparación ni control, con similares repercusiones en Camagüey y Santa Clara. Hart apuntó al respecto: “Su obra póstuma fue el paro general que brotó de su cadáver. Es fácil decir: Oriente paró por la emoción. Pero sin una estrategia desenvuelta desde meses atrás, y una organización fortalecida por la unidad y la inteligencia, no hubiera podido canalizarse ese brote nacional. El carácter forjador de esa estrategia y creador de esa organización era Frank País” (Hart, 2006: 151 y 154).
Batista aprovechó la coyuntura y decretó la suspensión de las garantías constitucionales. Con Santiago paralizada, sus esbirros no tuvieron reparos en reprimir a 200 mujeres vestidas de negro, la mayoría muy jóvenes, que el 31 de julio protagonizaron una manifestación frente al palacio municipal de gobierno, donde le entregaban la llave de la ciudad al nuevo embajador de Estados Unidos, Earl E. T. Smith. Llegaba para sustituir a Arthur Gardner, tan cuestionado por su amistad con el hombre que teñía de rojo a Cuba —al grado de jugar canasta varias veces a la semana en su finca— que Eisenhower se vio forzado a pedirle la renuncia. Smith era un corredor de inversiones con más de 30 años en la Bolsa de Nueva York, y durante la II Guerra Mundial sirvió como oficial del 8vo. Cuerpo de Inteligencia del Ejército. Llevaba unos días en el país y no podía ser más impresionante su estreno. Cuando las mujeres intentaron romper el cordón policial, los carros de bomberos abrieron las mangueras para repelerlas con chorros de agua, mientras los policías y agentes de la Inteligencia militar las hacían retroceder con sus porras. Al salir el embajador a la calle las cosas empeoraron: “Las madres de Santiago se pusieron histéricas y luchaban por llegar a mí. Nos dejó aterrados la innecesaria rudeza y brutalidad de la policía. Algunas mujeres fueron derribadas al suelo, otras fueron metidas en el coche celular de la policía” (Smith, 1983: 25).
Frank fue enterrado a las 11 a. m. del 1.º de agosto. Ese día su madre estaba cumpliendo 58 años de edad. “No puedo expresarte la amargura, la indignación, el dolor infinito que nos embarga. […]. ¡Qué monstruos! No saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado. […]. ¿Es que alguien puede estar pensando en su vida después de ver asesinado a Frank País, el más valioso, el más útil, el más extraordinario de nuestros combatientes?”, escribió Fidel a Celia al conocer lo ocurrido (Álvarez, 2008: 45).
Este clima trascendió las fronteras insulares, junto con las noticias del fracaso del primer intento de ofensiva general contra el Ejército Rebelde. La frustración de la tiranía derivó en la más despiadada represión contra la población campesina de la Sierra Maestra, sin que se escuchara una sola protesta en la Casa Blanca. Nada impidió el triunfo del 1.º de enero de 1959.
Randich fue ajusticiado antes por combatientes del Movimiento 26 de Julio; otro de los asesinos, el comandante Bonifacio Haza Grasso, jefe de la policía en Santiago de Cuba, fue procesado con todas las garantías legales mediante la Causa 1/59. Durante el juicio oral quedó demostrada su responsabilidad en la ejecución de varios crímenes, salvajes torturas y hasta violaciones a las mujeres detenidas en los calabozos. Fue sancionado a la pena máxima, y ejecutado el 13 de enero de 1959. Salas Cañizares consiguió huir y fue acogido con todo beneplácito por el gobierno de Estados Unidos. Ya nadie los recuerda a no ser para impedir que se borren de la memoria tan horrendos crímenes. Frank, en cambio, vive en un pueblo que lo lleva impregnado en su alma y en los puntales de la obra redentora que contribuyó a levantar.
Bibliografía
ÁLVAREZ TABÍO, PEDRO: Frank. El más extraordinario de nuestros combatientes, La Habana, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2008.
Cuza Téllez de Girón, José Luis: “Un testimonio excepcional”, La Jiribilla (La Habana), 30 de julio de 2017. Disponible enhttp://www.lajiribilla.cu/articulo/un-testimonio-excepcional.
HART DÁVALOS, ARMANDO: Aldabonazo. En la clandestinidad revolucionaria cubana, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2006.
MONROY, JOSÉ ANTONIO: Frank País. Un líder evangélico en la Revolución Cubana, La Habana, Editorial Caminos, 2007.
PUIG, OSCAR: “El Frank que conocí. Entrevista a César López”. Disponiblehttps://revista.ecaminos.org/el-frank-que-conoci-entrevi���/
SMITH, EARL E. T.: El cuarto piso. Relato sobre la revolución comunista de Castro, San Juan, Cultural Puertorriqueña, Inc., 1983.
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