José Martí, Obra de Isis de Lazaro
por Marlene Vázquez Pérez
Las redes intelectuales son tan antiguas como la humanidad misma. Desde que los seres humanos comenzaron su tarea de interpretar el mundo circundante, sintieron la necesidad de entrar en contacto con otras personas de inquietudes afines, fuera de viva voz, o a través de la escritura. Con el transcurrir de los siglos y el desarrollo de esas vías de comunicación los medios de contacto fueron cambiando, y el alcance de esas conexiones también. Sin duda alguna, con el surgimiento de la imprenta se ampliaron las miras de manera increíble, y lo que hoy puede parecer mínimo si se le compara con la inmediatez y las posibilidades de intercambio actuales, fue en verdad un paso gigantesco debido al ingenio de Gutenberg.
A la altura del siglo XIX el periódico era el gran medio de comunicación por excelencia, de manera que el diario acontecer era difundido por esa vía. Casi todos los grandes escritores del XIX trabajaron también para la prensa. La escritura alcanzó a una cantidad de lectores insospechada hasta entonces, y si bien los principales consumidores eran las élites adineradas que habían tenido acceso a la educación y contaban con los poderes económicos para sostener los grandes diarios y consumir lo que publicaban, con la llegada del cable interoceánico las noticias viajaban de un lugar a otro más rápidamente y la producción de los escritores-periodistas, también.
Un intelectual de talla universal como José Martí se dio a conocer en toda Nuestra América gracias a sus formidables crónicas para la prensa del Sur, en las que informaba respecto al acontecer en los Estados Unidos, a la vez que alertaba a esos ciudadanos, con sentido crítico y previsor, para la complejidad de las relaciones futuras con el poderoso vecino, entonces potencia emergente hacia el imperialismo.
Sus textos, leídos y admirados por sus contemporáneos del mundo de las letras y la política, le fueron abriendo puertas con toda justicia, de modo tal que lo que publicaba para La Nación, de Buenos Aires, o El Partido Liberal, de México, o cualquier otro de los grandes diarios con los que colaboró, era reproducido la mayor parte de las veces sin su consentimiento en un sinfín de publicaciones menores en todo el continente.
De esa manera, recibió desde muy temprano cartas elogiosas de voces autorizadas, y en ese intercambio epistolar se fue tejiendo una fina red de diálogo con sus iguales, y también se fue construyendo, con toda justicia, un liderazgo intelectual y político, que lo fueron ubicando, de modo muy natural, y sin ninguna pretensión o petulancia de su parte, en el lugar cimero de esa comunidad intelectual. A tenor con esa afirmación sería ilustrativo detenerse en algunos hitos puntuales de esa labor articuladora de conocimientos y voluntades, a sabiendas de que no son los únicos.
La publicación sin firma en El Repertorio Colombiano, en febrero de 1881, de un texto temprano, “Poetas contemporáneos españoles” (“Modern Spanish Poets”), escrito originalmente en francés, publicado en inglés en The Sun, Nueva York, en 1880, y dado a conocer en español por la traducción de Carlos Martínez Silva, conmovió profundamente al poeta y editor Adriano Páez. Ello da fe del vigor estilístico martiano, perenne a pesar de las metamorfosis que toda traducción trae consigo. El editor de La Pluma de Bogotá desconocía al autor, pero asombrado por la abundancia de imágenes que acompañaba a la certeza de juicio, ponía en duda, con razón, la paternidad del texto de partida, pues a su entender, “[…] solo Emerson en Boston, o Carlyle en Inglaterra, habrían podido entre los anglosajones, adornar[lo] con imágenes tan seductoras y por cuya traducción nótese que el cerebro del señor Martínez Silva encierra también unos rayos de sol, el sol del romanticismo!”
Supo de la autoría del mismo, a través de La Opinión Nacional de Caracas, pues el periodista cubano Juan Ignacio de Armas publicó allí el texto firmado por José Martí. Entonces escribió premonitoriamente que era este un “[…] nombre que desde hoy, estamos seguros, no olvidarán nuestros lectores”. Si se tiene en cuenta que la anterior afirmación de Páez se hace únicamente a partir del citado artículo, y del conocimiento tardío del elogio de la Revista Venezolana que publicara el rotativo caraqueño, es de suponer que a partir de ese momento se produjo un cruce de correspondencia entre ambos intelectuales, lo cual motivó que Martí enviara a La Pluma su crónica “Coney Island”.
Cuando el lector se acerca por primera vez a esa crónica martiana tan especial, llama su atención una nota de Páez en que aconseja lo siguiente: “En el número 64 de La Pluma han podido ver nuestros lectores un artículo en que el célebre escritor italiano De Amicis describe a ‘París de noche’. Recomendamos que se compare esa pintura con la que hace el señor Martí de ‘Coney Island’, en Nueva York. Ambas son admirables”. De esa manera contribuía Páez a la urdimbre intelectual que se tejía desde la prensa de la época, y que era reforzada por el intercambio epistolar.
¿Conoció Martí, antes de escribir “Coney Island” el texto del italiano publicado en La Pluma el 12 de noviembre de 1881? Es realmente poco probable, dada la cercanía de fechas. Sí debió recibir el artículo de Adriano Páez, publicado el 10 de septiembre de ese propio año, en que tan elogiosamente habla de su malograda Revista Venezolana. Este pudo acompañarse de carta, solicitándole colaboración, misiva que para Martí significó mucho en aquellos momentos, pues su forzado regreso a Nueva York, por orden del dictador Guzmán Blanco hizo fracasar, en su momento auroral uno de sus proyectos entrañables.
La misiva del colombiano fue, sin duda alguna, un mensaje de aliento, de manera tal que la menciona explícitamente en uno de sus proyectos de libros, no materializados:
Escribir: Los momentos supremos: (de mi vida, de La Vida de un Hombre: lo poco que se recuerda, como picos de montaña, de la vida: las horas que cuentan). La tarde de Emerson. La ingratitud. (En la cárcel, al saber la partida de la familia de M.) La abeja de María. La cumbre del monte en Guatemala. El beso de papá, al salir para Guatemala, en el vapor, —al volver a México, en casa de Borrell. La tarde del anfiteatro: (manos en el balcón del club:) en Catskill. Sybilla. Cuando me enseñaron a Pepe recién nacido. La carta de Adriano Páez.
Años después, cuando ya Martí era reconocido ampliamente gracias a su presencia sistemática en el porteño La Nación, le llegó otro elogio tremendo y merecido, el de Sarmiento, por la publicación de su crónica relativa a la inauguración de la Estatua de la Libertad. A esa alabanza nunca respondió, porque entre vano e ingrato, prefirió parecer ingrato, tal y como le comentó a su amigo uruguayo Enrique Estrázulas en carta de 1888, cuando supo de la muerte del intelectual argentino.
Gracias a ese reconocimiento internacional alcanzado por la labor para la prensa, y a su diálogo sostenido con sus contemporáneos a través de su copioso epistolario, José Martí se convirtió en el punto nodal de una red que tuvo entre sus objetivos supremos la defensa de la autenticidad de Nuestra América, abocada a declarar “ […]su segunda independencia”. En esa articulación de saberes, de pensamiento y acción, tuvieron un desempeño decisivo, además, su labor en la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York, en la que consolidó sus relaciones con otros intelectuales, como el colombiano Santiago Pérez Triana, el venezolano Nicanor Bolet Peraza, o el panameño Elías de Losada, entre otros. Decisivos fueron también su colaboración en la prensa que circulaba entre la emigración hispanohablante asentada en la urbe; su contacto con los diarios estadounidenses y su publicación en los mismos. Al respecto cabe destacar su respuesta a una campaña de descrédito contra su patria, que ha pasado a la historia como “Vindicación de Cuba”, su traducción al español de los textos ofensivos y su respuesta a la injuria, así como su envío personalizado, acompañado de carta, a muchos de sus allegados, entre otros elementos.
Ello explica, de manera palmaria, el ascendiente que tuvo entre los delegados a la Conferencia Panamericana, y más aún, el hecho de que fuera nombrado cónsul de Argentina, Uruguay y Paraguay, tres países que nunca visitó físicamente, y cuyos gobiernos confiaron en su inteligencia y lealtad, para defender sus intereses en los Estados Unidos. Debe recordarse, además, que el gobierno uruguayo lo nombró delegado a la Conferencia Monetaria de 1891, algo que no es cosa menor, y de lo cual dejó un texto de una utilidad y actualidad sorprendentes, “La Conferencia Monetaria de las repúblicas de América.”
Indudablemente, este es un tema que da para mucho más, y aquí sólo hemos esbozados las líneas maestras de un empeño mayor en proceso, con miras a llamar a la reflexión sobre este saludable ejemplo de universalidad, responsabilidad ciudadana, coherencia entre palabra y obra, fidelidad a los orígenes y construcción de consensos, en una época plagada de amenazas, de guerras militares y culturales, de peligros cada vez más evidentes para el continente y para la Humanidad. Pensemos cuánto podemos hacer hoy, con los medios a nuestro alcance, en aras de articularnos del lado del bien, a partir de las enseñanzas de Martí, y obremos en consecuencia. Hoy, más, que nunca, es real aquel aserto suyo en su ensayo “Nuestra América” (1891): “Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”. (Tomado de Cubadebate)