Imagen de archivo/RHC
Por Alfredo García Almeida*
El pasado jueves, el presidente, Vladimir Putin, inicio un viaje a China, el primero de su nuevo mandato. “Fue el nivel sin precedentes de la asociación estratégica entre nuestros países, lo que determinó mi elección de China como el primer Estado que visitaría, después de asumir el cargo de presidente”, explicó Putin en una entrevista divulgada el miércoles con la agencia de noticias china, Xinhua.
“Intentaremos establecer una cooperación más estrecha en los campos de la industria y la alta tecnología, el espacio y la energía nuclear con fines pacíficos, la inteligencia artificial, las fuentes de energía renovables y otros sectores innovadores”, declaró Putin. Por su parte, el presidente, Xi Jinping, afirmó que China está lista para trabajar con Rusia en el desarrollo de ambas naciones y defendiendo “la equidad y la Justicia mundial”.
Mientras tanto en el Departamento de Estado, los formuladores de política deben haber recordado con nostalgia, el viaje del presidente, Richard Nixon, en febrero de 1972 a la China de Mao Zedong, una época en la que el anticomunismo era la fuerza mayor en el discurso político norteamericano, después de 22 años de abierta confrontación con China.
Las relaciones entre Estados Unidos y China se habían disuelto en 1949, cuando Mao Zedong, estableció en Pekín la “República Popular China”, tras haber derrotado a Chiang Kai-shek, el líder nacionalista aliado de Washington que se vio forzado a huir hacia la isla de Taiwán, donde instauró la “República de China”, contando con el apoyo de EEUU y el resto de las potencias occidentales.
Durante el viaje de Nixon a Pekín, los chinos y los norteamericanos eran enemigos. Habían combatido en la Guerra de Corea hasta 1953 y China estaba dando apoyo militar a los norvietnamitas en contra de Washington. Entonces, ¿cómo y por qué, decidió Nixon acercarse a China?
En plena “Guerra Fría”, Estados Unidos enfrentaba a dos grandes adversarios: China y la URSS. Sin embargo, las relaciones entre Pekín y Moscú, se habían deteriorado desde la década de 1950, hasta llegar a un punto en el que ambos países se enzarzaron en un conflicto fronterizo armado en marzo de 1969, que atizó un distanciamiento ideológico.
Nixon, vio la oportunidad de sacar provecho de esa fisura en el campo socialista. Lograr un acercamiento exitoso a China, fortalecía la posición de Washington hacia Moscú y a largo plazo, cuando China se convirtiera en una superpotencia nuclear, “poder tener unas relaciones que permitan discutir las diferencias y no tener un choque de forma inevitable”, según transcripciones de un diálogo que sostuvo Nixon en enero de 1972, con varios de sus asesores en la Casa Blanca.
El viaje de Nixon a China, cumplió con el objetivo de abrir una nueva era en las relaciones entre Washington y Pekín y le permitió a Estados Unidos, usar ese nuevo vínculo para tener mayor influencia sobre Moscú. Medio siglo después, China es una superpotencia nuclear, tal como lo pronosticó Nixon, pero lo que no previó, fue la alianza estratégica entre Rusia y China, reivindicando sus orígenes revolucionarios con características propias, como modelo de un nuevo orden internacional.