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Por Alfredo García Almeida*
Atentado contra la democracia para unos, revolución contra el neocolonialismo para otros, ha convertido a la República de Niger en un dilema internacional, en medio de la “guerra híbrida” que libran las grandes potencias, demostrando la incompetencia del Consejo de Seguridad de la ONU y un inédito camino que combine fuerza con diplomacia, para la justa solución de los conflictos.
El pasado 23 de julio, el general, Abdourahamane Tchiani, al mando de las Fuerzas Armadas de Niger, derrocó al presidente, Mohamed Bazoum, acusándolo de “alta traición” por sus relaciones con jefes de Estados extranjeros y organizaciones internacionales, autoproclamándose “presidente en transición” del “Consejo Nacional para la Salvaguardia de la Patria”. A partir de entonces, la política intervencionista de Francia para proteger sus intereses neocoloniales, han encontrado la resistencia de varios países africanos que amenazan con responder con la fuerza, cualquier intervención militar extranjera en Niger, forzando a buscar una solución negociada.
Niger es un país mediterráneo del África Occidental. Limita al sur con Nigeria y Benín, al oeste con Burkina Faso y Malí, al norte con Argelia y Libia y al este con Chad. Francia colonizó Niger a finales del siglo XIX, dejando una estela de atrocidades contra la población autóctona. La colonia africana, logró su independencia en 1960, pero quedó bajo el control político y económico de la exmetropolí y la élite local profrancesa. Con un territorio de 1.267.000 km2 y una población de cerca de 20 millones, Niger es el cuarto país más pobre del mundo, con dos tercios de sus habitantes viviendo bajo el umbral de la pobreza. Sus zonas septentrional y central se encuentran en las áreas desérticas del Sahara y el Sahel. Apenas 3,9% de la superficie nacional es apta para los cultivos. Sin embargo, es un país rico en minerales como el uranio (tercer productor mundial), el petróleo y el oro.
Los países vecinos de Niger se dividen entre los que impulsan una intervención militar para reponer en el cargo al presidente derrocado y los que se solidarizan con la Junta Militar y amenazan con apoyarla militarmente, en caso de una invasión militar. Mientras Nigeria, Costa de Marfil, Senegal, Sierra Leona, Guinea-Bisáu y Benín, favorecen la acción armada, los gobiernos de Conakry, Malí, Burkina Faso y Cabo Verde, la rechazan.
Diferencias antagónicas también dividen los organismos multilaterales africanos. Mientras la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, CEDAO, promueve la acción armada, la Unión Africana, UE, favorece el diálogo. Recientemente el presidente de Francia, Emmanuel Macron, dijo que los franceses “no reconocemos a los golpistas” y “apoyamos la acción diplomática y cuando lo decida, la militar de la CEDEAO”. Francia y EEUU, tienen 1.500 y 1.100 soldados respectivamente desplegados en territorio nigerino, con el pretexto de la lucha contra el “terrorismo”.
Sin embargo frente al tradicional escenario mediático en favor de la “democracia” y los “derechos humanos”, que antecede toda intervención militar imperialista, ha surgido una creciente ola de rechazo a la injerencia extranjera entre los sectores sociales y religiosos en las naciones que promueven el uso de la fuerza en un reverdecer de los ideales nacionalistas africanos.
* periodista, analista internacional colaborador desde Mérida, Yucatán.