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Por: Alfredo García Almeida*
Fue en 1845, cuando el Congreso decidió que las elecciones presidenciales se llevarían a cabo el primer martes, después del primer lunes de noviembre. Antes, cada Estado tenía la opción de votar en el periodo comprendido entre octubre y diciembre. En el siglo XIX, los ciudadanos eran principalmente agricultores y tenían que viajar a sus respectivos colegios electorales. Un recorrido de días que al ser un martes, no interfería con las actividades religiosas del domingo ni con el mercado agrícola del miércoles. Y noviembre coincide con el final de las cosechas, lo que significaba más tiempo libre para los votantes.
Volando de Phoenix (Arizona) a Nueva York, se pasa encima de muchos de los Estados que la gente elitista de las costas, llama “fly over”. Es decir, que ahí no se para, solo se sobrevuela. Oklahoma, Kansas, Misuri, Arkansas, Iowa, Indiana. Lo llaman la “América profunda”. En las elecciones presidenciales, esos territorios se tiñen de rojo republicano. Los candidatos no los visitan, porque allí no tienen mucho que ganar ni que perder.
Aunque en la noche electoral, con el recuento del voto popular, se suele conocer ya quién va a ser el presidente, oficialmente no se proclama un vencedor, hasta que los electores se reúnen y votan en sus respectivos Estados a mediados de diciembre. Con un empate técnico en las encuestas a nivel nacional, la batalla entre, Trump y Harris, hoy, se centra en los siete Estados que resultarán clave.
El próximo presidente de los Estados Unidos, podría no ser el candidato más votado por los ciudadanos. Los 260 millones de electores llamados a las urnas, no eligen directamente a su candidato: conforman un colegio electoral, cuyos delegados asumen la votación final. En 2016, Trump logró el 46% del voto popular, pero accedió a la Casa Blanca impulsado por el Colegio Electoral. La clave es cómo se asignan esos electores en la mayoría de Estados: el ganador del voto popular se los lleva todos. Hay dos excepciones. En Nebraska, dos van al ganador del voto popular y uno al ganador del voto popular en cada uno de sus tres distritos legislativos. En Maine, dos delegados, son elegidos en cada distrito al Congreso y los otros dos, por voto popular en cada distrito.
El Colegio Electoral lo conforman 538 delegados. La presidencia se logra con el apoyo de 270 de ellos. Por eso es determinante, el empate en Estados como Pensilvania: el partido que logre la ventaja allí, suma sus 19 electores. Según las encuestas, el éxito de Harris, es probable en 22 de ellos. Y Trump lleva la delantera en otros 23. Este reparto delinea el voto de 445 de los 538 representantes del Colegio Electoral. Pero la llave de la Casa Blanca, la tienen los siete Estados cuyo esultado es imprevisible. El igualado apoyo a demócratas y republicanos en Michigan, Pensilvania, Wisconsin, Nevada, Arizona, Georgia y Carolina del Norte, deja en el aire el voto de 93 delegados.
La historia electoral reciente, retrata las oscilaciones de estos siete Estados. En 2020, todos sus delegados apoyaron a Joe Biden. En los comicios anteriores, Donald Trump, se hizo con seis de los siete Estados y la demócrata, Hillary Clinton, ganó solo en Nevada. Durante las décadas anteriores, el equilibrio fue menos cambiante. Georgia, Carolina del Norte o Arizona, fueron bastiones republicanos desde 1970 hasta 2016. ¿Cuáles serán las sorpresas de hoy?.