Por Roberto Morejón
La desproporcionada y brutal ofensiva de Tel Aviv contra Gaza, en lo que califica de “respuesta” a la incursión violenta de grupos de Hamás en territorio israelí, solo motiva descripciones en parte de la prensa occidental, sin críticas, como es habitual al abordar dicho conflicto.
Se han desatado las condenas a Hamás, sin aludir a que la base del problema es la negativa de Israel y Estados Unidos a negociar una salida pacífica, en tanto es inaceptable la condición de ocupante del régimen sionista.
Poco importa a quienes apelan a dobles raseros, que el pueblo palestino esté disperso y carezca de un Estado, aspiración respaldada por gran parte de la comunidad global.
Los que ahora se refieren a “Israel víctima”, soslayan que sus tropas recrudecieron la represión en Cisjordania, en respaldo a colonos expansionistas armados, en desafío a mandatos de la ONU.
Y qué decir de Gaza, sometida durante muchos años a guerras y operaciones de exterminio, hasta reducir casi a polvo servicios esenciales como el de la salud.
No hay violencia buena o mala, sino crisis que si no se abordan desde su raíz, con arreglo a las aspiraciones de las partes, en este caso el surgimiento de dos Estados, entonces desatan iras que se sabe cómo empiezan y no cómo concluyen.
El ataque de Hamás a Israel y los bombardeos así como los cortes de agua y electricidad a Gaza se inscriben en una escalada evitable, si Tel Aviv y su mentor tuvieran disposición real a conversar.
Y si no se olvidaran las más de siete décadas de un enfrentamiento en el que en uno de los bandos se ubica uno de los más poderosos ejércitos de la Tierra, apuntalado en armas por Estados Unidos.
En el otro lado, un pueblo surcado por la decepción, el fracaso y el olvido de una parte de la comunidad internacional.
Ahora la nueva alternativa de fuerza de Israel es la orden a los gazatíes a evacuar antes de la invasión, sin que cesaran los ametrallamientos desde el aire y los intentos de asfixiarlos por hambre y enfermedades.
Sin dudas, en esa estrecha franja no sobreviene una “represalia”, como lo dibujan Tel Aviv y parte de la prensa occidental, sino una nueva etapa de la limpieza étnica programada por Israel.
Detener la barbarie e instar a una solución amplia, justa y duradera al conflicto israelí-palestino, sobre la base de la creación de dos Estados, que permita al pueblo hoy disperso ejercer su derecho a la libre determinación, son las únicas salidas a la tragedia.