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Por Alfredo García Almeida*
El atentado del pasado sábado contra el expresidente, Donald Trump, en el que murieron el tirador y uno de los asistentes, mientras otros dos resultaron gravemente heridos, durante un mitin en Pensilvania, brindó la imagen que le faltaba en su campaña electoral: el de superhéroe.
El FBI identificó a Thomas Matthew Crooks, de 20 años, de Bethel Park, Pensilvania, como el atacante. Crooks disparó contra Trump, mientras estaba encaramado en la azotea de un edificio cercano, fuera del perímetro de seguridad del mitin, antes de ser abatido por agentes del Servicio Secreto.
Nadie puede dudar de la valiente reacción de lanzarse al suelo de Trump al sentirse herido, ni de su enérgica acción de combate con el puño alzado, lanzando insultos contra el agresor con el rostro ensangrentado, mientras sus escoltas lo rodeaban para protegerlo, estampa épica para ganar “mentes y corazones” de los estadounidenses por encima de las diferencias ideológicas, asegurando su triunfo electoral en noviembre.
Al día siguiente, el expresidente envió su primer mensaje como superhéroe: “Solo dios impidió lo impensable”, afirmó Trump. “En este momento, es más importante que nunca que nos mantengamos unidos y mostremos nuestro verdadero carácter como estadounidenses, manteniéndonos fuertes y decididos y sin permitir que el mal gane”, expresó Trump a través de su red social.
Muchos republicanos culparon a Biden y sus aliados del atentado, argumentando que los constantes ataques contra Trump tildándolo como una amenaza a la democracia, habían creado un ambiente tóxico. Señalaron en particular un comentario que Biden hizo a sus donantes el pasado 8 de julio, diciendo: “Es hora de poner a Trump en la mira”.
El trágico evento en Pensilvania, tiene su precedente el 30 de marzo de 1981, cuando el entonces presidente, Ronald Reagan, llevando apenas unos meses en el cargo, sufrió un atentado resultando herido de gravedad al salir del Hotel Hilton en Washington, D.C. Como ahora Trump, Reagan afirmó entonces que Dios había impedido su muerte. Dos meses después, el 13 de mayo de 1981, el Papa Juan Pablo II, fue herido de gravedad por un atentado similar mientras se desplazaba por la Plaza de San Pedro en un vehículo abierto, repitiendo la acción de la mano salvadora de Dios.
Ambos líderes se confabularían meses después, para afirmar que su salvación obedecía a la necesidad de cumplir una importante misión en la vida, mientras coordinaban un siniestro plan de injerencia en los asuntos internos de la URSS que tuvo su comienzo en Polonia, país de nacimiento del Papa, y que concluyó con el desplome de la URSS y el resto de los países socialistas europeos a principios de la década de los 90 del pasado siglo.
Después de la reciente afirmación de Trump sobre la intervención de Dios, habría que esperar un próximo anuncio sobre la misión que debe cumplir en su vida, posiblemente en la Convención Nacional Republicana que comienza este 15 de julio en Milwaukee: Continuar la revolución conservadora iniciada por Reagan.
* periodista, analista internacional colaborador desde Mérida, Yucatán.