Primera Declaración de La Habana
por Jorge Wejebe Cobo
Una victoria política y moral sin precedentes contra la estrategia imperialista yanqui ocurrió el 2 de septiembre de 1960 cuando más de un millón de cubanos, instituidos en Asamblea General Nacional, aprobaron en la Plaza José Martí la Primera Declaración de La Habana, leída por Fidel Castro como respuesta al rumbo agresivo del imperialismo estadounidense y sus lacayos contra la Isla.
De esa forma se hizo patente la disposición del pueblo de defender su proyecto revolucionario, tal como fue demostrado poco después con la derrota de los mercenarios durante la invasión de Playa Girón en abril de 1961.
Nunca antes desde la Segunda Guerra Mundial, en tiempo de paz EE.UU. se enfrascaba en una guerra encubierta y no tan oculta de bloqueo económico, diplomático y político, acciones terroristas, mediáticas y de agresiones militares como la que inició contra la Revolución desde prácticamente su triunfo el primero de enero de 1959.
Para justificar en la arena internacional la agresión mercenaria que se preparaba fue celebrada en la capital de Costa Rica, del 22 al 29 de agosto de 1960, la VII Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA, que condenó a Cuba por ser presuntamente instrumento para expandir en el continente el comunismo, en interés de la URSS y la República Popular China.
Con esta acusación, la Casa Blanca esperaba estimular entre los pueblos los prejuicios anticomunistas sembrados en Latinoamérica por casi medio siglo y junto a la subordinación perruna casi completa de los gobiernos de la región creyeron que era suficiente para aislar a la Revolución cubana, desmoralizar, dividir su pueblo para facilitar la derrota militar, como ocurrió en 1954 con el gobierno progresista del presidente Jacobo Arbenz en Guatemala.
Poco antes de la reunión de la Organización de Estados Americanos (OEA), Fidel advirtió acerca de los planes del vecino del Norte y vaticinó sus resultados al decir que si los yanquis intentaban destruir la Revolución Cubana por la fuerza, no encontrarían aquí su Guatemala, sino que encontrarían aquí su Waterloo.
Hasta en el propio terreno de la OEA los cálculos enemigos fracasaron ante la firmeza de la palabra de la Isla, expuesta por su delegación presidida por el Ministro de Relaciones Exteriores Raúl Roa, quien a su llegada a Costa Rica proclamó: “Cuba no vino como reo, sino como fiscal” y precisó: “Está aquí para lanzar de viva voz, sin remilgos ni miedos, su yo acuso implacable contra la más rica, poderosa y agresiva potencia capitalista del mundo”.
La mayor de las Antillas denunció una falsa declaración contra el país dictada a sus títeres por el Departamento de Estado, en complicidad con la OEA, que apoyaba las agresiones a La Habana. Ante tal hecho la delegación isleña se retiró del cónclave tras las palabras del Canciller de la Dignidad, quien dijo: “Me voy con el pueblo y con mi pueblo se van de aquí los pueblos de Hispanoamérica”. Las palabras de Roa levantaron olas de apoyo y manifestaciones en todos los pueblos del continente y en otros países del mundo.
Pero la principal respuesta en Cuba a la ignominia de San José, Costa Rica, fue la Primera Declaración de La Habana, la cual afirmaba: “La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba rechaza asimismo el intento de preservar la Doctrina de Monroe, utilizada hasta ahora, como lo previera el Apóstol, para extender el dominio en América de los imperialistas voraces”
Además, denunció la política imperialista de La Unión durante más de un siglo de intervenciones en México, Nicaragua, Haití, Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico para apoderarse de sus tierras y establecer los lazos neocoloniales que garantizaron hacer de la región el traspatio del imperio.
Igualmente destacó: “La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba niega categóricamente que haya existido pretensión alguna por parte de la Unión Soviética y la República Popular China de utilizar la posición económica, política y social cubana, para quebrantar la unidad continental y poner en peligro la unidad del hemisferio.”
Ante el falso concepto de democracia representativa que sirve solo a los intereses de las oligarquías nacionales se proclama el derecho de los pueblos a escoger el camino revolucionario y practicar el “deber de los obreros, de los campesinos, de los estudiantes, de los intelectuales, de los negros, de los indios, de los jóvenes, de las mujeres, de los ancianos, a luchar por sus reivindicaciones económicas, políticas y sociales”.
Por último sentenció que “A esa voz hermana, La Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba le responde: ¡Presente! ¡Cuba no fallará! Aquí hay Cuba para ratificar, ante América Latina y ante el mundo, como un compromiso histórico, su lema irrenunciable: ¡Patria a Muerte!” (Tomado de ACN)