Matheus Natangwe Mwelihanyeka (C) junto a otros estudiantes namibios de la Escuela Latinoamericana de Medicina.
(Foto: Nuria Barbosa León)
Por Nuria Barbosa León
En la Escuela Latinoamericana de Medicina, fundada el 15 de noviembre de 1999, en el contexto de la IX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, estudian jóvenes africanos de diferentes nacionalidades.
Matheus Natangwe Mwelihanyeka, de 23 años y residente en Windhoek, Namibia, es integrante de ese proyecto cubano que formó a 31 180 profesionales, provenientes de 122 países, en 20 graduaciones.
Actualmente cursa el 3er año de la carrera de medicina en la Facultad Julio Trigo de La Habana y valora de difícil el aprendizaje del idioma español: «Desde el primer día, la profesora llegó a la clase y nos habló todo el tiempo en castellano. Pensé que nos hablaría en inglés, pero ella no dominaba esa lengua. Creo que aún no he terminado de aprender el idioma español, siempre me encuentro con palabras y frases nuevas. Me cuesta mucho trabajo entender los términos médicos o científicos».
Al concluir los estudios de pre médicos, -establecidos por el periodo de 10 meses para el aprendizaje del idioma español y con asignturas básicas del bachillerato-, comienza el estudio de la carrera en la Escuela Latinoamericana de Medicina para cursar las ciencias básicas y preclínicas.
«Allí se estudia en un ambiente de solidaridad. En la misma habitación compartes con jóvenes de diversos países y culturas. Yo conviví con colombianos, árabes, y africanos de países diferentes al mío. Por ellos supe de las atrocidades que comete Israel contra el pueblo palestino, del conflicto colombiano y sus deseos de construir la paz, de las religiones musulmanas que existen en África, además de las diferentes etnias», relató el joven namibiano.
Añade que al llegar a Cuba, tuvo dificultades con el uso de su móvil y la instalación de una línea telefónica, precisamente los palestinos lo ayudaron para que pudiera comunicarse con su familia y en ese grupo tiene a dos «muy buenos amigos».
Para el tercer año se integró a una de las 15 facultades existente en la capital cubana para rotar por los diferentes hospitales e instituciones sanitarias, porque el estudio de la medicina en Cuba se realiza muy vinculado a la práctica médica.
«En la facultad Julio Trigo compartimos en las aulas con cubanos, realizamos rotaciones médicas atendiendo a pacientes, con guardias incluidas. Aquí el rigor de la carrera nos hace enfocarnos más en los estudios con poco tiempo para otras actividades. Los estudiantes cubanos se vuelven nuestras familias, pasamos mucho tiempo con ellos. Nos intercambiamos los materiales, solucionamos tareas y proyectos en dúos o grupos. Cada uno necesita del otro y todos del grupo. Se construye una química colectiva diferente para poder armonizar», explica Matheus Natangwe Mwelihanyeka.
Agrega que las clases la realizan frente al paciente y cada seis días le toca una guardia. «Evolucionamos a los pacientes y elaboramos todo el contenido de las historias clínicas. Luego buscamos la manera de realizar un diagnóstico que los profesores van a corroborar o corregir. Puedo mirar las cirugías y ayudar en tareas simples. La práctica médica constituye el momento de mayor aprendizaje porque el profesor va explicando en la misma medida que va evolucionando con el tratamiento clínico o quirúrgico».
Después de concluir su tercer año, se siente en condiciones de advertir frente a una patología complicada o ante señales y síntomas que le hacen sospechar para identificar alguna enfermedad.
En la misma medida este curso finalizado le permitió conocer más al pueblo cubano, aunque tiene la deuda de aprender a bailar casino y tener una novia cubana. «Si tengo una familia cubana a la que visito con frecuencia y creo que ya me tienen como un hijo adoptivo», precisó con una amplia sonrisa.